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‘TERCEROS PAÍSES’ EN LA U.E.

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JOSETXO LIZARRAGA
ORREAGAKO KIDEA

En unas recientes declaraciones, probablemente inducidas, el portavoz de la Unión Europea (U.E.) ha manifestado que en caso de que Cataluña fuera independiente, sería considerado como un ‘tercer país’ que tendría que solicitar su entrada para ser Estado miembro de la misma.

La manifestación es respuesta a la pregunta realizada a tal efecto por la Generalitat de Cataluña, pero es igualmente válida para nuestro caso: el de una Nabarra independiente.

La incongruente contestación del portavoz desprende un cierto tufo imperialista, y trata de evitar entrar en consideraciones más profundas que un simple ‘no’ a un problema de carácter histórico e internacional que tiene siglos de duración.

El Reino de Nabarra ocupó un lugar dentro del concierto internacional, fundamentalmente en el núcleo de los países de Europa, hasta nuestra invasión y ocupación por los Estados español y francés. Dicha invasión supone un atentado a los derechos fundamentales, en concreto al derecho de autodeterminación y legítima defensa de nuestro pueblo, ya que intenta ‘persuadirnos’ para que desistamos de contribuir a la única lucha que es políticamente estratégica en nuestro país: la lucha por la independencia.

Olvida deliberadamente el precedente alemán cuando se produjo la reunificación de las dos Alemanias. La incorporación del territorio de la Alemania del Este alteraba el statu quo interno de la entonces Comunidad Económica Europea (C.E.E.), pero una decisión política al respecto posibilitó que los miembros de la citada C.E.E. actuasen como si nada hubiera ocurrido, creando jurisprudencia favorable a los intereses y presumibles deseos de unificación de un Estado dividido.

Los Estados imperialistas ocupantes miembros de la U.E. utilizan, como si fuera la espada de Damocles, la amenaza de exclusión de la U.E. con los Estados que tienen subyugados y que pretendan constituirse en Estados libres. Lo hacen para debilitarnos en nuestro empeño y perseverancia, y sin que haya legislación europea escrita al respecto.

La declaración totalitaria del portavoz nos conduce, entre otros, a los censados en el Estado de Nabarra a la siguiente paradoja: si somos considerados como súbditos de los Estados español o francés, es decir, subyugados, somos ciudadanos de la U.E., mientras que si residiendo en el mismo lugar, ocupando el mismo puesto de trabajo y utilizando la misma moneda, somos catalogados como personas pertenecientes al Estado libre de la Nabarra histórica, es decir, como vascos, no se nos concede la ciudadanía de la UE.

Por tanto, si quiero pertenecer a la U.E. tengo que tener nacionalidad española o francesa. Si tengo nacionalidad vasca, no puedo ser miembro de la U.E. La incongruencia en la que incurre el portavoz es la de considerar que, en caso de alcanzar la independencia, el Estado de Nabarra sería un Estado nuevo, y no un Estado histórico que recupera su libertad. Dicho Estado fue admitido e integrado dentro de la C.E.E. como Estado sometido, obviamente sin su consentimiento; la pertenencia o no a la U.E. solo corresponde a un Estado libre.

Los responsables de esta situación son aquellos Estados que en su momento permitieron la incorporación a la U.E. de otros Estados que, como algunas manzanas, llevaban ‘bicho’ – por supuesto conocido – por dentro.

Un Estado libre, soberano, y que es miembro de la U.E. de una forma impuesta, tiene dos alternativas en su facultad de decisión:

a) Negociar las condiciones de la continuidad en dicho organismo para una mejor mutua adaptación, dada la nueva situación generada; pero nunca solicitar la entrada como un ‘tercer país’ que jamás ha pertenecido a la U.E.

b) Tomar la decisión de abandonar la U.E.

Hace pocos días que se han celebrado las llamadas ‘elecciones a las instituciones de la U.E.’ Todos los días y en todos los momentos del día, la brunete de los medios de comunicación de todos los Estados europeos nos han empujado a la participación en las mismas, y recabado con descaro que depositásemos nuestro voto individual, sin más consideraciones políticas al respecto.

Tradicionalmente, mi respuesta, como la otros muchos, ha sido la de no participar deliberadamente en esta especie de elecciones porque – al margen de otras reflexiones políticas que darían espacio para escribir otro artículo – lo tendría que realizar como ciudadano súbdito del reino de España, y no me considero como tal.

Hoy mi posición de no participar en esas elecciones, se siente reforzada porque la U.E., a través de su portavoz, y dejando ver con nitidez su talante imperialista al considerarme/nos miembro/s de un “tercer” país no integrado en la U.E., me/nos exime de tal compromiso.

Esta reflexión la realizo siendo consciente de que en política las situaciones son resultado de la relación de fuerzas de cada momento, y porque afecta a los intereses conceptuales de nuestro pueblo.

El objeto de la misma es pretender resaltar con nitidez las incongruencias políticas de ciertas afirmaciones y actuaciones.

La incoherente respuesta del portavoz de la U.E. es extensiva al proceder de otros agentes de nuestro ‘país tercero’, y demanda asimismo su reflexión.

NO HAY NI HABRÁ PAZ SIN INDEPENDENCIA

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ARITZ URTUBI MATALAZ
ORREAGAKO KIDEA
NO HAY NI HABRÁ PAZ SIN INDEPENDENCIA

Es un absurdo siquiera mencionar la palabra paz en un país donde sus habitantes están sometidos de manera violenta a los dictámenes de fuerzas extranjeras, en un Estado invadido, masacrado, ocupado y expoliado durante siglos por dos potencias invasoras. En un pueblo sometido a un proceso de colonización, como es el caso nuestro, la reacción ante tal situación es lenta y costosa.

2014/02/12

Lenta por la ventaja que adquiere el imperialismo en un proceso de aculturación sistemático en el plano político. El poder político de las potencias ocupantes es, al día de hoy, muy superior al del pueblo subyugado. Para ello debe necesariamente contar con la colaboración de elementos indígenas, autóctonos para poder llevar a cabo su empresa delictiva. Es por ello que la respuesta del pueblo ocupado tiene que dirimirse en el campo de la política.

La política  es el proceso por el cual el uso de la fuerza coercitiva es legitimado, es el arte y/o la ciencia de perseguir objetivos en función de la fuerza que uno dispone. Es una ciencia más, y como todas las ciencias tiene sus propias reglas. Una de ellas es el saber medir en cada momento los fines establecidos con los medios disponibles. El romper este axioma conduce directamente al fracaso por parte del grupo que comete el error.

Ahora bien, desde el momento que consideramos que existe un pueblo ello indica que dispone de un poder, mucho o poco, mejorable o no, eso lo irá indicando su capacidad de regeneración del poder político. Un pueblo se define por su poder, o chocas o no chocas con él, si te lo encuentras es porque existe.

Costosa por la cantidad ingente de esfuerzos empleados para tan poco resultado a lo largo de estos últimos siglos. Es un absoluto despropósito constatar cómo se ha ido desangrando este pueblo mientras su objetivo de recuperar la libertad arrebatada se va, en paralelo, alejándose cada vez más. Ello se lo debemos a la falta de estrategia que impera en el país desde la pérdida de nuestra estatalidad, cuando fue invadido, destruido y aniquilado nuestro ente soberano.

La absoluta incapacidad de los líderes que dicen pretender la liberación de su pueblo pero que no hacen nada para ello nos ha llevado a la situación actual. Los pocos resortes de poder que aún conservamos no se los debemos a ellos sino al propio pueblo que en condiciones totalmente adversas mantiene todavía encendida la llama de la libertad.

Mientras, desde los aparatos que se han puesto «al frente del proceso de liberación», diseñados en la práctica para frenar la capacidad popular, el fair-play con el enemigo es la única vía que nos proponen. Intentan aleccionarnos en el sentido de que toda salida a esta situación de opresión nacional se resolverá por la vía del pactismo, del encaje dentro del sistema del ocupante, de la «desactivación necesaria» de la fase de la resistencia, de que no existen ya enemigos bélicos sino contrincantes políticos en pie de igualdad, de que la  capacidad de respuesta  del ocupado es intrínsicamente mala, nociva, e innecesaria, achacándole todos los males y haciéndole culpable de que no se pueda llegar a una situación de «normalidad». De que hay que democratizar a los estados dominantes para luego poder mendigar parcelas de poder delegadas por estos. De que la independencia es una «opción másÇ. Llegan incluso hasta a querer hacernos creer que las instituciones actuales, hechas a medida de los invasores, por los invasores y lógicamente, para los invasores, son instrumentos válidos para emanciparnos de ellos, cómo si el enemigo nos fuera a poner a nuestra disposición herramientas que nos permitieran librarnos de él.

Con este «bagaje ideológico», evidentemente, nos conducen a tener que aceptar la «legalidad vigente» con toda normalidad, ser partícipes y agentes activos de la legitimación de la actual situación de opresión y ocupación a la cual somos sometidos por la fuerza de las armas, tener que tomar parte en unas instituciones no solamente extranjeras sino ilegales en nuestros territorios. Dos potencias ocupantes no pueden nunca ser consideradas legales al igual que todas las leyes que emanan de ellas en territorios que no son suyos.

Sabedores de ello los imperialistas manejan los hilos a sus anchas consiguiendo erosionar y debilitar, sin dar tregua, los resortes de poder que aún perviven en el campo de los ocupados. Sometidos al chantaje continuo llegamos incluso a contemplar con profunda tristeza cómo los ‘lideres’ de este país acuden al parlamento de los ocupantes con un «plan» soberanista y son la mofa y el hazmerreír no solamente de España sino de toda Europa. Cuando los ocupados piden a gritos al invasor que les vuelvan a «legalizar» y readmitir en un sistema al que dicen combatir. Cuando se exige el traslado de los presos vascos, encarcelados por culpa de la acción delictiva de Francia y España en los territorios de Nabarra, a prisiones «vascas», dando por entendido que tienen que seguir siendo encarcelados en las mazmorras de los ocupantes. Cuando nos apremian de que aquí existen varias «sensibilidades» y exigen todos los derechos para todos, poniendo al mismo nivel al agresor (el ocupante) y al agredido (el ocupado). Cuando nos quieren liar con la falsa separación entre derechos nacionales y sociales cuando en realidad los derechos nacionales constituyen los derechos sociales siendo los derechos sociales constituyentes de los derechos nacionales. Cuando los ocupados somos llamados a ser recaudadores de los impuestos en beneficio de los ocupantes para perpetuar por más siglos la ocupación. Ellos, los imperialistas, siendo como son, de una voracidad sin limites, pedirán más y más pruebas de sumisión, y nosotros, los ocupados, acabaremos desapareciendo como pueblo, seremos borrados de la historia. Esa desaparición esta programada por la naturaleza misma y el funcionamiento de los aparatos de guerra de los estados ocupantes.

Para que este panorama tan sombrío, desolador y estremecedor no se convierta en una realidad sin vuelta atrás habrá que obrar en el único campo en el que se puede dar solución a lo aquí expuesto: en el terreno de la política. Hay que resistir, dejar de colaborar con el imperialismo desde hoy mismo, dejar de hacer lo que no nos conviene, organizarnos. Tenemos que reactivar una institución propia, no emanada de la legislación del ocupante, una Autoridad Nacional, un gobierno propio, para todos los que nos consideramos ocupados. No nos sirven los partidos políticos inscritos en el ministerio del interior de Francia y España, que además de no tener ninguna legitimidad se convierten en «familias» que solo piensan en sus intereses de partido, sumidos en la infraestrategia y la sub-política, incapaces o no deseosos de tener una visión global del país al que dicen defender.

Conseguiremos la unidad de este pueblo solo si la insertamos dentro de una estrategia política. No hay otro camino, sin estrategia política no puede ni tiene por qué haber unidad. Quien tiene que liderar este proceso es el mismo pueblo, reactivando sus instituciones propias, las que considere necesarias y plausibles en una situación como la nuestra: la de un Estado ocupado.

Parafraseando a Antonio Maceo Grajales, general del ejercito mambí frente a Arsenio Martínez Campos, General de las tropas ocupantes españolas en cuba en el año 1878: «No habrá paz sin la independencia de Cuba!». Fue la ‘Protesta de Baraguá’ frente al ‘Pacto del Zanjón’ donde el resto de generales del ejército mambí aceptaron la «paz» a cambio de convertirse en una autonomía de España. Trasladándonos a los territorios ocupados del Estado de Nabarra: PNV, SORTU, EA, ETA y demás fuerzas autonomistas se han situado claramente en Zanjón.

Nuestra victoria sin embargo anida en lo más hondo de este pueblo, que al igual que Antonio Maceo Grajales, lleva en su interior el espíritu innato de Baraguá.