Iparla: El Pueblo vasco bajo el imperialismo (14)

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El segundo franquismo Incorpora los temas y fetiches tradicionalmente reputados como democráticos, de que se prevale para afirmar la legalidad (legitimidad) del régimen “democrático, pacífico, no-violento, fundado en la ley, el sufragio “universal”, los votos y las elecciones libres, la voluntad de la mayoría, la razón, la persuasión, el diálogo, los pactos, la palabra, el consenso, el Estado de derecho, el imperio de la ley, la Constitución que nos hemos dado entre todos”, es decir que se han dado ellos para que la suframos los demás. Pero semejante régimen político nunca ha existido y no existirá jamás, ni aquí ni en ninguna parte. Lo que es formalmente absurdo no existe y no puede existir, pero la propaganda monopolista, con el apoyo de los institucionalistas armados y desarmados, hace creer cualquier cosa a las víctimas propiciatorias que el despotismo en funciones fabrica a mediáticas manos llenas.

Las instituciones y las elecciones, las mayorías y las minorías, no fundan nada, si no es por petición de principio. “El acto por el que un pueblo es un pueblo es el verdadero fundamento de la sociedad”. Las instituciones libres y democráticas lo suponen. “La ley de la pluralidad de sufragios es ella misma un establecimiento de convención y supone, al menos una vez, la unanimidad”. Formal y materialmente, las elecciones libres suponen la libertad política.

No son en ningún caso las elecciones etc., los factores básicos y constituyentes del poder político, es el poder político el que precede, funda, produce, condiciona y regula las elecciones etc., que no tienen más sentido ni contenido que los de la fuerza estratégica con que se realizan. Los votos y las mayorías no son una fuerza política, manifiestan y sirven las fuerzas políticas reales que, con o sin representación parlamentaria, determinan el comportamiento social.

El electoralismo obsesivo y el fetichismo de las urnas de los institucionalistas armados y desarmados tratan de hacer creer que su participación en las elecciones es el criterio y el medio supremos de la política, del derecho y de la democracia, la cuestión primera, central y crucial, el factor decisivo que funda, condiciona, prima, subordina, sacrifica y desplaza todas las demás y justifica los exorbitantes costes sociales de la operación. Creer que la actividad política consiste en “elecciones y acuerdos programáticos” o en cuestiones accesorias de propaganda, organización etc., es vivir en offside de la más elemental realidad. En realidad, subestiman la capacidad de las fuerzas populares ante las elecciones y fuera de ellas, sobreestimando en consecuencia la eficacia de la participación electoral.

Según la propaganda institucionalista, “la política se hace con los votos, en una sociedad política lo más importante es el voto, la democracia empieza con los votos y las elecciones, la democracia consiste en mandar diputados al parlamento <español>, la democracia es hacer lo que quiere la mayoría <de los españoles>, que se suban a un barril para pedir el voto de los ciudadanos <españoles>”, etc. Estas afirmaciones suponen que el régimen de ocupación es, “en realidad”, un régimen democrático por el simple hecho de convocar sus “elecciones”, cualesquiera que sean y en las condiciones que sean.

Donde “no hay más pueblo que el francés, o la soberanía nacional reside en el pueblo español, del que emanan los poderes del Estado”, sólo cuenta, formalmente, la mayoría (del Estado ocupante), y el sufragio “universal” es una farsa funcional, un truco ideológico. Una “minoría” previamente determinada y fabricada por la guerra, la ocupación y la colonización, no se convertirá jamás en mayoría. Un Estado sin división constitutiva y constituyente de poderes es un Estado totalitario, la dictadura es dictadura por formalmente mayoritaria que sea.

Electoralismo y parlamentarismo no reducen las contradicciones donde falta la homogeneidad política. “El procedimiento parlamentario se ha visto afectado en todas partes por la obstrucción organizada”, como los diputados irlandeses mostraron con su táctica pionera en el Parlamento británico. La heterogeneidad nacional se encuentra “en un conflicto insoluble con esas convenciones en las que se basa el parlamentarismo. Allí donde la homogeneidad existe, la Federación es jurídica y políticamente posible, la homogeneidad sustancial corresponde como supuesto esencial a cada uno de los postulados constitucionales. Allí donde falta, la estipulación de una ‘Federación’ es un pseudo-negocio nulo y equívoco”. La confederación y la federación son contratos bi o multilaterales. Un acuerdo, pacto, contrato o convención supone la pluralidad y la independencia de los contratantes, los Estados y las naciones que lo establecen. La decentralización administrativa, o autonomía en sentido estrecho, supone el Estado unitario.

Incluso en Estados nacionalmente homogéneos y relativamente democráticos, la función constituyente y legislativa se funda en la fuerza extraparlamentaria de la oposición, que precede y acompaña a las elecciones y los parlamentos. “La acción de las masas – una gran huelga por ejemplo – es más importante que la acción parlamentaria siempre y no solamente durante la revolución o en una situación revolucionaria. La experiencia histórica nos muestra que el fluido vivo de la voluntad popular rodea constantemente los cuerpos representativos, los penetra, los orienta”. Un parlamento de composición enteramente reaccionaria, con una oposición extraparlamentaria fuerte y determinada, realizará reformas que un parlamento “mixto” con una oposición débil y vacilante no adoptará nunca. Un parlamento sin oposición real no efectúa más reformas que las que convienen al poder establecido.

“Representarse las reformas legislativas como una revolución de larga duración y la revolución como una reforma condensada, es erróneo y antihistórico. La transformación social y la reforma legislativa son diferentes no por su duración, sino por su naturaleza”.

“Todo derecho de sufragio, como todo derecho político debe juzgarse según las condiciones sociales y económicas para las cuales está hecho”. La táctica de la oposición ante las elecciones se determina en función de su estrategia y ésta depende de la relación general de fuerzas, de la naturaleza del régimen establecido, del momento y la situación concretos. Indicaciones y contraindicaciones son paradójicas: el punto en que la participación electoral contribuye activamente o más activamente a la empresa de reducción y represión, recuperación y legitimación ideológica del régimen de ocupación, no se sitúa en la zona más baja y/o la más alta de la curva de desarrollo de la oposición popular, sino en su zona media, en la que las fuerzas extraparlamentarias alcanzan un nivel que no es reductible a la vía institucional pero tampoco las constituye en poder político dominante.

La “oposición institucional” ha demostrado su incapacidad para procesar estratégicamente sus “victorias”, ha hecho una cumplida demostración de cómo no debe utilizarse las elecciones para disminuir el peso y la proporción de una oposición democrática.

En el régimen imperialista y fascista votan los que los monopolios de violencia y propaganda quieren que voten, lo que quieren que voten cuando, como y donde quieren que voten. Si el resultado electoral no es “el que debe ser”, se cambian las reglas y los votantes, los manifestantes y los pueblos para asegurar el buen funcionamiento de la institución. De todos modos, el poder establecido juega con tan desmesurada ventaja política que procesa en su favor todos los resultados, le sean o no formalmente favorables. Las “mayorías” e incluso las minorías del poder establecido se utilizan efectivamente, los innumerables “triunfos” electorales de los institucionalistas periféricos son peripecias que se limitan, recuperan y entierran bajo el peso sin contrapeso de las instituciones.

En tales condiciones, o el pueblo tiene fuerza o no la tiene. Sin oposición estratégica, las “elecciones” se pierden siempre, la derrota está implícita en las condiciones que la preparan, y las gana el régimen que las organiza. Si tal oposición existe, no hay ni elecciones.

A la participación que, falta de desarrollo estratégico, convalida con o sin reservas la anexión, se oponen la abstención y el boycott, recurso natural, inmediato y radical de la resistencia de los pueblos a la conquista y la colonización. Son los medios más directos de “orientar los cuerpos representativos”, mil veces más efectivos que la participación electoral y parlamentaria.

Esconder el boycott político de las instituciones por la mayoría del Pueblo vasco, aun reducido a los estrechos límites de la espontaneidad de masas, ocultar y desvirtuar las más políticamente significativas cifras de abstención, que ellos declaran irrelevantes, en lo que llaman elecciones libres, democráticas y sin violencia, es una imperiosa necesidad para el régimen de ocupación, que necesita por eso los votos armados o desarmados, aunque algunos se contabilicen como inválidos o minusválidos. Lo es también para los institucionalistas locales, que necesitan y encuentran por eso y para eso el apoyo de los grandes monopolios mediáticos de propaganda de masas. Entre unos y otros el acuerdo es completo para reducir la resistencia popular a los límites de la vía institucional. “Vota a quien quieras pero vota. Aunque nosotros perdamos, una elevada participación es una buena noticia para todos”.

Lo que los adalides de la lucha armada y la guerra revolucionaria denunciaban en 1977 como traición al pueblo y a la democracia pasó a ser primera exigencia en 1979, primero como “complemento” de los atentados, votando en las elecciones “con el compromiso de no figurar” en los órganos institucionales. El compromiso se superó rápidamente con representantes, diputados y senadores a sueldo “democráticamente elegidos”. Pero sólo en democracia cabe tener actuaciones y representantes institucionales democráticamente elegidos. Cuando se subordinaron a la participación, los atentados pasaron a ser complemento de la vía institucional. Finalmente, el voto y la participación orgánica tenían por condición el compromiso de abandonar los atentados por “la vía democrática en ausencia de toda violencia”.

“Hemos declarado la guerra caliente a la abstención. Será carne o será pescao, pero descartamos totalmente la abstinencia”. La guerra revolucionaria contra el régimen de ocupación se transformó así en frente común con él para combatir y reducir la resistencia civil, pasiva, natural, espontánea u organizada del pueblo ocupado.

El resultado está a la vista. Cuando el poder político, que antes perdía el culo para conseguir que votaran, los echa a patadas de sus instituciones, poniendo en peligro privilegios y subvenciones, los promotores de la guerra revolucionaria se arrastran suplicando y mendigando que les dejen votar a toda costa. La guerra, la conquista, la opresión y la represión que fundan el régimen establecido no son impedimento apreciable y suficiente para que moderados y radicales lo acepten y reconozcan como democrático y no-violento, mientras les dejen votar a ellos.

El chantaje de exclusión electoral que el régimen aplica para condicionar la participación impone todas las abdicaciones ideológicas y políticas, exige y obtiene la traición expresa de los principios y los derechos fundamentales de los pueblos y los Estados.

Tras algunos contratiempos e imprevistos, la táctica gubernamental en cuestión de atentados ha terminado así por imponerse. La negociación-trampa, la tregua unilateral y la represión sin tregua y más unilateral todavía, han acabado con ellos en beneficio del institucionalismo puro y sin mancha.

El nivel de exigencia del poder político establecido ha subido de tal modo como consecuencia de los dislates de cincuenta años, que el peaje ideológico a pagar no permite escapatorias. El institucionalismo armado ha concluido en el reconocimiento y la apología del régimen establecido y del monopolio estatal de la violencia.

Poner de manifiesto la opresión y el terrorismo imperialistas, denunciar las ignominias de la represión, son tarea de toda oposición. Pero, al supeditarla a la participación electoral a toda costa, el medio elegido destruye al fin perseguido. Si “los hechos han demostrado que ir a las elecciones es la única manera de poder decir algo en este país” (1979), pero no decir nada, o algo peor, es la única manera de ir a las elecciones, si para concienciar a las masas sin formación ni información hay que participar, y para participar hay que callar o proclamar el carácter democrático y no-violento del régimen imperialista, la táctica electoralista de concienciación se contradice a sí misma. No se puede concienciar a quien no lo está optando por “la vía institucional democrática y no violenta”, lo que implica la apología del régimen y la negación de la realidad del imperialismo. (Si todo es un truco para estar en las elecciones y el pueblo lo sabe, no está tan deconcienciado como dicen).

Tras treinta y tres años perdidos para tragar la píldora y hacérsela tragar a sus seguidores, la burbuja ilusionista-del institucionalismo armado y desarmado se ha desinflado. La autosugestión-intoxicación colectiva, el triunfalismo y la euforia de las campañas y las “victorias” electorales, las gratificaciones, compensaciones, rentas y delicias de la gestión y el reformismo institucionales tratan de ocultar la bancarrota de la lucha armada. Pero no son las elecciones municipales y regionales, en ausencia de toda oposición estratégica, las que van a abrir una nueva era.

Faltos de la referencia de la resistencia popular en que no han creído nunca, confunden el oportunismo y el electoralismo con la política de liberación. A eso le llaman concienciar al país. Si lo que pretenden es volverlo idiota no podrían hacerlo mejor.

Si estar en las elecciones es el objetivo supremo, al que se supeditan y sacrifican también “la lucha armada y la guerra revolucionaria”, bastaba con no haberlas empezado. Las “elecciones”, que antes estaban abiertas a todos, seguirían estándolo, porque no se habrían cerrado a nadie.

Denostar al institucionalismo tradicional durante cincuenta años, para hacer luego lo mismo que él, en peores condiciones que antes, es una “alternativa” cuyas consecuencias eran previsibles, previstas y anunciadas, (véase, por ejemplo, “Otra vez elecciones generales”, en Iparla 1979, etc.

Iparla: El Pueblo vasco bajo el imperialismo (13)

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La vía institucional tiene corolario, consecuencia y complemento en los atentados. Cretinismo institucional e infantilismo armado no integran los términos de una alternativa política, son, por carencia constitutiva, la misma cosa. “Tienen una raíz común” en la sobreestimación del institucionalismo y los atentados y la subestimación de la potencia efectiva del poder establecido. Revelan la misma incapacidad y llevan a los mismos resultados.

La complementariedad funcional de moderados y radicales hace de ellos “rivales” ideales, cada grupo presentándose como remedio a la inepcia del otro. Ambos se producen y reproducen mutuamente, se nutren de la noria genética de movimiento continuo que produce partidarios de “la lucha armada y la guerra revolucionaria” con los desengañados y desesperados desechos de la vía institucional, y reproduce partidarios de la vía institucional con los desechos desengañados y desesperados de la lucha armada y la guerra revolucionaria. En la reaccionaria división del trabajo que han desarrollado, “la lucha armada y la guerra revolucionaria” recuperan los excedentes de la vía institucional, convierten a los más ingenuos, incautos o atolondrados de sus seguidores, frustrados por la colaboración o exasperados por la represión y la provocación fascistas, en desesperados a los que lleva a poner la cara en el lugar más adecuado para que se la rompan, con la represión, la tortura, las prisiones lejanas, los cementerios y los cada vez más problemáticos exilios como destino, en un régimen que dispone de un poder de represión y represalia arbitrario e ilimitado contra individuos, familias y pueblos. La frustración institucional lleva a los atentados. El fracaso de los atentados devuelve a la vía institucional. Recurrencia asimétrica y mal equilibrada, de evolución inevitable y fatal desenlace. El desequilibrio estructural de este nuevo dualismo de legalidad-ilegalidad es tal que sólo puede subsistir mientras el régimen necesite de él para prevenir y recuperar la agitación incontrolada de las colonias periféricas.

El Terror de masas crea las condiciones sociales de opresión, subdesarrollo, frustración y desesperación que hacen posibles los atentados, que sólo existen como correlativos de los monopolios de violencia y terrorismo. Sin agresión y ocupación imperialista no habría atentados. Los atentados, tardía reminiscencia romántica y apologética del desastre de 1936 y costosa y ruinosa aplicación analógica de la experiencia, previamente ignorada o falseada, de Irlanda y Argelia, son exponente de la impotencia política de un pueblo bajo la ocupación, de la ausencia de estrategia, instituciones y clase política propias, del primitivismo y la debilidad, el subdesarrollo y el retraso cultural de la nación subyugada y de la obra funesta de los institucionalistas armados y desarmados. Son una consecuencia, un síntoma, un efecto, un revelador, un reductor, una válvula de seguridad, una tapadera del problema real que constituyen el imperialismo y el fascismo, una provocación, una coartada, un medio de facilitar e intensificar y un pretexto para disimular y justificar la violencia y el terrorismo de Estado. Cuando el agotamiento y la destrucción de recursos exorbitantes de los resultados, la quema continua e injustificada de militantes, no los transforman en arrepentidos, tránsfugas y renegados al servicio del fascismo en el poder. (La infiltración social-imperialista, muy activa en los años sesenta, ocupó entonces la dirección burocrática de la organización activista, instalándose luego en su ambiguo y más discreto entorno).

Con los atentados, pierden siempre los que con medios derrisorios y cada vez más obsoletos y anacrónicos pretenden enfrentarse a los monopolios de violencia y terrorismo de masas en su propio terreno. Hablar de negociación inevitable, como pretensión o logro consumado de los atentados, con la esperanza de que a fuerza de decirlo los poderes establecidos se lo crean, no engaña a nadie, sino tal vez a sus propios adeptos. La negociación política supone la relación de fuerzas que funda la negociación. Donde la disparidad es tan desmesurada como evidente no cabe negociación, ni siquiera capitulación, sino rendición sin condiciones. (No hay “treguas unilaterales” donde la represión no se detiene nunca. No hay “comandos” sin guerra ni ejército).

“El acontecimiento capital de estos últimos cuarenta años”, la “nueva resistencia”, que iba a “sacar de la postración, la inconsciencia, el letargo a un pueblo embrutecido, vencido, rendido y sumiso, restaurando su conciencia y su voluntad perdidas”, surge “en una población completamente alienada, en vía de asimilación total”. Pero en una población así no surge nada, ni siquiera atentados. Los atentados organizados y repetidos durante cincuenta años en las proporciones y las condiciones más desfavorables no se producen sin pueblo y sin resistencia popular. Los atentados suponen un pueblo y una resistencia limitados y frustrados, no su inexistencia. (Los insultos de la propaganda monopolista sobre “malhechores, delincuentes y criminales apolíticos y comunes, psicópatas, canallas, cobardes, bandidos y asesinos, mafiosos, matones, chulos y sinvergüenzas, gentuza repugnante y asquerosos cabrones hijos de puta, que dominan y aterrorizan a una población indefensa y se pasean ante las viudas y los huérfanos de sus víctimas como auténticos chulos” no hacen sino repetir y acrecer de forma inédita los infundios materiales y formales de los servicios coloniales de intoxicación de masas desde que el imperialismo existe sobre la tierra. Son ideológicamente rentables, pero no explican nada. Contradicen la observación empírica como la consideración sociológica, pero revelan el furor y exasperación ante las consecuencias de un conflicto social que la violencia y el terrorismo de Estado no aciertan a liquidar).

Es significativo que los propios adictos de “la lucha armada y la guerra revolucionaria” coinciden con los monopolios de propaganda en negar la resistencia popular y, en general, todo lo que no sea ellos. Presentar los movimientos de masas de los años cincuenta y sesenta, el alza correspondiente de la presión ideológica y cultural, como prueba de la ausencia de oposición popular y como logros de los atentados, es falsificar y hacer inexplicable la realidad, rebajar el país que se dice defender, invertir la causa y el efecto, al servicio de la subclase política retardataria y reaccionaria que embrutece el país en provecho de la dominación alienígena.

A fin de ocultar el inevitable, inmanente y desastroso resultado de la política de liquidación ideológica y política por ellos promovida en las condiciones del fascismo triunfante, a fin de validar ensalzar, exaltar, sublimar, preservar, promover y acreditar por referencia la falsificación romántica de la historia y la función prometeica, demiúrgica y taumatúrgica que se atribuyen, sus dirigentes han tratado siempre de ocultar y devalorizar, teórica y prácticamente, la realidad y la función del pueblo mismo como agente ideológico y político, no han dudado en desacreditar y humillar al país que dicen representar y defender, negando con ello el fundamento mismo de la implementación estratégica.

La guerra es insubsumible en el institucionalismo. Los atentados y el institucionalismo son también incompatibles, vacíos o contradictorios, legalidad e ilegalidad no se combinan, complementan o apoyan mutuamente, sino que se destruyen entre ellas. Entre el institucionalismo puro de un lado y los atentados de otro, el “modelo mixto”, bietan jarrai, no es una combinación, una variante intermedia o un truco táctico, es la transición del abandono de los atentados a la adopción de los fines y medios del reformismo institucionalista tradicional. Sucesivos hundimientos, desprendimientos y corrimientos de terreno originan los espacios y “partidos” intermedios, las esclusas y las escalas del recorrido. Un servicio permanente de autobuses de cercanías con parada y fonda, facilita y hace más discreto y menos doloroso el inevitable tránsito entre las estaciones.

O las masas están suficientemente “concienciadas” para conformar una oposición política o no lo están. El socorrido recurso a “la concienciación y la excitación” como finalidad de los atentados es un intento tardío de paliar su fracaso como acción política, “uno de los estadios de la desagregación y la decadencia de este tradicional círculo de ideas. ¡Sería difícil imaginar una argumentación que se refute a sí misma con más evidencia! ¿Hay tan pocos hechos escandalosos en la vida política que se necesita inventar medios de ‘excitación’ especiales?”

La propaganda institucionalista repercute la variante “moderada” e hipócrita de la propaganda oficial, según la cual los atentados son el único o el principal obstáculo para la negociación y la solución del conflicto, su erradicación el objetivo prioritario del Estado, (pretensión absurda, porque el Estado ha podido siempre acabar unilateral e inmediatamente con los atentados Pero el abandono de los atentados, que deja paso al institucionalismo puro, no acarrea el fin de la opresión, la represión y la persecución contra el movimiento de liberación nacional en cuanto tal, sino que las intensifica y extiende. La sagrada unidad del imperio como supremo objetivo político aparece sin los subterfugios de la propaganda.

No son los atentados lo que preocupa al poder político, que sabe muy bien como utilizarlos para aumentar y justificar ante la opinión la represión, para ocultar hipócritamente el papel de la violencia y el terrorismo institucionales. Lo que realmente preocupa al imperialismo es la persistente y tenaz voluntad nacional de los pueblos, su resistencia irreductible al régimen de ocupación y colonización aun después de siglos de dominación ideológica y política. Los atentados, en sí políticamente inofensivos, exasperan la natural ferocidad y provocan la irritación, la impaciencia y el furor vengativo y xenófobo del predador, pero no son un problema estratégico, un peligro ni una amenaza para el imperialismo y el nuevo orden o desorden imperial o hegemónico. La violencia y el terrorismo de Estado, de todo signo, han sido siempre y siempre serán más extensivos, activos y efectivos que los atentados, de otro modo no serían de Estado ni los atentados serían atentados. Han causado, en un solo día y una sola hora, pérdidas y sufrimientos humanos, militares y civiles incomparablemente mayores que todos los atentados de la historia universal juntos. Pero los monopolios ideológicos de lavado de cerebro, propaganda e intoxicación de masas, que corresponden a los monopolios de violencia y terrorismo, hacen creer hipócritamente lo contrario a las masas ideológicamente indefensas. Con la complicidad de los institucionalistas armados y desarmados, que encuentran su propio interés en resaltar los atentados y rebajar y disimular la violencia y el terrorismo de Estado.

“Las fuerzas armadas de ambas partes están negociando en Argel para fijar el marco político en que nos vamos a mover. Algún día tendrán que negociar”. Si antes eran la guerra y los atentados el medio de alcanzar la libertad, ahora son la tregua unilateral, la renuncia a la violencia y la ausencia total de atentados la condición absoluta de la solución del conflicto, según el “nuevo” institucionalismo. “Aquí empieza hoy la marcha a la independencia. El año que viene celebraremos aquí mismo la independencia. Mi partido tiene muy claro que la solución para el problema vasco está en el diálogo. Nosotros sostenemos que el proceso de solución del conflicto vasco ha llegado a un punto avanzado e irreversible. Hace falta mucha discreción, para no poner en peligro las negociaciones. Ahora se va a abrir un nuevo proceso de negociación y todos los presos volverán a sus casas. Si se produce un solo atentado, la solución del conflicto desaparece para varias generaciones. Euskal gatazka bake-bidetik abiatua baitzaigu oraingoan. Eta zinez abiatua ere. Se ha abierto una nueva era. No vamos a repetir los errores de un pasado que ha quedado atrás. Es la hora de la política. El pueblo decidirá su porvenir en democracia, sin violencia, sin imposiciones de la normalización, sin ninguna violencia, por medios exclusivamente pacíficos, políticos y democráticos. Etc.

La lucha armada revierte finalmente al institucionalismo puro, porque sus protagonistas no tienen ni la menor idea de una estrategia de sustitución. Con el abandono de los atentados como pretendido factor estratégico, se cierran cincuenta años perdidos de rodeos y atajos para volver al mismo sitio, en condiciones mucho peores que antes. Si la ausencia de atentados y el monopolio absoluto de la violencia por el imperialismo “abren una nueva era política”, no se necesitaban “treguas” y amnistías para llegar a eso, bastaba con no haber empezado. El ruinoso derroche de recursos, tiempo y trabajo disponibles se habría evitado. Muchos muertos estarían vivos, los fugitivos en casa y los presos en la calle porque no habrían entrado en la cárcel.

La “normalización política sin ninguna violencia, por medios exclusivamente pacíficos, políticos y democráticos”, (sin perjuicio del reconocimiento del monopolio estatal de la violencia), es la palabrería formalmente absurda, reaccionaria, vacía, engañosa, equívoca y contradictoria que acompaña y encubre la conversión o reconversión a la honorabilidad institucional y el reconocimiento del monopolio imperialista de la violencia. Sin violencia, no hay política, ni derecho, ni instituciones, ni democracia, ni Estado, ni elecciones, ni candidatos a nada, ni imperialismo que combatir. El pasado que ha quedado atrás es el presente por él constituido. Si la “normalización” de que tanto se habla es la de libertad de los pueblos según el derecho internacional, es incompatible con las instituciones del régimen de ocupación.

Son los temas predilectos de la propaganda oficial los que reaparecen apenas encubiertos en la ideología institucionalista.