Iparla: El Pueblo vasco bajo el imperialismo (10)

http://iparla.wordpress.com/iparla/

10

“Todo imperio perecerá”. Los imperios se deshacen, obligados a abandonar su dominación sobre los pueblos que subyugaron por la violencia y el terror y que recuperan, uno tras otro, su independencia nacional, no sólo en continentes diversos y lejanos sino en la pequeña península europea del heartland, la “tierra central”. El significativo retorno de las naciones a sus territorios históricos geopolíticamente condicionados y constituidos manifiesta, en simple y cartográfica perspectiva, la anómala, extravagante y extemporánea condición de los residuales imperios del extremo occidente europeo.

La historia comparada muestra la diversidad evolutiva de los imperialismos, pero confirma que el imperialismo no retrocede nunca de forma voluntaria, espontánea, racional o razonable. Su remisión o limitación sólo se da cuando encuentra resistencias que no puede superar.

Una dominación política puede prolongarse algún tiempo. Pero el sometimiento indefinido de un pueblo con reservas vitales, sentido de la propia identidad, conciencia nacional y estatal arraigadas, voluntad determinada, es siempre problemático. “Basta que un pueblo, incluso sin armas, esté resuelto a hacerle la vida imposible a un conquistador para que éste descubra poco a poco la vanidad de las conquistas”. Esta visión optimista supone condiciones y formas que están lejos de ser universales. Un pueblo subyugado alcanza más pronto o más tarde la independencia, a menos que lo liquiden antes, en cuyo caso no puede ya alcanzar nada. “A condición de pagar el precio, utilizando plenamente la fuerza de un ejército, no es imposible, en pleno siglo XX, abatir una voluntad popular, cuasi unánime, de resistencia o de liberación. Donde el conquistador tiene la posibilidad y la voluntad de acometer, como fin o como medio, la destrucción del pueblo subyugado, las conquistas no son fatalmente vanas”.

Frente al poder político establecido, “la mayor parte de las veces, los rebeldes, sobre el papel, no tienen ninguna posibilidad de éxito. Los que detentan el poder mandan al ejército y la policía: ¿cómo hombres sin organización y sin armamentos podrían salir vencedores? Por tanto, si el poder obtiene la obediencia de sus servidores, no lo consiguen. Evitemos las mitologías. Los rebeldes con las manos vacías son irresistibles cuando los hombres del poder no pueden o no quieren ya defenderse”. Si los gobernantes ordenan disparar contra ellos, y las fuerzas armadas hacen lo que les mandan, manifestaciones, motines, revueltas, insurrecciones y sublevaciones se disuelven o se aplastan. La revolución se interrumpe y se difiere si se dan y se preservan sus fundamentos políticos, sociales, económicos y culturales, en caso contrario, se liquida por el triunfo absoluto de la contrarrevolución y la aniquilación de los revolucionarios. Si los gobernantes no ordenan disparar, o las fuerzas armadas se niegan a obedecer, el poder deja de serlo, la revolución está en marcha, al menos por un tiempo.

Si el conflicto se da entre diversas naciones, o terceros actores intervienen de un lado o de otro o de ambos, un conflicto es o se transforma en internacional. La lucha por la libertad nacional presenta, además de las constantes genéricas de los conflictos sociales, otros caracteres propios, específicos, que determinan la estrategia de los movimientos por la independencia nacional, las formas y perspectivas de la revolución, la reacción de la administración y las fuerzas armadas, que difieren sustancialmente en un conflicto colonial de las que se producen entre las fuerzas internas de un Estado nacional.

Dados los medios de represión y condicionamiento de que el poder político dispone en la actualidad, es cada vez más difícil desplazar a un gobierno bien establecido e implantado. No es el pueblo, sino la intervención más o menos discreta, directa, camuflada o abiertamente armada de las potencias hegemónicas la que realmente opera y decide entre la revuelta y la revolución, transformando la una en la otra. En Yugoslavia como en Libia, no son los pueblos los que imponen la dominación de “los Estados civilizados” de Occidente, sino los bombardeos bajo las siglas NATO y UNO.

El apoyo de los institucionalistas periféricos al belicismo y el revanchismo afro-asiáticos de franceses y españoles, de la expedición de Suez a las últimas ingerencias transcontinentales, no es cuestión de oportunismo parlamentario ni tendencia de última hora, sino reiteración en los temas favoritos del más retrógrado colonialismo. “A lo que no puede volverse es al abandono de la selva a la vida salvaje; y lo que el sentido de responsabilidad – aparte otros motivos de realidad evidente – nos impedirá en cualquier evento, es arriar de las colonias los pabellones de Portugal y España para que sean izados los de naciones extrañas al ámbito ibérico”. Bajo la completa dominación alienígena de su propio país, pensaban ya en participar en “el progreso, el desarrollo” y la explotación de las colonias portuguesas. Habían olvidado que el fundador de su Partido afirmaba el derecho de independencia inmediata de todos los pueblos o naciones, sin exclusión ni excepción de razas o de territorios. Y esto en las fechas en que “liberales y social-demócratas” de los grandes imperios europeos impulsaban y apoyaban la dominación y la explotación de las colonias, negaban el derecho de autodeterminación y se preparaban para meter al mundo en la más terrible de las guerras coloniales, “la guerra imperialista por ambos lados” de 1914-18.

Sobre el tablero geopolítico internacional, los pueblos y Estados pequeños, débiles y aislados carecen de importancia estratégica, aunque pueden ser táctica, provisional y localmente tomados en alguna consideración por las grandes potencias, si llegan a insertarse en los organigramas de contradicción, conflicto y equilibrio de aquellas, dando lugar a variantes más o menos diversas y estrechas de satélites, clientelas y protectorados.

En última instancia, un pueblo sólo puede contar con sus propios recursos y su propia resistencia para preservar la libertad nacional o acceder a ella, condición previa para acceder a todas las demás. No hay otra base de alianza o negociación. Las alianzas no pueden paliar a la propia debilidad política, sólo la fuerza y la determinación propias permiten las alianzas. Si un pueblo no las tiene o las obtiene por sí mismo, no las obtendrá nunca de las “grandes” naciones, menos todavía de otras tan débiles como él. Un pueblo-isla, no tiene aliados “naturales”. Tampoco los tiene artificiales, pues todo poder político, incluso, reducido, reciente o incipiente, busca la alianza con los poderosos y desprecia a los débiles.

En política no hay más aliados, ni más seguridades, ni más confianzas, ni más palabras dadas, ni más pactos, ni más derechos que los que se fundan en la relación estratégica de fuerzas. Para un pueblo oprimido, toda alianza internacional, con los fuertes o con los débiles, es circunstancial, volátil, provisional y precaria, debe transformarse de urgencia en refuerzo del propio núcleo estratégico antes de que sea demasiado tarde, y es tarde casi siempre.

Si la solidaridad, la comprensión o el reconocimiento de los opresores es un vano e inepto sueño, la solidaridad de los pobres, los oprimidos y los colonizados es un cuento romántico para engañar y exprimir a los eternos ilusos. En una sociedad de yuxtaposición nacional y estatal, la solidaridad en la lucha internacional contra el imperialismo no existe. La lucha internacional contra el imperialismo es una quimera, los pueblos, libres o subyugados, se ocupan de sí mismos, de sus propios asuntos e intereses, nada les importa que sea a costa de los demás, cuya opresión les tiene sin cuidado. Ninguno de ellos sacrificará sus posibilidades reales o imaginarias de obtener el apoyo de un Estado cualquiera, a la impresentable y ruinosa compañía de un pueblo pequeño, débil, ideológica y políticamente subdesarrollado. Los pueblos oprimidos, que para debilidad bastante tienen con la suya, buscan la protección de los más fuertes y evitan como la peste la temible y denigrante compañía de los más débiles. Apenas liberados, e incluso antes, no sienten necesidad más acuciante que la homologación con las potencias imperialistas y la profiláctica distanciación de los piojosos pueblos restantes, que tienen la inaudita pretensión de ser tan libres e iguales como ellos y titulares de los mismos derechos de autodeterminación y legítima defensa que los demás.

La solidaridad internacional entre los pueblos no debe confundirse con una indigna, humillante y estéril prestación unilateral, un reconocimiento a sentido único, una transferencia que permite ocultar la incapacidad para la defensa de la propia libertad y, por tanto, de la libertad de los demás. La libertad de todos empieza por la libertad de uno mismo. Tiene por condición el conocimiento y el reconocimiento del otro, no hay sociedad libre e igual sin alteridad (bestetasunik gabe) entre pueblos libres e iguales. Pero el desconocimiento, el desprecio y el odio hacia el otro, la negación de su misma existencia, son lo propio del imperialismo y el colonialismo.

Iparla: El Pueblo vasco bajo el imperialismo (9)

http://iparla.wordpress.com/iparla/

9

Los derechos humanos fundamentales son inherentes, originarios, inmediatos, incondicionales, continuados, permanentes, intransmisibles, inalienables, irrenunciables e imprescriptibles, condicionan, presiden y subordinan la problemática toda de la violencia, de la paz y de la política en general. Constitutivos de la libertad y la democracia, no se votan, ni se deciden, ni se piden, ni se conceden, ni se otorgan, ni se condicionan, no son materia de opción, no se remiten a mayorías o minorías, solamente se ejercen o se conculcan. No son accesorios que se toma o se deja o se falsea según el momento o la ocasión, por interés, venalidad, incompetencia, desenvoltura o simple oportunismo. Las infracciones contra los derechos fundamentales son crímenes internacionales intemporales e imprescriptibles de guerra, contra la paz y la seguridad y contra la humanidad.

La democracia no funda los derechos humanos, los derechos humanos fundan la democracia. La democracia es el poder político del pueblo, y no hay poder del pueblo sin derechos humanos fundamentales. El derecho de autodeterminación es un derecho humano fundamental inherente a todos los pueblos. En cuanto tales, la libertad nacional y el derecho de autodeterminación son siempre democráticos.

Una invariable experiencia histórica demuestra que por donde el imperialismo pasa, los derechos humanos en general son hierbas que dejan de crecer y de existir. No hay derechos humanos en general donde falta en especial el derecho de autodeterminación de todos los pueblos, primero de los derechos humanos y previa condición de todos los demás. (No es ésta una jerarquía metafísica de “valores”, al uso de la propaganda monopolista, sino una prelación de orden objetivo, práctico, estratégico y político).

Un derecho de autodeterminación condicionado o diferido es una contradicción en los términos. El derecho de autodeterminación es el derecho fundamental de libertad o liberación inmediata frente al imperialismo, tiene por contenido la independencia política y nacional, sin condiciones ni dilaciones, “independientemente de la época en que la incorporación se realizó, independientemente también del grado de desarrollo o del estado atrasado de la nación incorporada por la fuerza o mantenida por la fuerza en las fronteras de un Estado. Independientemente, en fin, del hecho de que esta nación se encuentre en Europa o en lejanos países de ultramar”. La única voz de orden que corresponde al derecho de autodeterminación es “¡Fuera de los territorios ocupados y colonizados!”

El llamado “derecho a decidir” que los institucionalistas armados y desarmados exigen, no es el derecho de autodeterminación de todos los pueblos con un nombre “más claro” para la misma cosa, es su completa desubstancialización. Es el sabotaje del derecho internacional de autodeterminación de los pueblos, la negación de la realidad del imperialismo, en un esfuerzo vano para obtener la benevolencia y la homologación del régimen dominante hacia un proyecto aceptable, conciliable, recuperable y asimilable para lo que llaman “el Estado”, es decir el Estado que colaboracionistas y cómplices reconocen como suyo. Las consecuencias prácticas son difíciles de exagerar: no cabe procesamiento estratégico de un derecho cuya naturaleza se desconoce, oculta o falsea.

Ni el Pueblo vasco, ni ningún otro, tiene derecho a decidir nada en lo que concierne al derecho de autodeterminación de todos los pueblos como derecho fundamental e inherente que, por serlo, precede a toda decisión y donde no hay nada que decidir. El derecho a decidir bajo el imperialismo es el derecho del imperialismo a decidir por la agresión, la conquista, la ocupación, la anexión, la colonización y el genocidio, es el derecho del imperialismo de determinar a los demás.

Los institucionalistas aborígenes combaten la independencia incondicional e inmediata, que “sería imponer, lo que no sería democrático”. Pero no ven imposición ninguna en las guerras de conquista y anexión, en la subyugación, la represión y el terrorismo que fundan el presente régimen de ocupación, ni ponen condiciones para someterse a él. Toda política y todo derecho son imposición por la violencia y discriminación, pero son la autodeterminación y la legítima defensa los que suscitan los hipócritas escrúpulos de los colaboradores y cómplices del imperialismo, no la agresión y la opresión.

Califican de antidemocrático todo lo que no provenga del régimen español y francés que llaman democrático, fundamento, condición y punto de partida según ellos de todo derecho y de toda política de autodeterminación. La voluntad nacional debe determinarse bajo la dominación política, económica, demográfica e ideológica de los monopolios de violencia y propaganda del régimen de ocupación, que niegan previa y oficialmente el pueblo, el Estado y el derecho de autodeterminación.

Alfonso VIII e Inocencio III, Fernando el Católico y Julio II, Louis XIII y sus sucesores atacaron y usurparon el Reino de Nabarra por la violencia y el terror, sin condiciones previas, ni votos, ni consultas ni elecciones “para conocer la voluntad de los pueblos” antes de la conquista y la anexión. Pero, cuando menos, ni ellos ni el general Franco invocaron “la democracia y los medios exclusivamente pacíficos para obtener fines políticos” como hacen los institucionalistas armados y desarmados.

Legitimación y reconocimiento inmediatos y sin condiciones para el imperialismo, condiciones, obstáculos y dilaciones para la libertad, la defensa o la restauración de las naciones y los Estados subyugados, es así como entienden los agresores y sus colaboradores o cómplices indígenas, institucionalistas armados y desarmados, el derecho de autodeterminación de los pueblos. (La extravagante exigencia pseudo-democrática de subordinar el derecho de autodeterminación al derecho de ocupación, anexión y colonización fue paradójicamente sostenida por los institucionalistas, de forma tan suficiente, arrogante y agresiva como carente de argumentos, en el Congreso general de la Liga internacional para la defensa y la liberación de los pueblos, Donostia Noviembre de 1999).

Los institucionalistas armados y desarmados confirman formalmente con el derecho a decidir que la nación ocupada y oprimida no existe, que la resistencia nacional no puede fundarse sobre ella, que la independencia nacional no es un derecho fundamental sino una vaga y vana aspiración. Niegan, por todos los medios a su alcance, los derechos fundamentales, inherentes a todos los pueblos, de autodeterminación y legítima defensa, que proclaman en palabras las NU y, en lo que les concierne, reivindican todos los Estados y todos los movimientos de liberación nacional del mundo. Derechos de autodeterminación y legítima defensa son inseparables, un derecho sin defensa no es un derecho.

En la ideología institucionalista, la nación, como fundamento y agente de la libertad nacional y del derecho inherente de independencia o autodeterminación, que afirman todos los movimientos de liberación nacional del mundo, deja paso a la nación que no existe, con el vago objetivo o la vana pretensión de un nacionalismo sin nación de “formar” o procrear la nación en el mismo sistema institucional que la niega. “Somos un pueblo con derecho a formar una nación, este país ha roto aguas, y vosotras las mujeres sabéis mucho de eso, será niño o será niña, pero viene criatura, una nación va a nacer”. La “nación” es, para los institucionalistas armados y desarmados, el objeto más o menos futurible de un proyecto, aspiración, pretensión, derecho o perspectiva “secesionista” en el Estado democrático, el derecho de autodeterminación un pretendido derecho del nasciturus vasco, feto más o menos viable o abortivo que deberá formarse y alumbrarse desde los democráticamente virginales e inmaculados aunque preñados senos de las madres-patria portantes, las dos “grandes” naciones ocupantes, éstas bien actuales y, aunque embarazadas, bien determinadas a desembarazarse cuanto antes y por todos los medios de tan molesto e indeseable engendro.