Iparla: El Pueblo vasco bajo el imperialismo (4)

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El pueblo francés pasó del feudalismo al absolutismo “brutalmente forzado por la corrupción y por el uso de una atroz crueldad”. “Durante todo este período fue mirado por los otros europeos como el pueblo esclavo por excelencia, el pueblo que estaba como ganado a disposición del soberano”. “El régimen de Louis XIV era ya verdaderamente totalitario”. En los países conquistados, “para los cuales los franceses eran extranjeros y bárbaros, como para nosotros los alemanes”, los franceses aplicaron “el terror, la Inquisición y el exterminio”.

El reino-república-imperio francés es el resultado de la agresión, conquista anexión y expansión por el primitivo reino franco de todos los pequeños Estados circundantes del continente e islas adyacentes. La guerra y el terror deshicieron toda oposición estratégica. El monopolio de la violencia y el Terror se hizo absoluto. En consecuencia, el gobierno francés afronta todos los problemas, políticos o individuales por el recurso inmediato, sin contemplaciones, límites ni paliativos, a la represión armada. Este procedimiento ha fracasado repetidamente durante el siglo precedente, pero sigue aplicándose como el único que responde a la naturaleza del régimen.

La Revolución francesa produjo el prototipo de dictadura y totalitarismo modernos. Reducción y sumisión de los órganos legislativo y judicial, “perfeccionamiento y consolidación del ‘poder ejecutivo’, de su aparato burocrático y militar. Este poder ejecutivo, con su inmensa organización burocrática y militar, con su máquina estatal compleja y artificial, su ejército de funcionarios de medio millón de hombres y el otro ejército de quinientos mil soldados, pavoroso cuerpo parásito que recubre como una membrana el cuerpo de la sociedad francesa y obstruye todos sus poros, se constituyó en la época de la monarquía absoluta, al declinar la feudalidad que ayudó a derribar. Todas las revoluciones políticas no han hecho sino reforzar esta máquina en lugar de destruirla. Los partidos que lucharon cada uno a su vez por el poder consideraron la conquista de este inmenso edificio del Estado como la principal presa del vencedor. Repartirse el ‘botín’, instalarse en los puestos lucrativos, repartirse las sinecuras administrativas. Esta redistribución del ‘botín’ se hacía de arriba abajo, a través de todo el país, en todas las administraciones centrales y locales”. Los clásicos no podían imaginar hasta qué punto estas cifras y realidades resultarían ridículas al lado de las actualmente desarrolladas y establecidas.

La organización constructivista del poder político, la inaudita centralización y la concentración funcional y territorial del Estado, la ausencia de la división de poderes general y territorial, el sacrificio de los derechos humanos y las libertades individuales, la sociedad civil como dependencia pasiva de una administración arrogante y todopoderosa ante la cual no hay réplica ni defensa posible, el servilismo, el corporatismo y la corrupción, la ley formal al servicio de la ley real, son la realidad que una inmensa empresa ideológica de propaganda, mistificación e intoxicación ocultaba e idealizaba, exaltando “la patria de los derechos humanos, donde pobres y ricos, débiles y poderosos son iguales ante la ley y la Justicia, la ley es la misma para todos” etc., funcionales estupideces que la más mínima cotidiana experiencia se basta para desmentir.

“Las dos instituciones más características de esta máquina de Estado son: la burocracia y el ejército permanente”. Ambas se encuentran unidas “por mil lazos” a las clases que detentan el poder y las riquezas en la sociedad civil. La unión del capital industrial y bancario resulta en el monopolio del capital financiero, “oligarquía financiera que envuelve en una apretada red de relaciones de dependencia todas las instituciones económicas y políticas sin excepción”.

Además del poder directo de la riqueza sobre la política, “la riqueza ejerce su poder de forma indirecta, pero tanto más segura. Por una parte, bajo forma de corrupción directa de los funcionarios, de lo que América ofrece un ejemplo clásico, por otra parte, bajo forma de alianza entre el gobierno y la bolsa. Y, finalmente, la clase poseedora reina directamente por medio del sufragio universal. Disponiendo de la fuerza pública y del derecho de cobrar los impuestos, los funcionarios, como órganos de la sociedad, están colocados por encima de la sociedad”. Sin ellos, el Estado se derrumbaría. La ley real, la arbitrariedad y la rutina, prevalecen sobre la ley formal que, con frecuencia, ni siquiera conocen, ni falta que les hace. El poder, la razón de Estado y los privilegios de que efectivamente disponen los hace intocables e irresponsables.

En un sistema completamente trucado, frente a “la máquina” de Estado y el poder del capital financiero, las leyes formales se aplican por cuanto sirven a las leyes reales establecidas por el poder dominante. Se utilizan cuando conviene a los poderes reales políticos y económicos, y se ignoran y quebrantan cuando perjudican a sus intereses.

Los débiles y los pobres no tienen ninguna posibilidad de salir vencedores frente a los ricos y los poderosos, ni siquiera en los conflictos civiles e individuales más alejados de las cuestiones políticas fundamentales. (Las excepciones, como los premios de la lotería, son necesarias para avalar y disimular el sistema. Los controles supraestatales, la Convención europea de salvaguardia de los derechos del hombre y de las libertades fundamentales, y las “condenas” consiguientes, tienen el mismo objeto y muestran la hipócrita y patética incapacidad de las instancias europeas frente a los Estados miembros).

La Revolución francesa fue el factor desestabilizador efectivo que determinó la crisis del despotismo oriental en España, “donde casi no hubo feudalismo” y el despotismo oriental se extendió y consolidó con la ruina de las libertades comuneras y la liquidación de los derechos nacionales de los reinos circundantes. La nueva política copiaba y trataba de aplicar el modelo de totalitarismo moderno a la francesa. Como es normal en los Estados políticamente subdesarrollados, el Ejército se imponía y operaba como clase política efectiva y decisiva.

El “reino de España”, que sustituyó tardía y vergonzantemente a “los reinos de España”, fue resultado de guerras, revoluciones y resistencias que no cesaron nunca. El poder ha tenido que contar con ellas. La misma continua y feroz represión que practican da al imperialismo y el fascismo español un carácter y una mentalidad propias del que sabe que tiene o puede tener un adversario político, algo que el nacionalismo francés, que se ha cargado a todos, nunca se avendría a reconocer. Se trata de la espontánea o atávica reserva que siglos de insumisos, herejes, comuneros, moriscos, anarquistas y rojo-separatistas inspiran al poder monopolista. (La extendida idea según la cual la represión francesa contra vascos y catalanes ha sido inexistente o más blanda que la española es históricamente falsa. “La ocupación francesa es la más dura de todas las ocupaciones”, aunque en esta cuestión la concurrencia es mucha y aventajada. La Revolución no la ablandó, sino todo lo contrario. Si los mismos episodios represivos de 1610, 1713 y 1795 no se dieron después, ello no se debió al humanismo-liberalismo-socialismo francés sino, simplemente, a que los fragmentos de pueblo de los respectivos territorios eran ya incapaces de oposición, y sin presión no hay represión. El monopolio de la violencia a estilo francés es tan absoluto que no suele dejar otra vía de supervivencia que la sumisión también absoluta).

“Un conquistador es siempre amigo de la paz”, la suya, que espera conseguir a vil o bajo precio. Es también un optimista en cuestión de guerra y de ocupación. “Si a esta paz siguiera la unión de las provincias y el resto de la Navarra sin las trabas forales que les separan y hacen casi un miembro muerto del reino, habrá VE hecho una de aquellas obras que no hemos visto desde el cardenal Cisneros o el gran Felipe V. Estas son las épocas que se deben aprovechar para aumentar los fondos y fuerza de la monarquía. Tendremos fuerzas suficientes sobre el terreno, para que esto se verifique sin disparar un tiro ni haber quien se atreva a repugnarlo”. La convicción pedante del espía borbónico no pudo evitar que no un tiro, sino tres guerras más, con sus postguerras de violencia, represión, destrucción y terrorismo, fueran necesarias para consolidar la anexión del Reino de Nabarra y la ruina del régimen foral hasta llegar a la actual situación.

La victoria del general Franco y sus padrinos del Eje liquidó el equilibrio inestable de fuerzas de la segunda República, destrozó la oposición y estableció el poder absoluto de la reacción, fijó la dictadura y la dominación del gran capital, los grandes terratenientes, la Iglesia católica, las fuerzas nacionalistas, imperialistas y colonialistas.

La evolución política en la España de la postguerra tuvo por fundamento profundas modificaciones en las estructuras conflictivas del sistema social, el desplazamiento constante de la relación de fuerzas en favor de los detentadores del poder, la regresión, la extinción, la liquidación o la sumisión de la oposición. La transición intratotalitaria tenía por fin conservar los logros intangibles y los fundamentos inamovibles del Estado unitario imperialista y fascista, con el reconocimiento, la homologación, la participación de las potencias occidentales, antes divididas y finalmente reunidas en su interés por estabilizar, consolidar y legitimar los logros del régimen franquista dando apariencias de democracia parlamentaria a la continuidad de la dictadura bajo las innovaciones formales y garantizando, ante todo, el control y la estabilidad del orden político, el monopolio de la violencia y el terror, establecido como resultado de la guerra y nunca puesto en cuestión desde entonces.

El ejército nacionalista y fascista español ganó la guerra de forma completa, y el pueblo español, después de la monumental paliza de 1936 y sus consecuencias, con una economía en ruinas, sometido al reino del terror y la venganza franquistas, no estaba para gaitas. Como los franceses en 1939, los españoles habían comprendido la terrible lección y las ventajas, verificadas y disfrutadas durante siglos de despotismo, de la sumisión al orden establecido por la violencia y el terror.

En España no había oposición democrática que reducir. Entre la “transición” y el golpe endocastrense del 81 desaparecieron los últimos temores, al respecto, de una “clase” político-militar que no podía ya sublevarse y acceder al poder porque ya lo había hecho muchos años antes.

Toda revolución y todo cambio políticos implican un desplazamiento del poder político. Cuando el monopolio de la violencia permanece intacto en las mismas manos que antes, con todas las variaciones colaterales que se quiera, no hay cambio ni revolución, sino farsa funcional al servicio del régimen constituido.

La verdad, la realidad y la identidad de un régimen político no se fundan en las “altas esferas” de la burocracia administrativa y sus ceremonias protocolarias. Se fundan y manifiestan inequívocamente en la composición y la actividad material de sus fuerzas armadas. El ejército español sigue siendo el ejército franquista, que ganó la guerra, por mucho reconocimiento póstumo que obtenga el republicano, que la perdió.

La reforma, la adaptación y la modernización del fascismo español fueron preparadas y organizadas por el Gobierno del General Franco y la oligarquía nacionalista y clerical que lo sostenía, bajo el monopolio fascista de violencia, terror y propaganda. El mundo entero respaldaba una operación que la inexistencia o la incapacidad de la oposición española presentaba como la única posible y deseable. El campo quedaba libre para las grandes maniobras de reforma y consolidación de la dictadura militar. Se hacían posibles, de este modo, la adaptación a las nuevas condiciones generales, la incorporación de las nuevas técnicas de represión, condicionamiento e integración, la “superación” de las grandes crisis sociales, bélicas o revolucionarias, ausentes de largo tiempo en el conjunto occidental. La cuestión decisiva, “saber quién manda aquí”, no ofrecía dudas para nadie. Todo postulante individual o colectivo sabía que debía pasar por las horcas caudinas del ejército español.

La planeación, la dirección “técnica” y la garantía política y financiera de la operación corrían a cargo de los Servicios de inteligencia americanos, británicos, germanos, israelíes, vaticanos, con los partidos, sindicatos, fundaciones, empresas financieras y multinacionales, publicaciones “científicas y culturales”, Ong “humanitarias”, clero secular y órdenes eclesiásticas, y demás satélites dependientes de ellos. Los “Servicios especiales secretos, informativos y operativos” son, en realidad, vastas y potentes empresas legales, ilegales o criminales, de espionaje, propaganda, represión, subversión, provocación, corrupción y terrorismo. Una parte decisiva de las actividades gubernamentales, en particular el “trabajo sucio”, se realiza así en corto-circuito administrativo con “los Servicios”, lo que hace de ellos, en la misma medida, el verdadero agente ideológico y político de nuestro tiempo.

En sus tentativas de adaptación y camuflaje del Movimiento Nacional-Sindicalista de la España Una, Grande y Libre” y del Estado “instrumento totalitario autoritario, unitario, imperialista y ético-misional al servicio de la unidad, la integridad y la grandeza de la patria por el imperio hacia Dios contra el capitalismo liberal y el materialismo marxista”, el general Franco no había ido más lejos que “el Fuero de los españoles, la participación del pueblo español en la democracia orgánica y la autolimitación de la Jefatura del Estado en que se concentran todos los poderes”. La “transición” intratotalitaria del franquismo le aportó autorreforma y consolidación bajo el protectorado de las potencias hegemónicas integrantes del sistema de dominación imperialista y terrorista internacional y sus satélites.

Una oposición determinada, portadora de la crítica, la denuncia y la exigencia democráticas, habría bastado para poner en evidencia la falacia y la verdadera naturaleza de la operación, ofreciendo la condición primera para convertir la crisis del franquismo en revolución democrática. Pero tal oposición no existía, “todos los rojos se habían pasado a los nacionales”.

En realidad, habían abandonado toda pretensión de oponerse al sistema vigente, sólo aspiraban a integrarse en él. Había “descubierto” que sin oposición no hay represión ni fascismo. La manera más segura de acabar con ellos no era potenciar la oposición al régimen establecido, sino acabar con ella para conformar una “oposición moderada” aceptable para él. Lo importante era dar seguridades a las clases dominantes de que su dominación y sus intereses no corrían ningún peligro y se preservarían con creces.

Las “fuerzas democráticas” españolas y sus títeres periféricos habían unilateral, generosa y oficialmente “renunciado a toda violencia activa y pasiva” (sic El imaginario derrumbe del régimen era en realidad el derribo de la sedicente oposición. Se dio de lado a la República y sus autonomías, en favor de un régimen “sin signo institucional definido”, que encubría el régimen perfectamente definido que cortaba el bacalao. La supuesta revolución democrática se redujo a la ruptura institucional en palabras y ésta a la continuidad institucional del franquismo. Su fundamento social se aseguraba con la negación, el abandono o la “abolición” de la lucha de clases nacional e internacional. “La burguesía y el proletariado”, categorías metafísicas inconciliables, abrumador antagonismo y dualidad maestra de la propaganda social-imperialista en los territorios ocupados, que embrutecieron a las víctimas del social imperialismo durante el primer franquismo, desaparecieron de los discursos tras la reconciliación nacional, sustituidas por “la ciudadanía, los españoles todas categorías, el pueblo español, la nación una e indivisible”. Para encontrar un obrero o un trabajador hay que consultar las siglas publicitarias.

Pero sin auxilio exterior y sin oposición democrática ¿quién entonces iba a echar a Franco y al franquismo? La fértil imaginación de los liquidadores resolvió también tan leve dificultad. Al régimen “el cambio le venía desde dentro” por obra de los propios franquistas, convertidos ya a la democracia.

Faltaba ponerle el cascabel al ejército, reputado columna vertebral del franquismo en la paz como en la guerra. No sólo “el Ejército podría retirar su apoyo al régimen, facilitando la realización de la voluntad popular”, sino que sería también posible “establecer una colaboración pueblo-Ejército para una acción destinada a instaurar las libertades políticas, un movimiento coordinado del pueblo y del Ejército para abolir la dictadura”. La repetida minúscula de pueblo y la insistente mayúscula de Ejército no eran un lapsus o un error tipográfico, sino la manifestación del papel real que los reconciliadores reconocían o asignaban a uno y otro en el “proceso de Colaboración y liberación”.

La complementariedad y la alternancia eran norma convenida del tradicional “bipartidismo pacífico” de las restauraciones monárquicas españolas. “Los dos grandes partidos se sucedían en el poder según el principio de una alternancia consentida, bajo cubierta de elecciones ‘prefabricadas’ desde lo alto para permitir a los partidarios de estas dos formaciones aprovecharse por turnos de las ventajas que procuran los empleos administrativos”. Las ventajas se han ampliado mucho desde entonces y “los dos grandes partidos” parecen lo que son, el partido único nacionalista español, enriquecido, diversificado y potenciado con múltiples aportaciones, incorporadas o toleradas en cuanto aceptaban y reconocían todos los principios políticos y condiciones legales e ideológicas del régimen. Los tupidos filtros de los diversos Servicios no fueron obstáculo a la recuperación de los restos, signos y despojos de los partidos republicanos que podían contribuir a disimular la superchería. Mientras la derecha franquista tradicional recuperaba una democracia cristiana desacreditada y exangüe, los escuálidos residuos del PsoE fueron colonizados y repoblados, su burocracia y organización descartadas y sustituidas por la Falange Española tradicionalista y de las JONS que, rebautizada y homologada, encontró al fin su destino universal al servicio del nuevo imperio de occidente. El PcE, reducido a sombrías perspectivas de exclusión y aislamiento, corrió a su particular Canossa ultramarino y se descartó a sí mismo. “Ahora el comunismo es la defensa de las libertades”. (Si “ahora” el comunismo es eso, se podrían y nos podrían haber ahorrado el de antes, el catastrófico coste y balance de la revolución rusa y sus epígonos Más corrupción, subvenciones y donativos, aseguraron desde entonces la dependencia de todos como organizaciones auxiliares al servicio del Estado. Obtenían, a cambio, rehabilitación, reconocimiento y gratificante reinserción en los organismos auxiliares de gestión, propaganda y recuperación del “nuevo” régimen, tanto más necesarios por cuanto que de los malditos rojo-separatistas todavía quedaban los malditos separatistas.

La verdad, la realidad y la identidad de una clase o un partido políticos se fundan sobre su contenido ideológico y político, no sobre distinciones formales, personales, burocráticas o corporativas. Las organizaciones, partidos o sindicatos de la “oposición” oficial al franquismo renovado, escogidas para asegurar la continuidad del franquismo en España y sus colonias, se impusieron bajo el monopolio franquista de la violencia y el terror, por decisión y bajo vigilancia del CIA y el FBI. Fueron creadas, inventadas, diseñadas, seleccionadas, financiadas y promocionadas por el poder franquista y sus protectores, como piezas integrantes de su sistema de dominación. Encontraron su sitio según el guión y el organigrama transitivos confeccionados por los Gobiernos y Servicios secretos españoles y occidentales. Los demás, fueron inmediata o progresivamente excluidos, perseguidos, ilegalizados, si eran obstáculo o no eran ya útiles al nuevo franquismo, consolidado y cada vez más exigente como consecuencia del derrumbe de la oposición al fascismo y el imperialismo.

En los tiempos heroicos del liberalismo, el anarquismo, el socialismo y los movimientos de liberación nacional, el despotismo y el imperialismo imponían su poder político reprimiendo la oposición. El totalitarismo moderno fabrica él mismo su “oposición”, la inventa, reinventa, recupera, incorpora, provoca, corrompe, informa, fomenta, organiza y dirige según conviene a su dominación. Además de sus funciones políticas e ideológicas, los nuevos servicios auxiliares proveen a la distribución de las prebendas, los enchufes y la corrupción administrativamente organizada. Subvenciones y donativos aseguran su dependencia de una ayuda financiera sin la cual no pueden subsistir.

Los protagonistas del primer franquismo eran fascistas y criminales cínicos, sin complejos y sin vergüenza de serlo. Ningún tribunal penal nacional o internacional los ha encausado nunca. Siguen ejerciendo el poder político e ideológico. Los ministros, esbirros y demás agentes que oficiaron durante la guerra y la dictadura del general Franco, cómplices, coautores, signatarios y beneficiarios de todos sus crímenes, han ocupado un lugar distinguido entre los artífices de la “transición” como demócratas de siempre, fundan partidos y concurren a sus elecciones, desempeñan los más altos cargos, conservan sitio y ejercen destacadas funciones en el “nuevo” régimen, lo que ilustra la naturaleza de la autorreforma y la diferencia sin más de toda auténtica evolución o revolución del poder político. Ellos y sus familias conservan los bienes muebles e inmuebles “donados”, requisados, confiscados y espoliados, y disfrutan de ellos en toda impunidad. Se llaman a todas horas demócratas no-violentos, esperando que a fuerza de repetirlo sus víctimas se lo crean, pero son los mismos franquistas de siempre, más hipócritas y peligrosos todavía que antes. Su presencia en las instituciones no las contamina, pues son tan fachas los unos como las otras. No más ni mejor crédito que ellos merecen los “republicanos, anarquistas, socialistas, comunistas y nacionalistas periféricos” que reconocen las fuerzas armadas franquistas como democráticas y no-violentas, el Estado criminal como propio, y pugnan por alcanzar su confianza, reconocimiento, favor y benevolencia, sin los cuales se les acaba la fiesta.

El régimen del general Franco realizaba así su “transición democrática Rehabilitado, legitimado, confirmado, reconocido y consolidado, logró su triunfo definitivo sin solución de continuidad, sin tocar siquiera a su estructura de clase ni a su “clase” política real, fuerzas armadas, burocracia, servicios administrativos, todos poblados de demócratas de siempre o milagrosamente convertidos a la democracia de la noche a la mañana. Para llegar a eso, la oposición española y sus títeres periféricos se habrían podido ahorrar, y nos habrían permitido ahorrarnos, la Dictadura, la República, la guerra de 1936 y la postguerra franquista, y la democracia no podría estar peor de lo que está.

Iparla: El Pueblo vasco bajo el imperialismo (3)

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En la política multisecular que el nacionalismo imperialista español y francés, despótico-asiático, absolutista o republicano, ha practicado siempre en este país, la guerra de conquista de 1936 fue el mayor esfuerzo nunca realizado para liquidar por la vía rápida y de una vez para siempre la creciente resistencia del pueblo ocupado. Las directrices y prospectiva de Cisneros y Lebrija para ensanchar y homogeneizar el Estado-nación español mediante la liquidación del pueblo y el Estado ocupados, alcanzaron un nivel de realización sin precedentes.

Era explicable la euforia de los conquistadores y los asesinos: “Ha triunfado la España una, grande y libre. Ha caído vencida, aniquilada para siempre, esa horrible pesadilla siniestra y atroz que se llamaba Euzkadi. Podían discutir sobre los supuestos derechos de Vizcaya a su autonomía o gobierno propio. Desde ahora hay una razón que está por encima de todas. La razón de la sangre derramada por defender la sacrosanta unidad de la Patria. No reconocemos más derecho que el derecho de conquista. Perseguiremos a los nacionalistas vascos por los montes como a fieras salvajes. Vizcaya es otra vez parte de España por pura y simple conquista militar. La espada de Franco ha resuelto definitivamente el litigio. En estas horas trágicas de cruzada nacional están junto a nosotros la Alemania de Hitler, la Italia de Mussolini y la Portugal de Oliveira Salazar”.

En materia de nacionalismo imperialista y colonialista, como en materia de corrupción, la “izquierda liberal, republicana o socialista” oficial ha ido generalmente más lejos y es más doctrinaria, radical, destructora e innovadora que la derecha, a la que sirve de auxilio, recurso, coartada y sustituto para remediar a sus propias carencias y limitaciones. Para los “conservadores”, la historia, las constantes sociológicas, el derecho precedente, los pactos fundacionales, la santa tradición, son o se dicen valores fundamentales ideológicos y políticos. El constructivismo “de izquierda“ hace tabla rasa de los pueblos, las naciones y los Estados de los demás, inventa e impone por la violencia y el terrorismo la propia nación-Estado o Estado-nación.

De hecho, “liberales, republicanos, socialistas, comunistas y anarquistas” españoles nunca se quedaron atrás en radicalismo nacionalista. Se manifestaron cada vez más abiertamente como nacionalistas a secas y, de hecho, no son otra cosa: “Yo no he sido nunca lo que llaman españolista ni patriotero. Pero ante estas cosas me indigno. Y si esas gentes van a descuartizar a España, prefiero a Franco. El sistema de Felipe V era injusto y duro, pero sólido y cómodo. Ha valido para dos siglos. Es una constante de la historia de España la necesidad de bombardear Barcelona cada cincuenta años. El decreto de Franco aboliendo la autonomía de Cataluña tenía apasionados suscriptores entre los republicanos. No estoy haciendo la guerra contra Franco para que nos retoñe en Barcelona un separatismo estúpido y pueblerino. Con el derrumbamiento del frente vasco, nos hemos sacado de encima un problema para mañana. Tenemos que agradecer a Franco que nos haya resuelto el problema vasco, que ya es cosa del pasado. No hay más que una nación: ¡España! Antes de consentir campañas nacionalistas que nos lleven a desmembraciones que de ningún modo admito, cedería el paso a Franco sin otra condición que la de que se desprendiese de alemanes e italianos. En cuestión de regionalismo, nos entendemos antes y mejor con los falangistas que con los separatistas”. (Etc., etc.

Si esto y cosas parecidas decían los españoles cuando practicaban la lucha de clases y la guerra civil entre ellos, puede colegirse lo que dicen y practican ahora que toda contradicción política ha desaparecido en favor de la reconciliación y la unión sagrada nacionalistas, y la lucha de clases interna y externa ha sido “abolida”.

En el juego de la guerra y la postguerra, había dos hipotéticos posibles ganadores o perdedores, pero los terceros periféricos, víctimas propiciatorias y perdedores designados y concertados, no tenían otra virtualidad que la derrota en todos los casos. Los republicanos los utilizaban para debilitar y retardar la ofensiva franquista sobre su frente principal, limitando o impidiendo la consolidación del Gobierno de hecho de Euzkadi, dejando a Franco la tarea de acabar finalmente con él, con la garantía de la legión Cóndor y la división Littorio. En esta causa perdida se movilizaron, diezmaron y desangraron los escasos o ilusorios recursos humanos y materiales del pueblo cogido en la trampa tendida por el fascismo internacional.

Españoles y franceses pueden diferir en materias de economía o de religión, pero son todos nacionalistas, en el peor sentido de la palabra. Las raras excepciones son individuales. Esta comunidad fundamental ha sido el cimiento y el cemento de la reconciliación nacional, espíritu de la “transición Dada la victoria total de la rebelión franquista, la “síntesis histórica de los contrarios” sólo podía consistir en la destrucción del nacionalismo vencido y su incorporación al vencedor. Gracias a ella, los diversos republicanos, que sostuvieron siempre la ocupación militar fundamento del imperio, se han integrado al franquismo en el poder y los franquistas oficiales alardean de democracia, sin que la falta de vergüenza tenga consecuencias negativas para ninguno de ellos. Conmemoran y celebran, conjunta y patrióticamente, la Constitución “liberal”, monárquica, nacionalista, colonialista, racista y esclavista de 1812, madre y modelo de las que la siguieron, imitación de la Constitución “liberal”, monárquica, nacionalista, colonialista, racista y esclavista de 1791. La represión de los movimientos de liberación nacional por el chauvinismo “de izquierda” es la más pletórica de todas, porque no sólo cuenta con la solidaridad de la reacción y la derecha conservadora tradicionales sino con la complicidad y el apoyo de “liberales y socialistas” de todo el mundo.

En lo que concierne a la cuestión nacional, “derechas e izquierdas” españolas y francesas, están y han estado siempre de acuerdo, y el diferencial restante no es antagónico, sino simultánea o sucesivamente complementario. En los territorios ocupados y colonizados, han servido siempre la lucha política e ideológica contra la libertad de los pueblos. Sus organizaciones son simple prolongación de las propias de la metrópoli colonial, de la cual dependen para todo. Encuentran su base local entre los colonos y los renegados, los componentes sociales naturalmente más agresivos, motivados, exigentes y resistentes del régimen imperialista.

El despotismo interno en España y Francia es históricamente inseparable del nacionalismo imperialista. El nacionalismo español no es producto del franquismo, el franquismo es producto del nacionalismo español. Los nacionalistas españoles son ahora legitimistas monárquicos, pero siguen siendo los nacionalistas totalitarios que siempre han sido. El social-imperialismo oficial deja constancia de ello. “Es ridículo hacerse la ilusión de que unas gentes que no defienden el derecho de autodeterminación de las naciones oprimidas, siendo parte de las naciones opresoras, son capaces de conducir una política socialista. Precisamente porque de hecho son imperialistas y no socialistas, y únicamente por esta razón. Han conducido el socialismo a esta vergüenza inaudita: justificar y disfrazar la guerra imperialista aplicándole las nociones de la ‘defensa de la patria’. No son socialistas e internacionalistas como pretenden sino “social-patriotas, chauvinistas y anexionistas”.

El “dualismo” social-nacional clase-nación, arma ideológica predilecta del social-imperialismo tradicional, prestó continuos e importantes servicios a la lucha contra los pueblos e hizo estragos entre los desvalidos defensores de la libertad nacional. Contó con la adhesión sin fallas de los institucionalistas indígenas armados y desarmados, que lo han mantenido siempre, aún después del abandono y la abolición oficial de la lucha de clases por el franquismo renovado y sus mentores occidentales. El dogma reaccionario del problema “irresoluble en nuestro tiempo, de la doble alienación nacional y social” mostraba que, efectivamente, la cuestión era irresoluble para ellos. La incapacidad, presentada como imposibilidad universal, de la autoproclamada vanguardia ideológica y política, verificaba también que no hay dogmatismo más nocivo que el dogmatismo oscurantista, inseparable de la represión de las ideas y la libertad de expresión.

La Iglesia católica no se ha opuesto nunca a la opresión y la violencia ni aquí ni en ninguna parte, sino todo lo contrario, siempre que sea en su propio beneficio. Las mayores matanzas y más espantosas crueldades de la historia han contado con la iniciativa, el impulso y la exaltación eclesiásticos. Las fuerzas armadas, agentes de conquista, represión y terror de las hijas predilectas de la Iglesia, han encontrado y siguen encontrando todos los alientos, las justificaciones y las bendiciones que han querido. Nada importan las víctimas y sus sufrimientos si se asegura la imposición de la fe, que “es mucho más importante que la moral” (puede haber fe sin moral pero no moral sin fe

El pacifismo hipócrita que propala la absurda y herética afirmación del “valor supremo y absoluto de la sangre, ninguna causa, por justa que sea, vale una sola gota de sangre” etc., se alterna, cuando conviene, con la condena de la no-violencia, del Concilio de Arles al siglo XXI. El silencio o la aprobación encubre o conforta los crímenes de militares y clérigos falangistas, carlistas y franquistas. “El quinto no matar, nunca y por ningún motivo”, no obliga a los fuertes y los opresores, sino a los débiles y los oprimidos, cuyos sufrimientos son justo castigo de Dios por atentar a la sacrosanta unidad de España y Francia. “Matar es pecado, pero no es pecado, sino virtud y obligación, cuando se trata de servir a Dios y a España. Benditos sean los cañones si en las brechas que abren florece el Evangelio”.

Tras la guerra de conquista de 1936, el monopolio de la violencia se acompañaba de nombres, símbolos, efigies, placas y monumentos de España, del Caudillo y de la Falange, “a los gloriosos caídos por Dios y por España y a los mártires de la Cruzada”, impuestos a los fieles y los infieles intramuros y extramuros de los templos. La marcha granadera y la bandera española se confundían con el alzar de la hostia y el cáliz, el Santísimo Sacramento de la Eucaristía compartía palio con el sanguinario, cruel y vengativo tirano y su familia, responsables de los inmensos sufrimientos de hombres, mujeres y niños indefensos.

Ni la represión directa, persecución, degradación, destierro, sustitución, encarcelamiento, tortura y fusilamiento de curas, frailes y monjas, ni la subyugación de las conciencias, ni el bombardeo terrorista de los templos (con los fieles dentro) han sido inconveniente para una Iglesia que nunca ha aplicado aquí sino a contrario los principios oficialmente proclamados sobre el clero indígena, los derechos humanos, el derecho de autodeterminación de todos los pueblos. En la victimología y el martirologio eclesiásticos, los curas fusilados por instigar y apoyar la sublevación franquista lo fueron por su fe católica, los perseguidos, degradados, desterrados, encarcelados, torturados y fusilados por “estos buenos militares” lo tuvieron merecido, por oponerse a la Cruzada contra el comunismo internacional, al sacrosanto nacional-catolicismo español, por el imperio hacia Dios.

La instigación y el apoyo de Inocencio III y Julio II a las guerras de agresión y conquista de sus hijas predilectas se han visto pertinazmente desarrollados a través de los siglos hasta la ofensiva contemporánea de los Pacelli y Wojtyla contra un pueblo al que nunca han perdonado no someterse dócilmente a sus dictados, no haberse incorporado a la reacción fascista y el Movimiento nacional franquista sino haber resistido y combatido contra ellos.

En Europa, como en Abisinia, Filipinas, Cuba, Marruecos o Argelia, la Jerarquía bendice los crímenes del nacional-catolicismo y las guerras coloniales de dominación y exterminio. Su instancia suprema condena el “nacionalismo exagerado”, (según desvergonzada extensión analógica de la encíclica Mit Brennender Sorge), pero bendice el “nacionalismo moderado” de “España valor moral”. A la exaltación del derecho imperialista y fascista, corresponden la negación del derecho de libertad, autodeterminación y legítima defensa, la persecución, el desprecio y la humillación para el pueblo, la cultura, la lengua, la identidad nacional de las víctimas de la Cruzada. Las encíclicas de Roncalli, Mater et Magistra y Pacem in Terris pasaron al desván de los trastos viejos, la Divini Redemptoris, como la Mit Brennender Sorge, se utiliza en cuanto, como y cuando conviene.

Adoptan plenamente esta actitud ideológica y política, la estrategia y el derecho vaticanos, sus excomuniones, sus Cruzadas y su diplomacia, la organización, la administración y la actividad apostólica, sacramental y litúrgica eclesiásticas. La diócesis se asimila a la provincia o el departamento y hasta el nombramiento y la investidura de los obispos se realiza por el respectivo ministro del Interior francés o español.

El nacional-catolicismo hispano-vaticano, la indefectible instigación y participación eclesiástica en el despotismo, el fascismo, el terrorismo y el colonialismo, su negación incesante de la libertad y los derechos fundamentales de los hombres y de los pueblos son reveladores de la depravación y la perversión moral que son matriz, guía y pauta ideológicas de tal modo de comportamiento.