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Iparla: El Pueblo vasco bajo el imperialismo (18)

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18

Los oportunistas-institucionalistas armados y desarmados han arrastrado a la impotencia y el inmovilismo al pueblo que dicen defender y representar. Lo han engañado, extraviado, diezmado y arruinado, dividido, aburrido y demoralizado, sumido en la indefensión, la división, la nulidad estratégica, la alienación política, ideológica y mental. Lo han metido y encerrado en una trampa sin salida. No tienen la menor idea de cómo escapar de ella, ni la menor intención de buscarla, ni esperanza de encontrarla. Su misión histórica consiste en reducir y mantener la resistencia del Pueblo vasco a nivel infrastratégico.

Económica, política e ideológicamente dependientes del régimen en que se encuentran cómoda y en muchos casos incómodamente alojados o desalojados, coinciden activamente con él en la tarea prioritaria de evitar todo desarrollo de una conciencia y una oposición de nivel estratégico, que pondrían de manifiesto su incapacidad teórica y práctica para afrontar un conflicto que han llevado a su más avanzado grado de putrefacción.

Es indudable que las fuerzas populares se encuentran sumidas en la confusión y la impotencia. Pero se encuentran ahí porque los institucionalistas armados y desarmados las han reducido a ello. Hace medio siglo que el sabotaje, el engaño, la farsa y la burla se prosiguen de esta manera, asegurando, de paso, la continuidad corporativa de la vanguardia triunfante.

La opinión pública, por espontánea y poco definida que sea, se ha sentido y manifestado siempre frustrada por la actitud de sus pretendidos representantes, cuya demagogia esconde la voluntad permanente de reducir la oposición al conformismo institucionalista, siempre al margen de toda implementación estratégica. Durante cincuenta años, las mismas bases de los partidos institucionalistas periféricos han demandado una estrategia consecuente de resistencia democrática al imperialismo, han mostrado su rechazo del institucionalismo, el oportunismo, la sumisión y la colaboración.

Pero la subclase política aborigen y su burocracia reinante, instaladas hace tiempo de forma permanente y virtualmente definitiva como oposición del régimen establecido, abandonaron hace tiempo toda política ordenada a la independencia nacional, relegada a las calendas griegas. Sólo quedan de ella invocaciones vacías y demagógicas.

El institucionalismo armado y desarmado ha llevado a sus partidarios a la más negra desesperación, rasgada periódicamente por accesos delirantes de euforia colectiva que preparan la sucesiva y cada vez más profunda fase depresiva. El derrotismo inherente a una política de perdedores, la experiencia del fracaso manifiesto y constante, han arruinado la credibilidad nacional e internacional del movimiento de liberación democrática, paralizado su desarrollo efectivo en los medios sociales mejor preparados para ello, bloqueado su expansión en las zonas cultural y políticamente subdesarrolladas. Es el precio a pagar por las ilusiones y el escapismo, los rodeos minimalistas y los atajos maximalistas de los embaucadores de turno, por la “incapacidad” para plantear los problemas y su tratamiento en el único terreno que los constituye, la relación de fuerzas y su modificación estratégica.

Los pueblos débiles, poco o nada aptos para la política internacional, se pasan así la vida esperando algo que no llega nunca, porque nada, y menos la libertad, llega nunca por obra de las vanas ilusiones que producen una y otra vez amargas desilusiones. “Abertzale, beti galtzale”, es la desengañada y melancólica conclusión de los que alguna vez creyeron en la virtualidad política de la vía institucional y/o la lucha armada.

“A éstos, caña”, es la conocida conclusión de todos los órganos de gobierno y represión de Francia y de España, de Europa y de América, como de su opinión pública, que sólo ven en todo ello lo que realmente es: debilidad e incapacidad en que apoyarse para aumentar y mejorar los medios y las medidas de violencia y terrorismo de Estado, para extender e intensificar la represión, acelerando la marcha a la solución final con el apoyo incondicional de las Naciones Unidas, la Unión imperialista europea y los Estados integrantes del sistema de dominación imperialista y terrorista internacional.

Mientras moderados y radicales juegan a democracias imaginarias, el bulldozer nacionalista, fascista e imperialista, prosigue día a día su obra de demolición, el rodillo económico, político, racial, lingüístico y cultural de la apisonadora colonial avanza a paso de gigante hacia la completa destrucción del Pueblo subyugado. En los últimos años ha sufrido heridas más importantes que en toda su precedente historia. Hola segituz, gureak egin du.

Al imperialismo y el fascismo sólo se les combate con una oposición de nivel estratégico. Si no se puede o no se quiere alcanzarla, entonces no se les combate con nada.

Iparla: El Pueblo vasco bajo el imperialismo (17)

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17

“La cuestión de organización es parte de la cuestión general de la lucha de clases”. Por desgracia, una sociedad moderna no puede prescindir de la difícil, costosa y aleatoria producción de una clase política y una organización burocrática propias, relativamente competentes y controlables. No hay “clase” política diferenciada sino en cuanto órgano de una función estratégica. Sin función estratégica no hay órgano político, y sin órgano ni función como primera condición no hay otra política que la del régimen imperante. La necesidad es tanto mayor para la nación oprimida que para la opresora. Incluso un país tan políticamente subdesarrollado como España puede valerse de un material de ínfima o deleznable calidad, que sería fatal para aquella, o ir tirando por inercia administrativa. Calificar de mediocre a la actual clase política española es hacerle un favor. Pero sus talentos y sus talantes, aunque no sean precisamente genios, saben o perciben cuando menos de qué va la práctica política, al servicio de una administración de ilimitados poderes y del ejército español, clase política real y columna vertebral de España desde hace dos siglos. Nulidades y números negativos como los de aquí no tendrían sitio en ninguna parte, lo que, para desgracia nuestra, les  hace instalarse en las instituciones locales, donde operan como auxiliares del poder político real en cuanto servicios auxiliares y correas de información, transmisión y penetración.

Pero los institucionalistas locales no están tan locos ni son tan tontos como aparentan. Bien al contrario. Atentos al interés y el beneficio propios y los de su clientela, el coste social de todo ello les tiene sin cuidado mientras duren las subvenciones, los privilegios, el nepotismo, los enchufes y las doradas sinecuras “privadas” por servicios prestados o por prestar. El vasto conglomerado institucionalista local armado y desarmado, sus agentes y beneficiarios, se apoyan en una estructura de clase, financiera, política y clerical, cuyos mentores y rectores, si no sus seguidores y hombres de paja, saben muy bien lo que se hacen y a dónde van. Por sus condiciones e intereses, porvenir, ideología y estrategia, se encuentran estructural y simbióticamente, económica, política e ideológicamente unidos al régimen vigente. Coinciden activamente con él en la tarea prioritaria de evitar todo desarrollo de una conciencia y una oposición de nivel estratégico e institucional, que pondrían en peligro el sistema de que forman parte.

La falta de clase política es mal endémico de este pueblo, que carece de las condiciones históricas, sociales, políticas y culturales para fabricarse una. El vacío correspondiente produce un efecto de succión para advenedizos, charlatanes, exhibicionistas, incapaces, aprovechados y arribistas de toda procedencia que se descubren una vocación y un destino político en el burocratismo, el corporatismo, el oportunismo, la corrupción, la colaboración y la complicidad con el fascismo y el imperialismo. La ausencia de democracia interna es condición de una burocracia que se desarrolla y reproduce autónomamente.

Conservarse, engordar y reproducirse es la ley fundamental de funcionamiento y comportamiento de la burocracia. Su permanencia en el tiempo y el espacio se asegura mediante nomenklatura, cooptación o dedocracia de auxiliares y sucesores.

La nomenklatura produce, por su propia naturaleza, la selección a contrario. La primera ley orgánica del burocratismo es asegurar que cada colaborador o sucesor sea más tonto o inepto que su predecesor o superior jerárquico. Al cabo de un número variable de nombramientos acumulados, el nivel resultante toca fondo, los síndromes de oligofrenia y psicopatía se manifiestan o agudizan en “esos enfermos que nos gobiernan”. La deriva degenerativa es inherente al burocratismo. No es un método de transmisión, reproducción o sucesión, es un método de fosilización, y sólo produce fósiles. No puede frenarse desde dentro. Es irreversible y sólo se interrumpe cuando sus efectos nocivos se manifiestan cada vez con mayor claridad, hasta devenir letales. La crisis obliga entonces a buscar injertos de procedencia externa que a veces acaban con la organización.

Podría pensarse que, por su mismo componente esencial y diferencial, los atentados, “la lucha armada y la guerra revolucionaria” escaparían, cuando menos, a la deriva degenerativa inherente al burocratismo. De hecho, los atentados facilitan y provocan de tal modo la represión que la burocracia no tiene tiempo de estabilizarse y desarrollarse, la violencia y el terrorismo de Estado se encargan de imponer su renovación a partir de nuevos adherentes. La promoción interna se realiza según la capacidad demostrada para efectuar atentados. Pero los atentados, que no producen la capacidad política, impiden la evolución y el progreso escalonados, la edad mental se congela en la adolescencia. La capa dirigente empieza siempre al mismo nivel y deja el piso libre tal como lo ocupó, la siguiente vuelve a empezar sin aprender nada de la experiencia precedente.

Los pueblos oprimidos pueden soportar muchas cosas, pero una burocracia incompetente, engreída, indecisa, oportunista, derrotista, corrompida, manipulada, infiltrada, colaboracionista o cómplice, encuadrada en los servicios auxiliares del imperialismo como parte integrante ideológica y política de la estructura de dominación y ocupación, es un hándicap que no pueden permitirse. Desembarazarse de su esterilizante tiranía es condición primera de recuperación democrática. Su erradicación ideológica y política es una tarea de salud pública, sin la cual el restablecimiento de las fuerzas democráticas es imposible. Pero una clase política es un producto social difícil, raro y caro. Toda sociedad tiene, en buena medida, la clase política que se merece, y no siempre los medios de enfrentarse a ella.