Iparla: El Pueblo vasco bajo el imperialismo (12)

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Las naciones sólo se movilizan para fines que lo merecen. Los fines constituyen los medios. La profundidad de los fines condiciona y produce la extensión de los medios. La independencia es un fin que encuentra dificultades naturales de agregación en las condiciones de la ocupación imperialista y colonial, pero su abandono lleva a la liquidación de la política y la ideología democráticas. Sin fines, ni función, ni órgano ni principios estratégicos no hay política, sólo hay charlatanismo ideológico y descomposición política. Vana agitación y apariencia de movimiento tratan de pasar por activismo político.

El “oportunismo” es la subordinación y el abandono de fines, medios y posiciones políticos e ideológicos fundamentales y estratégicos de que un pueblo dispone, con el fin o el pretexto “realistas” de obtener beneficios ilusorios, provisionales, superficiales, secundarios y tácticos. Pero, la realidad que corresponde a tales ilusiones y comodidades no existe, las opciones tácticas, que sólo en el planteamiento estratégico se dan, desaparecen con la ruina de éste. Ninguna ventaja parcial, temporal o formal las justifica. Incapaces de afrontar la realidad, los títeres indígenas del imperialismo contribuyen a la difusión de tales ilusiones por todos los medios que los monopolios de propaganda ponen a su disposición, sabedores de que los pueblos que no se enteran del mundo en que viven son presa indefensa de sus predadores.

Países subyugados por el imperialismo, al término de guerras de conquista y exterminio, ideológica y políticamente subdesarrollados, propenden al oportunismo y la liquidación política por dos vías formalmente distintas, pero básicamente unidas e interactivas, que una parte de su población prefiere siempre a una estrategia real, pero difícil y problemática. La primera forma de reacción busca la solución en el terreno de la confrontación inmediata y directa con la violencia monopolista que es la base política del poder dominante, y lo hace, o pretende hacerlo, por los mismos medios de éste. Lo que, cuando la guerra es imposible, produce una sucesión de atentados, forma infrapolítica de violencia. La segunda opta por “la vía institucional, pacífica y política, realista, posibilista, minimalista, gradualista, reformista, paso a paso, segura, cómoda, provechosa, sin adversarios y sin complicaciones” de la sumisión al poder establecido. “Es eso o echarse al monte con un fusil”. Las dos vías propuestas están en realidad más próximas y el paso de una a otra es más fácil y frecuente de lo que se ha querido hacer creer.

Sólo la modificación estratégica de la relación de fuerzas constituye la realidad del progreso político. Ni la vía institucional ni los atentados, ni juntos ni separados, tienen entidad para llenar el vacío político frente al fascismo y el imperialismo. Si no hay base política real, la vía institucional y los atentados son un absurdo de penosas consecuencias. Si tal base existe, el absurdo es mucho mayor y las consecuencias tanto más lamentables, graves y desastrosas. Pero su coste añadido es una catástrofe suplementaria que ciega las vías de la conciencia, la acción y la restauración políticas.

Para mayor seguridad, la propaganda monopolista, transmitida por colaboracionistas y cómplices armados y desarmados, hace creer a las víctimas del imperialismo que toda resistencia real, legal e ilegal, es política y lógicamente imposible, que una alternativa estratégica a la vía institucional y la lucha armada es, no sólo sociológica sino lógicamente, una imposibilidad absoluta, un absurdo material y formal, algo así como el cuarto ángulo de un triángulo. La única política eventualmente posible contra el imperialismo queda así expresamente excluida por moderados y radicales, que declaran inexistente, insoluble y absurdo todo lo que no entienden, ni quieren entender, ni tienen interés en entender.

El institucionalismo “puro” pretende fundar la oposición al régimen político vigente, en las propias instituciones “democráticas” de éste. “El pueblo vasco dijo el 13 de Mayo lo que quiere. Estoy absolutamente convencido de que 2006 va a ser un año transcendental, en que se va a escribir el futuro de Euskadi para mucho tiempo. Estoy convencido de que entre todos vamos a abrir un nuevo ciclo histórico de convivencia, sobre tres pilares: paz, diálogo y decisión. Este pueblo va a decidir libremente y con plena normalidad el régimen que quiere tener. Estoy absolutamente convencido de que estamos ante una oportunidad histórica para la paz y para resolver el conflicto en este país. Haremos una consulta para que el pueblo vasco diga lo que quiere. Este país se ha puesto en marcha, ¡y nadie lo va a parar! Si dentro, pongamos de diez años, este país se decide por la independencia, ¿quién se va a oponer? ¡Que se sienten de una vez a la mesa de la negociación! Dicen que no van a negociar. Pero ¿cómo se van a negar a negociar? La posición del gobierno español no se puede mantener. Y si se mantiene, todavía peor, porque no sería democrático. Habrá que esperar a las próximas elecciones. No nos atragantemos, queriendo que todo se haga para mañana. Nosotros no tenemos prisa. Como parece que hay que poner alguna fecha para la independencia, yo diría que quince años. Digamos que seis años. Esto va para doscientos años”. Etc.

La propaganda institucionalista hace creer que es posible y necesario reformar el fascismo y el imperialismo aviniéndose a sus exigencias, que ello granjeará de su parte comprensión, reconocimiento, respeto, benevolencia y agradecimiento. Pero las exigencias del imperialismo absoluto no se satisfacen nunca, porque desplaza y renueva su nivel táctico de exigencia aparente y funcional a medida que se cumplen. Cada exigencia satisfecha produce una exigencia mayor y más dura. Las humillantes claudicaciones que pretenden amansar al ocupante y “cautivar a España” aumentan el natural desprecio, la irritación, la impaciencia y el furor xenófobos que los aborígenes serviles y corrompidos inspiran al conquistador. Han estimulado la violencia represiva de las fuerzas de ocupación, movilizado, reorganizado y radicalizado las colonias de población, multiplicado y potenciado el número y la acción de los renegados. La única satisfacción posible de las exigencias reales del imperialismo absoluto es la liquidación del pueblo subyugado.

Los modernos Estados dominantes proponen a veces caminos a una vana esperanza, que basta frecuentemente para contener y dividir al adversario actual o virtual. Un pueblo sin política creíble es siempre presa de los espejismos y las soluciones de facilidad que la propaganda fascista e imperialista suscita.

El régimen establecido, en plena posesión de los monopolios de violencia y propaganda, impone así en permanencia operaciones de diversión que, durante semanas o decenios, acaparan la atención pública y la mantienen alejada de toda consideración estratégica. Secundan y refuerzan la represión, prolongando la pérdida de tiempo y recursos que es objetivo constante del poder establecido.

Previo reconocimiento del monopolio de la violencia del régimen establecido y la aceptación del resultado de todos sus crímenes, a partir de la sumisión a todas sus “leyes”, el régimen terrorista democrático no-violento otorga magnánimamente todas las libertades, toda la convivencia, todo el pluralismo, todo el diálogo, toda la negociación, todas las elecciones y todos los derechos que se quiera. Su convivencia es el derecho y la obligación de vivir como quieren ellos, su pluralismo el derecho y la obligación de todos de ser españoles o franceses, su rechazo de la violencia venga de donde venga es el monopolio fascista e imperialista de la violencia y el terrorismo de Estado, su democracia el derecho a votar como ellos quieren, su libertad de expresión la de decir lo mismo que ellos. Pero “a partir de ahí”, no queda nada de que hablar, ni nada que hacer, ni nada que votar, ni nada que negociar, sólo quedan la sumisión, el desmembramiento, la incorporación y la anexión, la liquidación nacional estratégica, política e ideológica, la negación del pueblo y el Estado ocupados, el reconocimiento de los “grandes” Estados y de las “grandes” naciones imperiales y del régimen de ocupación como efectivo, democrático y no-violento a la vez, la asumpción de los principios e imposiciones del nacionalismo alienígena y el abandono expreso de los principios y derechos fundamentales e inherentes de libertad, autodeterminación y legítima defensa, identidad nacional y democracia, la liquidación la sumisión, la colaboración, la complicidad con el régimen establecido.

Con las llamadas “instituciones”, es decir las instituciones que el imperialismo impone, ganan siempre los que construyen y controlan las instituciones, porque los partidos los gana quien impone el campo y los participantes y dicta las reglas del juego. Si las cosas no funcionan todo lo bien que se esperaba, se subleva el ejército, fundamento de la constitución real y primaria antes de serlo de la Constitución formal y secundaria, y se cambian las instituciones. (El ejército español se sublevó hace mucho tiempo y nunca se ha bajado o lo han bajado del caballo).

La estrategia y la táctica de la oposición legal e ilegal ante “las instituciones” del régimen de ocupación dependen de la relación general de fuerzas y la situación concreta en que se inscriben.

Toda oposición a un régimen establecido, “debe en primer lugar aprender a comprender el carácter puramente táctico de la legalidad y la ilegalidad, desembarazarse tanto del cretinismo de la legalidad como del romanticismo de la ilegalidad. La cuestión de la legalidad y la ilegalidad se reduce a una cuestión puramente táctica e incluso de táctica momentánea”. El Estado dominante “no constituye el medio natural del hombre, sino simplemente un hecho real, cuya potencia efectiva hay que considerar sin su pretensión de determinar interiormente nuestra acción. Se trata de ver en él una simple constelación de poder con la cual es necesario, por una parte, contar, en los límites de su poder y solamente en los límites de su potencia efectiva, y cuyas fuentes de potencia, por otro lado, deben ser estudiadas de la manera más precisa y más amplia, a fin de descubrir los puntos en que esta potencia puede ser debilitada y minada”.

Toda resistencia al imperialismo implica legalidad e ilegalidad, pues la legalidad y la ilegalidad “puras” bajo el imperialismo son imposibles en la lucha por la libertad. Sin un grado obligado de sumisión al orden establecido no se puede comer, ni subsistir ni, por tanto, resistir, pues el régimen y su legalidad están conformados para que no se pueda. Pero dentro de él la oposición es limitada, porque las instituciones no se combaten a sí mismas, ni permiten que otros lo hagan, sólo acometen o permiten aquellas reformas que no afectan negativamente a su dominación. Toda conducta en contrario está constitucionalmente excluida, administrativamente perseguida, penalmente sancionada. Es el medio más radical de cortar la necesaria dinámica inmanente a toda revolución que, “si no avanza, es rápidamente rechazada más atrás que su punto de partida y aplastada por la contra-revolución”.

Las instituciones del imperialismo son inseparables de la negación teórica y práctica de los derechos de autodeterminación e independencia estatal y de la existencia misma del pueblo subyugado. No pueden reformarse y nunca se reformarán, lo que sería negarse a sí mismas. Su perspectiva y su realidad son la liquidación estratégica y, por tanto, política, del movimiento de liberación nacional.

Toda institución y toda reforma institucional, por limitadas, falsas y reaccionarias que sean, deben utilizarse y aprovecharse, de todas las maneras. Pero ninguna podrá nunca oponerse a las instituciones sino en la medida en que se integre en una estrategia cuyos fines y medios desbordan de las instituciones y sólo pueden fundarse y desarrollarse con instituciones propias. Es en período de crisis institucional cuando se efectúan reformas significativas. Es su lugar en la totalidad estratégica lo que califica el acto institucional como pura y simple reforma institucional o como parte de la política de autodeterminación, independencia o liberación nacional. A diferencia de la reforma y la revolución, la gestión es, por naturaleza, una función de simple conservación política.

La reforma formalmente institucional no lo es realmente en muchos casos, su verdadera dinámica le viene dada desde fuera, pero el poder establecido tiene interés en disimular lo que constituye una infracción y una falla del propio sistema institucional, presentando la resistencia como reformismo institucional y la instancia reformista como revolucionaria. Lo que contribuye a la ambigüedad propia del acto institucional.

Cualesquiera que sean la forma, el tiempo, el ritmo, los medios que adopte, una revolución no es una simple reforma institucional, sino un cambio de estructura, social, económico, político e ideológico, una transferencia del poder político. En este sentido, una empresa de liberación nacional frente al imperialismo y el colonialismo es una revolución.

El progreso y el retroceso políticos no se determinan en referencia a criterios y medidas formales, sociales, económicos o culturales, cuya ambigüedad se revela en su contraste, con frecuencia contradicción, con la relación de fuerzas y su implementación estratégica.

Los que preconizan la vía institucional para acceder a la libertad nacional, renuncian a la libertad nacional, pues en las instituciones no existe ninguna vía para llegar a ella. “El que se pronuncia por la vía legal de las reformas en lugar de la conquista del poder político y de la revolución social, no elige de hecho una vía más tranquila, más segura y más lenta hacia el mismo fin, sino un fin completamente diferente: en lugar de la realización de un nuevo régimen social, cambios insignificantes del antiguo régimen”.

Pretendida vanguardia ideológica y política del pueblo subyugado, los institucionalistas armados y desarmados son, en realidad, la retaguardia que retarda de manera flagrante sobre la espontaneidad, la conciencia, la voluntad de las fuerzas populares, en cuya virtualidad política no creen y no han creído nunca. No actúan hacia delante sino hacia atrás sobre ellas, no aceleran sino frenan su desarrollo. Confunden la marcha atrás estratégica que han inducido, con la marcha adelante, la vanguardia con la retaguardia. Para disimular la realidad de sus pretendidos logros, los institucionalistas armados y desarmados ponen o suponen el punto y el momento de referencia lo bastante bajos y atrasados para que todo lo que ellos hagan aparezca como progreso y adelanto. Rebajar la base nacional a fin de construir y exaltar por referencia la propia imagen ideológica y política es una particularmente artera, rastrera, reaccionaria y nefasta forma de autobombo y propaganda.

Iparla: El Pueblo vasco bajo el imperialismo (11)

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Todos los pueblos del mundo afirman su pretensión de vivir libres y seguros en su patria libre, con el territorio y los recursos que la constituyen, de preservar su libertad e identidad nacionales por todos los medios posibles frente a la agresión y la ocupación imperialista y colonialista, de mantener sus propios derechos de autodeterminación y legítima defensa.

La lucha por la libertad nacional es una lucha por la supervivencia que implica la lucha por la dignidad humana, por los derechos de identidad y personalidad. El que no ha comprendido eso no entenderá nunca la persistencia y la extensión de los movimientos de liberación nacional a través del mundo.

El nacionalismo imperialista oprime, reprime, amenaza, secuestra, roba y mata. Pero si el imperialismo puede, a veces, someter y destruir a los pueblos, no hay pueblos que resisten al imperialismo y pueblos que se someten. Los pueblos no se someten nunca si tienen fuerzas para impedirlo, no aceptan nunca los derechos de agresión y de conquista. Los pueblos resisten porque existen, existen porque resisten. Su resistencia misma “hace que un pueblo es un pueblo” identificable bajo la agresión, la ocupación y el terrorismo imperialistas. La lucha por la libertad nacional es signo y expresión vital. Lleva en sí misma su fundamentación y su justificación inmanentes, porque es imposible e impensable la resistencia política e ideológica frente a la agresión imperialista y la ocupación totalitaria sin las condiciones sociológicas y culturales generales que las preceden, constituyen, explican y hacen necesarias.

Los pueblos subyugados luchan por su libertad mientras están vivos, y si dejan de hacerlo es porque están ya muertos, aunque el punto de irreversibilidad sea incierto y la aparente muerte clínica recele a veces hibernaciones o letargias funcionales de aventurado diagnóstico y sorprendente desenlace.

En política internacional nadie considera, respeta ni reconoce a los débiles, los indefensos y los sumisos. Un pueblo que se reconoce inexistente o inferior no es o no es ya completamente un pueblo. Es juguete y víctima segura de sus predadores, a los que ni siquiera reconoce como tales, más fuertes, mejor armados y bien determinados, por su parte, a acabar con él. No puede esperar el reconocimiento de nadie el pueblo que no se reconoce a sí mismo en su propia sociología y en su propia historia. Incapaz de acceder a las relaciones internacionales con estrategia e institución estatal propias, ha perdido su propia estima y la de los demás.

Los pueblos que no construyen, preservan o restauran su propio Estado no existen para la “comunidad internacional”. “Un pueblo que todavía no tiene su Estado no merece que perdamos el tiempo hablando de él”. Todos sus esfuerzos por hacer valer su entidad étnica, histórica y política serán inútiles. No será tomado en serio por nadie, sólo encontrará la incredulidad, la chacota, el desdén, el desprecio de todos. No será el asombro del mundo, sino su hazmerreír.

Los pueblos que no luchan por la libertad son ya pasto de predadores y carroñeros, o escoria, “basura de pueblos” a reciclar o incinerar por los Servicios de recuperación y saneamiento. Sólo hay un medio de recobrar la dignidad internacional perdida: la resistencia estratégica al imperialismo, la lucha determinada y obstinada por la recuperación de la independencia y la creación o la restauración del propio Estado.

“Los dioses ciegan a quienes quieren perder. Los seres que no se defienden son siempre los mismos, ven que el abismo se abre ante ellos y, sin embargo, se precipitan en él”. Hay pueblos que desaparecen entre el estruendo y el fragor de las batallas y de las luchas socio-políticas. Otros salen humilde y discretamente de la historia estratégica, el camino más rápido para salir de toda historia, porque la limitación absoluta o relativa de sus fuerzas no les permite otra cosa. Y hay otros que, incapaces de utilizar las fuerzas reales de que disponen, salen de ella haciendo el ridículo.

La estrategia, forma dinámica de la relación de fuerzas, constituye la política. Sin estrategia no hay política. Toda política implica una estructura estratégica de fines y medios que produce, conserva, modifica y realiza la relación de fuerzas de violencia en que se funda. Los medios constituyen los fines, pero los fines constituyen los medios. La profundidad de los fines condiciona y produce la extensión de los medios. Los pueblos sólo se movilizan para fines que lo merecen.

Un pueblo puede tener conciencia de su realidad nacional, política, histórica, sociológica, sin acceder por eso al “momento” político, a la condición de actor de nivel estratégico, protagonista de su propia política. El pueblo que carece de estrategia propia hace necesariamente la de los demás. Si no desarrolla su voluntad de libertad nacional en la estrategia que lo cualifica permanentemente para las luchas ideológicas y políticas internacionales está perdido. Sin base estratégica, en una sociedad ideológica y psicológicamente enferma y maltrecha, la pretendida oposición se agota, degrada y desintegra. Oportunismo, demoralización, desmovilización, inhibición llevan a la sumisión, la colaboración, la complicidad y la traición, en un proceso acelerado e irreversible de liquidación política letal para toda oposición democrática. Quien renuncia al imperativo estratégico como base y estructura de comportamiento, adopta la estrategia y hace la política del fascismo y el imperialismo.

En el mundo en que vivimos, no hay trucos, atajos, rodeos ni soluciones de facilidad que permitan hacer la economía de una línea estratégica acorde con la realidad de las fuerzas en presencia. El que todavía no se ha enterado de eso es un peligro mortal para el grupo social que dice representar o defender.

La historia moderna del Pueblo vasco es exponente de su dificultad e incapacidad recurrentes para acceder al nivel estratégico, e incluso para comprender la naturaleza de la política. La simple consideración de sus productos culturales permite apreciar que no le han faltado cronistas y documentalistas más que historiadores, etnógrafos más que sociólogos, filólogos más que lingüistas, leguleyos y administradores más que juristas, teólogos y moralistas más que políticos. Pero la cuestión estratégica, objeto final del arte y la ciencia aplicados de la guerra y la política general, ha sido constantemente ignorada. En su lugar, discursos idealistas, wishful thinking, cuentos chinos, novelas rosa y poemas románticos ocupan la literatura y los discursos oficiales.

En las condiciones políticas, económicas y culturales que siguieron a la conquista, la ausencia de una escuela propia de las ciencias sociales se hace cruelmente notar y no se ha subsanado nunca. Todas las facciones institucionalistas tienen manifiesto interés en mantener al país en el subdesarrollo cultural e ideológico que es efecto y causa del subdesarrollo político.

El Pueblo vasco, en las condiciones del segundo franquismo, no tiene una política equivocada, no tiene ninguna. Toda su virtualidad popular se ha visto arruinada por retraso, primitivismo y subdesarrollo cultural, ideológico y político, con el decisivo concurso de los institucionalistas armados y desarmados. Políticamente aherrojado e ideológicamente amordazado por el fascismo internacional, ha demostrado de nuevo, durante los últimos cincuenta años, su incapacidad estratégica para afrontar el imperialismo franco-español. Su inteligencia política, lastrada por el subdesarrollo y la perversión de la cultura, embotada por la dominación alienígena y la colaboración, está hoy tan deteriorada que le impide comprender, cuando más falta le hace, la misma naturaleza de la política y del imperialismo.

Como generalmente ocurre con los pueblos primitivos, esconde su debilidad con atentados, heroicas aventuras, algaradas tontas o arrebatos fútiles y fatuos, pero se muestra incapaz de afrontar la visión estratégica de los Estados modernos, la continuidad, la constancia de su hipertrofiada administración.

El Pueblo vasco tuvo su modesta oportunidad en las condiciones de la postguerra y la crisis del franquismo. No es seguro que la tenga después de cincuenta años de sabotaje institucionalista armado y desarmado. La historia no espera a los incapaces de discernir y aprovechar las encrucijadas políticas decisivas.

Otros pueblos tanto o más defavorecidos han mostrado capacidad de percepción de la realidad política, lucidez estratégica, rapidez de adaptación, reacción e iniciativa espontánea o mediada, articulación operacional de su virtualidad asociativa, que les han permitido compensar una inferioridad inicial con frecuencia abrumadora y resistir a la agresión con éxito considerable.

Los institucionalistas indígenas adujeron la dictadura soviética y el carácter “tribal” del conflicto yugoslavo para explicar los movimientos de independencia de los demás, negando toda relación con el caso vasco donde, según parece, no hay tribus ni dictadura ni derecho de autodeterminación.

Pueden considerarse diversos factores diferenciales en la historia comparada de los Estados escandinavos, bálticos, caucásicos, balcánicos, pero no puede soslayarse el dato decisivo de que los institucionalistas armados y desarmados no tuvieron allí participación ni equivalencia, ni fueron modelo para nadie. De otro modo, no sería la independencia, sino la consolidación de los imperios, “en espera de las próximas elecciones, una nueva etapa de persuasión y diálogo, profundización de la democracia, progreso paso a paso, lucha armada y negociación inevitable, en ausencia de toda violencia”, es decir de represión y genocidio, lo que habrían encontrado y seguirían esperando los alógenos soviéticos y sus vecinos. Un pueblo puede sobrevivir a veces a conquistas, guerras, ocupaciones, depredaciones, epidemias o catástrofes naturales. Pero una calamidad como los institucionalistas armados y desarmados parece imposible de superar. Ni una demografía como la del imperio chino podría lograrlo. Ni toda la potencia de fuego de la Sexta flota se mantendría (a flote) con ellos al timón.