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ERABAKI ALA IZAN

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AINARA ARTETXE
NEKAZARITZA INGENIARIA
ERABAKI ALA IZAN

Politikaz hitz egiten aritu ginen lehengo egunean kuadrillan; ez da euskaldunon artean ohikoa, baina erabakitzeko eskubidearen alde Gure Esku Dago ekimenetan parte hartzeko gogotsu zegoen lagun batek atera zuen gaia, bero-bero zegoelako.

2014/01/14

Berehala zapuztu zuen beste lagun batek haren zirrara: «Erabakitzeko eskubidea ez da existitzen». Eta kristoren erretolika bota zigun erdi haserre: «autodeterminazio» eskubidea dela Giza Eskubideen Nazioarteko Gutunean (GENG) jasota dagoen antzeko eskubide bakarra eta herriek/nazioek determinatutakoa independentzia izan daitekeela, baina baita beste aginte modu batzuk ere (federazioa, autonomia… eta asimilazioa ere bai).

Giza katearen ilusiotik asimilazioaren hautura pasatu ginen zast batean; euskaldun izatetik borondatez espainiar izatera, alegia. Ezjakintasunak eraginda, isilik egon nintzen, eta, gerora, hariari tiraka ibili naiz. Argi dut eskubideak Nazioarteko Zuzenbidean jasota egoteak ez duela esan nahi beti eta edonon betetzen direnik (lan egiteko eskubidea ere jasota dago GENGn, eta begira non gauden!), ezta interpretazio ezberdinak eta hutsuneak ez daudenik ere. Izan ere, the right to self-determination horrek talka egiten du estatuaren lurralde-osotasunaren aldeko printzipioarekin, eta, orduan, ‘autodeterminazio eskubidea’ kolonien kasuan edo estatuarekin ados jarriz gero baino ezin omen da lortu… eta, noski, gehienetan, adostasun hori ez da erdiesten. Ez al zarete ohartu nazio/herri gehiago dagoela munduan estatuak baino? Begi bistakoa da ez dagoela arauturik, nazioen nahiaren arabera, estatuen mugak nola aldatu behar diren.

Eta, orduan, nola da posible Kosovo independente izatea? Han, ez zen albaniarren eta serbiarren artean adostasunik egon; independentzia aldarrikapen unilaterala izan zen. Horrelakorik Nazioarteko Zuzenbidean jasota ez dagoen arren, haren kontrakoa ere ez da, antza. Dudarik ez espainiar araudia urratuko lukeela (izan ere, Espainia da Kosovo estatu gisa onartzen ez duten estatuetako bat). Baina forma aldetik dauden zalantzak edukien bidez gainditu daitezke; batzuek onartu ez arren, Kosovo hor dago. Beraz, eman diezaiogun edukia, formaz haratago: independente gisa autodeterminatutako herriak/nazioak estatuaren ezaugarriak eta egiturak garatuak baditu, nola ez da burujabe izango?

Eta dudarik ez dut Euskal Herrian herria/nazioa badagoela, Nazioarteko Zuzenbidean herri kontzeptuaren definizio bateraturik ez badago ere. Argi dago formei eta arauei kasu egin behar zaiela, baina arauak sortu eta eraldatu egiten dira edukien eta ekintzen

Sobre liderazgo

http://gara.naiz.info/paperezkoa/20110302/251344/es/Sobre-liderazgo

2011 Martxoaren 02

JOSEBA ARIZNABARRETA PROFESOR UNIVERSITARIO DE FILOSOFÍA

Sobre liderazgo

Con reflexiones que acompaña con citas y argumentos de filósofos como Spinoza o Hobbes, Ariznabarreta aborda el hecho de la fuerza, «que reside siempre en las masas», y mueve el mundo y las sociedades, y la compara con la razón y el idealismo. Afirma que las masas, en lugar de parecerse a un monstruo de cien cabezas, tienen que estar guiadas «como si fuera por una sola mente». Por tanto, concluye, «si ha de triunfar la población», numerosa y más o menos homogénea, de un territorio determinado, necesita de «líderes idóneos».

El idealismo, como Spinoza muestra en el capítulo I de su «Tratado Político», consiste en creer que basta que las cosas «deban» ser de cierta manera para que, con el apoyo de la opinión pública de un estado de Derecho, acaben deviniendo realmente tales. Dicho de otra forma, los idealistas piensan que la Razón (con mayúscula para que se comprenda mejor de qué estamos hablando) acabará siempre triunfando, porque cuando así no ocurra, en última instancia estaremos en presencia del fracaso por antonomasia, es decir, de la negación coyuntural del carácter racional de la naturaleza humana, que es precisamente lo que a toda costa tratan todos ellos y siempre de evitar.

No puede, pues, achacárseles responsabilidad, al menos intelectual o moral. Paciencia y esfuerzos redoblados, al amparo de la ley, terminarán por llevarnos progresivamente -el tiempo y/o la providencia lo atestiguan- hasta un mundo más justo, más libre y más pacífico. Spinoza atribuye esta opinión a los filósofos en general que, por ello, suelen tener que conformarse con alabar lo inexistente y vituperar lo que realmente existe. Como portavoces de la Razón -poder zigzagueante, de flujo y reflujo, pero perceptible en la larga duración-, se consideran exentos de cualquier posibilidad de definitiva derrota.

En cambio, los políticos, puesto que tienen a la experiencia por maestra exclusiva y andan a la busca de objetivos más mundanos y rabicortos, nunca enseñan ni toman en consideración nada que se aparte de la cruda y a menudo sórdida realidad, sin hacer ascos a ningún medio que consideren útil para alcanzar sus turbios propósitos. No es de extrañar, pues, que en todos aquellos asuntos que tienen que ver con actividades públicas de los humanos -con más querencia al miedo que a la Razón- sean estos últimos y no los «filósofos» los encargados de dirigirlos, gestionarlos y «resolverlos».

Pese a que pueda resultar un tanto paradójico, el autor aparentemente cartesiano y liberal de la «Ethica Ordine Geometrico Demonstrata» es un realista apenas camuflado que intenta enseñarnos a tratar con los «hechos» antes que con «los derechos y/o los deberes». Así afirmará con rotundidad que es un hecho, y no un derecho, que la fuerza -condición necesaria del poder- reside siempre en las masas y que del hecho de ejercerla deriva toda su legitimidad. Hace muchos siglos que la potestas dejó de ser efectivamente distinta del dominium y el resultado de esta fusión dio lugar a lo que todavía hoy se entiende por soberanía. La potestad del soberano procede en exclusiva del dominio efectivo que ejerce… y mientras lo ejerza.

En otras palabras, lo que Spinoza nos quiere decir es que el hecho y el derecho son dimensiones, facetas o modos de hablar de la misma relación: el hecho de que el pez grande se coma al chico muestra en el acto mismo de engullirlo todo el derecho -ni más ni menos- que asiste al primero. Las quejas del pececillo devorado, cuando se producen, ni siquiera se escuchan en medio del estruendo de las agitadas aguas del mar. El temor de los grupos gobernantes respecto de la población sobre la que mandan directamente -muy superior al que provoca el enemigo «exterior»- revela que conocen muy bien el lugar de la potencia de donde proviene el riesgo mayor y más inmediato para el poder que detentan.

A lo largo de la historia esto ha sido reconocido por numerosos autores que han mantenido siempre que es la fuerza y no la Razón la que mueve el mundo, incluidos los horizontes o las partes del mismo que denominamos sociedades. Los clásicos se han referido con frecuencia al temor que la multitud -Shakespeare («Coriolanus», escena III) la compara con un monstruo de cien cabezas- inspira a los gobernantes de turno y cómo se esfuerzan en mantenerla amordazada mediante extrema violencia y todo género de artimañas y supercherías: «Terret vulgus nisi metuat», dirá Spinoza en Ethica IV, Propos. 54, Scholium.

Los sucesos que están teniendo lugar ahora mismo en la antigua Cartago, en Egipto, etc. evidencian una vez más cuanto venimos diciendo. Podemos observar cómo la potencia de la multitud, cada vez que se desembaraza del miedo inducido que la tiene atenazada, produce pavor entre los gobernantes de turno, sobre todo si se tiene en cuenta la estela de escepticismo, miedo, muerte y destrucción que han solido dejar tras de sí.

En la actualidad el desarrollo tecnológico promovido o asimilado por las grandes potencias imperialistas ha hecho posible la creación de eficacísimas thought-polices -auténticos «ojos de Dios» secularizados- que gestionan los movimientos de la multitud para que no resulten tan desoladores como imprevisibles e ineficaces. Son capaces, con la ayuda de interesados colaboradores internos o viceversa, de domesticar al monstruo convirtiéndose en su única cabeza pensante. En este sentido el conjunto de estados imperialistas mitigan sus temores y capean las tormentas generadas por la multitud sin arrostrar las trágicas vicisitudes de otros tiempos.

Pero en algunas ocasiones presenta un carácter indudablemente positivo dando lugar entonces a una verdadera revolución, porque la potencia de las masas se convierte en irresistible poder renovador contra el que nada pueden los partidarios de conservar el orden establecido. Para que eso tenga lugar, las masas en lugar de parecerse a un monstruo de cien cabezas tienen que estar guiadas «como si fuera por una sola mente», es decir, tienen que constituir un pueblo, único grupo humano con capacidad de acción política (Hobbes). De cuanto venimos diciendo se desprende que, en este caso, las masas, sede de la potencia, resultan invencibles y acaban triunfando inevitablemente, logrando modificar cualitativamente la realidad política en provecho propio por auto-limitación, -en forma de constitución material y formal- del «exceso» constituyente que les caracteriza.

Por tanto, si ha de triunfar, la población numerosa y más o menos homogénea de un territorio determinado necesita de líderes idóneos. Pero un pueblo sometido no está en condiciones óptimas para precisar, reconocer y seleccionar el líder más conveniente para los intereses que defiende. Como es lógico, en asunto tan crucial los grupos dominantes disponen de importantes bazas que utilizarán sin duda para tratar de llevar las aguas a su molino. O bien intentarán crear tantas facciones como les sea posible con diferentes y antagónicos cabecillas que impidan cualquier acción conjunta y coordinada de alcance político, o bien conseguirán establecer una cabeza que no se corresponde con las funciones necesarias del cuerpo al que se superpone. Tanto en uno como en otro caso, las esperanzas de triunfo de los sublevados se esfuman indefectiblemente por previo o implícito derrumbe, liquidación o des-aparición del imprescindible nivel estratégico del que ambos elementos de la disyunción se siguen como eslabones de una cadena. La batalla por el liderazgo es parte esencial del enfrentamiento o la guerra estratégica global entre grupos antagónicos. Tenerlo en cuenta quizá pueda ayudar a plantearla, estudiarla y resolverla con acierto antes de que haya que lamentar consecuencias imprevistas y no deseadas.

Cuando las condiciones muy sucintamente descritas arriba están al alcance de los insurrectos, éstos pueden albergar esperanzas fundadas de salir victoriosos, «siempre que -añade Hobbes- midan la justicia de sus actos por su propio criterio».