Iparla: El Pueblo vasco bajo el imperialismo (2)

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En la lucha multisecular del pueblo vasco contra el nacionalismo y el terrorismo, la violencia y el terror de las guerras y la represión del pasado fundaron y prepararon la violencia y el Terror del orden presente. Los crímenes “de antes”, como los crímenes de ahora, siguen impunes y vigentes. No son, como sus autores y beneficiarios quieren hacer creer cuando les conviene, historia pasada, sin identidad ni continuidad ni relevancia en las actuales relaciones sociales. Bien al contrario, con ellos y por ellos se han establecido, están constituidas, continúan y se mantienen las actuales relaciones sociales, la infrastructura y la suprastructura del actual régimen de ocupación. No puede afirmarse éste sin reivindicar los crímenes que lo han construido y lo mantienen. No puede condenarse éstos sin renunciar a la dominación política, económica e ideológica por ellos constituida.

Contra lo que sus agentes, colaboradores, cómplices, encubridores y apologistas alienígenas o aborígenes pretenden, el imperialismo y el fascismo no son “opiniones, opciones o sensibilidades democráticas, todas legítimas y respetables Son crímenes de guerra, contra la paz y contra la humanidad, según el derecho internacional de costumbre reconocido en la Carta y en numerosas Resoluciones y Convenciones de las Naciones Unidas. Ninguna ley puede borrarlos o amnistiarlos. Los fascistas y los imperialistas no son pacifistas no-violentos, defensores de la libertad y la democracia, gente decente y personas de bien, políticos honrados y respetables. Son enemigos de la libertad y de los derechos humanos, asesinos y ladrones, delincuentes comunes, criminales autores de las mayores ofensas que registran la moral y el derecho. En cuanto tales, no tienen derechos. Es tarea fundamental legítima de las fuerzas democráticas “defenderse contra ellos por todos los medios posibles y necesarios”.

Son responsables no sólo los autores y coautores, cómplices y auxiliares materiales de tan horrendos crímenes, sino los que los inspiran, instigan, provocan, alientan, encubren, justifican, enaltecen, bendicen y santifican, y cuantos aportan su complicidad, colaboración, ayuda, auxilio, cooperación o concurso, de cualquier manera que sea. Ignorarlos u olvidarlos sería tanto como aceptar y legitimar despotismo, fascismo e imperialismo. Cualesquiera que sean sus ejecutores, no hay libertad y democracia posibles que se funden en la vigencia, la ignorancia, la prescripción, la remisión y el perdón de los crímenes de guerra, contra la paz y contra la humanidad que fundan el presente régimen político y cuya determinación, declaración, prevención y sanción son exigencia ineludible de la ley internacional que el imperialismo conculca por su misma existencia. Sus autores, militares, civiles y eclesiásticos, en plena posesión de los monopolios de propaganda y guerra psicológica, piensan sin duda que han destruido, quemado, aterrorizado, asesinado, y exilado lo suficiente para que la memoria histórica y la conciencia colectiva hayan desaparecido, y aquí nadie se dé cuenta, se acuerde, ni se atreva a acordarse de nada. Ni siquiera del bombardeo y expulsión de poblaciones indefensas, ni de las cuadrillas de ladrones y asesinos regulares o irregulares desplegados por nuestros montes, calles y aldeas en nombre de Dios y del Imperio, ni de sus víctimas, que no encontraron respeto, ayuda, piedad, misericordia, compasión, sino persecución, condenación y muerte por la defensa de la libertad, de los derechos humanos fundamentales, de su personalidad y dignidad humanas y nacionales.

Las incontables víctimas que los padecieron y padecen son testimonio permanente de ello. Acabar con los testigos es un motivo suplementario para, y la única forma que encuentran de, sobreseer responsabilidad y culpabilidad, relegar a un pasado irrelevante el fundamento de la realidad contemporánea, borrar las huellas más evidentes del abominable, inolvidable, imperdonable e imborrable pecado original que la constituye.

El único inconveniente de tan drástico medio de resolución de los problemas ideológicos ha sido siempre la dificultad de liquidar o silenciar a todo el mundo. “Siempre” escapa alguien lo bastante fuerte, lo bastante íntegro o lo bastante loco para contarlo. De los que no escapan, nada sabemos. Puede destruirse los hombres y los documentos, borrarse las piedras y los monumentos, pero conservan su indeleble impronta en la conciencia colectiva, mientras quedan hombres libres sobre la tierra. El terror, la muerte, y sus consecuencias, sumisión, olvido e ignorancia, son las armas de los opresores. La resistencia vital y, con ella, el recuerdo de los crímenes, de las víctimas y de sus verdugos, son refugio y fuerza de los oprimidos.

La prescripción extintiva y otros recursos constitucionales o procesales son medios que los grandes criminales han establecido para asegurarse la impunidad escapando “legalmente” a las consecuencias de sus crímenes. Pero la cuenta pendiente que el imperialismo y sus servidores, déspotas, dictadores o simples ejecutores, generales o subalternos, papas, clérigos, religiosos o laicos de ambos sexos, tienen con este país sigue abierta. Sus fechorías no serán de hecho nunca olvidadas ni perdonadas, la memoria de las innumerables víctimas que por ellos han padecido y padecen humillación, prisión, destierro, frío, hambre y sed de pan, libertad y justicia, pérdida de identidad, honor, libertad o vida, les perseguirá siempre, en este mundo y en el otro. Con la pasión por la libertad, el odio al imperialismo y el fascismo no desaparecerá nunca de este país.

Iparla: El Pueblo vasco bajo el imperialismo (1)

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La actual situación del Pueblo vasco en los territorios ocupados es el resultado de un largo proceso histórico de resistencia al imperialismo a través de sucesivas constelaciones estratégicas, y de su reducción paulatina. El régimen resultante tiene por origen y fundamento la destrucción, contra la libertad y el derecho internacional temporal e intemporal, de la independencia del Reino de Nabarra y de sus residuos forales, la negación teórica y práctica de la libertad y de los derechos inherentes y fundamentales de autodeterminación y legítima defensa de todos los pueblos.

A través de ocho siglos de desmembración y ocupación, con todas sus condiciones y consecuencias, el nacionalismo imperialista ha determinado, asimilado, separado, expulsado, exterminado, habitantes, ciudadanos, territorios, impuesto fronteras, normas políticas y morales fundamentales, ha causado destrozos inmensos e irreparables a la entidad y la identidad nacionales y ha llevado al Pueblo vasco a su situación actual. Palabras como guerra, conquista, cruzada, represión o terrorismo dan tan abstracta como pobre idea del contenido y de los horrores de la agresión y la ocupación imperialistas, de la realidad y los fundamentos del régimen de ocupación y colonización del despotismo oriental y el absolutismo al fascismo triunfante. Por mucho que se cambie de nombre a los hechos para hacer creer que son otra cosa, las instituciones del imperialismo chorrean la sangre de innumerables víctimas, testimonio permanente de los monstruosos crímenes que las han construido, crímenes de guerra, contra la paz y contra la humanidad.

El contenido propio del imperialismo se manifiesta en toda la extensión de las relaciones sociales. Agresión, guerra, subyugación y ocupación, monopolio de la violencia, eliminación física, fusilamiento, cárceles y campos de esclavitud y trabajos forzados, ejecuciones y tortura, secuestro, terrorismo, amenaza, coacción, chantaje y toma de rehenes para la oposición democrática, por el único crimen de encarnar, conservar o defender los derechos humanos fundamentales, la libertad y la identidad nacional. Bombardeo, deportación, hambre, frío, enfermedad y humillación abatiéndose sobre hombres, mujeres y niños, víctimas inocentes de la agresión, el terrorismo y la exclusión fascistas, de la persecución, la venganza, la vesania, la crueldad y el sadismo de los vencedores. Cuotas municipales de vecinos a fusilar porque “hay que crear un clima de terror Genocidio o destrucción racial, lingüística y cultural, exterminio, expulsión, deportación, colonización, plantación, sustitución, inmersión, asimilación de poblaciones, destinados a completar la solución final por la liquidación del pueblo subyugado. Modificación de la base demográfica prefabricando de paso las clientelas y “mayorías electorales” del presente y el futuro.

Negación, discriminación, exclusión, menosprecio y humillación de un pueblo que se postula inexistente, destrucción de sus derechos y de su Estado históricamente constituidos. Determinación imperialista de la estructura internacional de clase. Organización de una economía de dependencia y subdesarrollo, pillaje, embargo, espolio, extorsión y explotación de los recursos naturales y productivos. Servicio militar impuesto por la violencia, con derecho y obligación de matar y hacerse matar al servicio del nacionalismo dominante. División y separación de personas, familias y territorios por fronteras impuestas, con una frontera interior durante largo tiempo herméticamente cerrada, intensificando la represión directa e indirecta y haciendo imposibles las relaciones económicas, familiares, sexuales, culturales, lingüísticas, ideológicas y políticas. Destrucción de las familias, dominación del hombre sobre la mujer, inherente al colonialismo. Redistribución forzosa de los puestos de trabajo por los despidos de rojo-separatistas, sustituidos por “caballeros excombatientes, mutilados o titulares de carnet” del Requeté y de la Falange. Privación de la libertad de circulación y comunicación de gentes e ideas.

Sumisión ideológica como condición de acceso a la vida, el trabajo y la cultura. Propaganda, intoxicación y guerra psicológica, lavado de cerebro, adoctrinamiento, condicionamiento ideológico forzado e implantación de la conciencia nacional imperialista y fascista desde la primera infancia por los monopolios de comunicación, información, educación y propaganda. “Adhesión a los Principios del Movimiento Nacional”, obligada para todo quien tuviera la pretensión de poder comer en este país. Represión, persecución y regresión de todas las formas del conocimiento, vulgar, científico o filosófico, por disposición autoritaria de un régimen político que impone su interés y sus decisiones en materia de ciencia, moral, arte, cultura o religión. Falsificación, construcción y retroyección de la historia, negación de la más evidente realidad social y política. Saludo brazo en alto, desfiles, marchas e himnos nacionalistas y fascistas obligatorios, en campos de trabajos forzados, en espectáculos y actos públicos civiles y religiosos, centros de enseñanza, hospitales, asilos u orfanatos. Liquidación de los signos de identidad nacionales, sustituidos por los del ocupante, en la calle, la administración, los medios de comunicación, las escuelas y los lugares de culto. Delirio xenófobo contra toda manifestación artística, lingüística y ortográfica extraña a las naciones ocupantes y a las potencias del Eje. Degradación, destrucción y sustitución de la onomástica y la toponimia auténticas, imposición administrativa a menores y adultos de denominaciones genuinamente francesas y españolas. Nombres, símbolos, efigies, placas y monumentos “a los gloriosos caídos por Dios y por España, a los héroes del Baleares, al heroico coronel Beorlegi, a los mártires de la Cruzada”, sustituidos ahora por espacios multi-commemorativos, mejor adaptados al tiempo presente y a las víctimas no-violentas de la violencia de los demás.

“Tales son los procedimientos idílicos” que han determinado, sobre el territorio histórico del pueblo vasco, la infrastructura y la suprastructura de las relaciones sociales contemporáneas, la organización material e ideológica, los sujetos agente y paciente de la violencia y sus condiciones y límites en el tiempo y en el espacio. Tal es el verdadero proceso constituyente que ha constituido la constitución real y primaria que constituye la Constitución formal y secundaria. Es así como se ha establecido el régimen político de ocupación vigente, establecido sobre montañas de cadáveres y ríos de sangre, conservado y desarrollado por el monopolio de violencia de sus fuerzas armadas, al servicio de una empresa de genocidio deliberada, permanente y total. A partir de ahí empiezan “la no-violencia, la paz, la libertad y la democracia” como el imperialismo y el fascismo las entienden, es decir el monopolio de la violencia del poder establecido, lo que la desvergüenza fascista de sus agentes, adalides directos e indirectos del nacional-socialismo y el nacional-catolicismo, fundidos en el nacionalismo-totalitarismo-imperialismo moderno con sus colaboradores y cómplices indígenas, presenta y describe como “Estado nacional natural, legítimo y democrático, constitucional y de derecho, establecido y conservado sin violencia, espontánea, pacífica y libremente fundado en la libertad, los derechos humanos, el valor supremo de la vida humana, la convivencia, el pluralismo, la tolerancia, la igualdad, el diálogo, la negociación, el compromiso, el consenso, la voluntad popular, el sufragio universal, el pacto constituyente, y el amor de Dios”. Sobre tales títulos y poderes se funda el “derecho” que los agentes del imperialismo se atribuyen para decidir del bien y del mal, para dictar la moral y la ley públicas, para atribuir patrias, identidades, derechos y deberes, para ordenar por la violencia y el terror toda la vida social, material y cultural por “el Estado de derecho y el imperio de la ley”, el Estado, el derecho y la ley que han hecho ellos para que los sufran los demás.

El nacionalismo imperialista ha conquistado este país a sangre y fuego, destruyendo por la fuerza bruta su Estado históricamente constituido. Ejerce, justifica y bendice un poder político e ideológico fundado y conservado por la guerra, la exclusión, la represión, el terror, el asesinato de masas, los grandes cementerios bajo la luna. Detenta los monopolios de violencia y propaganda y todos los poderes del régimen totalitario. Recurre a la tortura y el asesinato sistemáticos, legales e ilegales, oficiales u oficiosos, para conservarlos. Oprime y reprime, fusila, encarcela, silencia, humilla y convierte en malhechores, delincuentes y fugitivos a cuantos se niegan a someterse a su tiranía y dominación, persigue como delitos y crímenes comunes la legítima defensa teórica o práctica de los derechos humanos fundamentales y, ante todo, del derecho inherente de autodeterminación de todos los pueblos, primero de los derechos humanos y condición previa de todos los demás. Es el tratamiento que la dominación, el odio, el sadismo, el terrorismo de los vencedores imponen a los vencidos.