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Iparla: El Pueblo vasco bajo el imperialismo (3)

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En la política multisecular que el nacionalismo imperialista español y francés, despótico-asiático, absolutista o republicano, ha practicado siempre en este país, la guerra de conquista de 1936 fue el mayor esfuerzo nunca realizado para liquidar por la vía rápida y de una vez para siempre la creciente resistencia del pueblo ocupado. Las directrices y prospectiva de Cisneros y Lebrija para ensanchar y homogeneizar el Estado-nación español mediante la liquidación del pueblo y el Estado ocupados, alcanzaron un nivel de realización sin precedentes.

Era explicable la euforia de los conquistadores y los asesinos: “Ha triunfado la España una, grande y libre. Ha caído vencida, aniquilada para siempre, esa horrible pesadilla siniestra y atroz que se llamaba Euzkadi. Podían discutir sobre los supuestos derechos de Vizcaya a su autonomía o gobierno propio. Desde ahora hay una razón que está por encima de todas. La razón de la sangre derramada por defender la sacrosanta unidad de la Patria. No reconocemos más derecho que el derecho de conquista. Perseguiremos a los nacionalistas vascos por los montes como a fieras salvajes. Vizcaya es otra vez parte de España por pura y simple conquista militar. La espada de Franco ha resuelto definitivamente el litigio. En estas horas trágicas de cruzada nacional están junto a nosotros la Alemania de Hitler, la Italia de Mussolini y la Portugal de Oliveira Salazar”.

En materia de nacionalismo imperialista y colonialista, como en materia de corrupción, la “izquierda liberal, republicana o socialista” oficial ha ido generalmente más lejos y es más doctrinaria, radical, destructora e innovadora que la derecha, a la que sirve de auxilio, recurso, coartada y sustituto para remediar a sus propias carencias y limitaciones. Para los “conservadores”, la historia, las constantes sociológicas, el derecho precedente, los pactos fundacionales, la santa tradición, son o se dicen valores fundamentales ideológicos y políticos. El constructivismo “de izquierda“ hace tabla rasa de los pueblos, las naciones y los Estados de los demás, inventa e impone por la violencia y el terrorismo la propia nación-Estado o Estado-nación.

De hecho, “liberales, republicanos, socialistas, comunistas y anarquistas” españoles nunca se quedaron atrás en radicalismo nacionalista. Se manifestaron cada vez más abiertamente como nacionalistas a secas y, de hecho, no son otra cosa: “Yo no he sido nunca lo que llaman españolista ni patriotero. Pero ante estas cosas me indigno. Y si esas gentes van a descuartizar a España, prefiero a Franco. El sistema de Felipe V era injusto y duro, pero sólido y cómodo. Ha valido para dos siglos. Es una constante de la historia de España la necesidad de bombardear Barcelona cada cincuenta años. El decreto de Franco aboliendo la autonomía de Cataluña tenía apasionados suscriptores entre los republicanos. No estoy haciendo la guerra contra Franco para que nos retoñe en Barcelona un separatismo estúpido y pueblerino. Con el derrumbamiento del frente vasco, nos hemos sacado de encima un problema para mañana. Tenemos que agradecer a Franco que nos haya resuelto el problema vasco, que ya es cosa del pasado. No hay más que una nación: ¡España! Antes de consentir campañas nacionalistas que nos lleven a desmembraciones que de ningún modo admito, cedería el paso a Franco sin otra condición que la de que se desprendiese de alemanes e italianos. En cuestión de regionalismo, nos entendemos antes y mejor con los falangistas que con los separatistas”. (Etc., etc.

Si esto y cosas parecidas decían los españoles cuando practicaban la lucha de clases y la guerra civil entre ellos, puede colegirse lo que dicen y practican ahora que toda contradicción política ha desaparecido en favor de la reconciliación y la unión sagrada nacionalistas, y la lucha de clases interna y externa ha sido “abolida”.

En el juego de la guerra y la postguerra, había dos hipotéticos posibles ganadores o perdedores, pero los terceros periféricos, víctimas propiciatorias y perdedores designados y concertados, no tenían otra virtualidad que la derrota en todos los casos. Los republicanos los utilizaban para debilitar y retardar la ofensiva franquista sobre su frente principal, limitando o impidiendo la consolidación del Gobierno de hecho de Euzkadi, dejando a Franco la tarea de acabar finalmente con él, con la garantía de la legión Cóndor y la división Littorio. En esta causa perdida se movilizaron, diezmaron y desangraron los escasos o ilusorios recursos humanos y materiales del pueblo cogido en la trampa tendida por el fascismo internacional.

Españoles y franceses pueden diferir en materias de economía o de religión, pero son todos nacionalistas, en el peor sentido de la palabra. Las raras excepciones son individuales. Esta comunidad fundamental ha sido el cimiento y el cemento de la reconciliación nacional, espíritu de la “transición Dada la victoria total de la rebelión franquista, la “síntesis histórica de los contrarios” sólo podía consistir en la destrucción del nacionalismo vencido y su incorporación al vencedor. Gracias a ella, los diversos republicanos, que sostuvieron siempre la ocupación militar fundamento del imperio, se han integrado al franquismo en el poder y los franquistas oficiales alardean de democracia, sin que la falta de vergüenza tenga consecuencias negativas para ninguno de ellos. Conmemoran y celebran, conjunta y patrióticamente, la Constitución “liberal”, monárquica, nacionalista, colonialista, racista y esclavista de 1812, madre y modelo de las que la siguieron, imitación de la Constitución “liberal”, monárquica, nacionalista, colonialista, racista y esclavista de 1791. La represión de los movimientos de liberación nacional por el chauvinismo “de izquierda” es la más pletórica de todas, porque no sólo cuenta con la solidaridad de la reacción y la derecha conservadora tradicionales sino con la complicidad y el apoyo de “liberales y socialistas” de todo el mundo.

En lo que concierne a la cuestión nacional, “derechas e izquierdas” españolas y francesas, están y han estado siempre de acuerdo, y el diferencial restante no es antagónico, sino simultánea o sucesivamente complementario. En los territorios ocupados y colonizados, han servido siempre la lucha política e ideológica contra la libertad de los pueblos. Sus organizaciones son simple prolongación de las propias de la metrópoli colonial, de la cual dependen para todo. Encuentran su base local entre los colonos y los renegados, los componentes sociales naturalmente más agresivos, motivados, exigentes y resistentes del régimen imperialista.

El despotismo interno en España y Francia es históricamente inseparable del nacionalismo imperialista. El nacionalismo español no es producto del franquismo, el franquismo es producto del nacionalismo español. Los nacionalistas españoles son ahora legitimistas monárquicos, pero siguen siendo los nacionalistas totalitarios que siempre han sido. El social-imperialismo oficial deja constancia de ello. “Es ridículo hacerse la ilusión de que unas gentes que no defienden el derecho de autodeterminación de las naciones oprimidas, siendo parte de las naciones opresoras, son capaces de conducir una política socialista. Precisamente porque de hecho son imperialistas y no socialistas, y únicamente por esta razón. Han conducido el socialismo a esta vergüenza inaudita: justificar y disfrazar la guerra imperialista aplicándole las nociones de la ‘defensa de la patria’. No son socialistas e internacionalistas como pretenden sino “social-patriotas, chauvinistas y anexionistas”.

El “dualismo” social-nacional clase-nación, arma ideológica predilecta del social-imperialismo tradicional, prestó continuos e importantes servicios a la lucha contra los pueblos e hizo estragos entre los desvalidos defensores de la libertad nacional. Contó con la adhesión sin fallas de los institucionalistas indígenas armados y desarmados, que lo han mantenido siempre, aún después del abandono y la abolición oficial de la lucha de clases por el franquismo renovado y sus mentores occidentales. El dogma reaccionario del problema “irresoluble en nuestro tiempo, de la doble alienación nacional y social” mostraba que, efectivamente, la cuestión era irresoluble para ellos. La incapacidad, presentada como imposibilidad universal, de la autoproclamada vanguardia ideológica y política, verificaba también que no hay dogmatismo más nocivo que el dogmatismo oscurantista, inseparable de la represión de las ideas y la libertad de expresión.

La Iglesia católica no se ha opuesto nunca a la opresión y la violencia ni aquí ni en ninguna parte, sino todo lo contrario, siempre que sea en su propio beneficio. Las mayores matanzas y más espantosas crueldades de la historia han contado con la iniciativa, el impulso y la exaltación eclesiásticos. Las fuerzas armadas, agentes de conquista, represión y terror de las hijas predilectas de la Iglesia, han encontrado y siguen encontrando todos los alientos, las justificaciones y las bendiciones que han querido. Nada importan las víctimas y sus sufrimientos si se asegura la imposición de la fe, que “es mucho más importante que la moral” (puede haber fe sin moral pero no moral sin fe

El pacifismo hipócrita que propala la absurda y herética afirmación del “valor supremo y absoluto de la sangre, ninguna causa, por justa que sea, vale una sola gota de sangre” etc., se alterna, cuando conviene, con la condena de la no-violencia, del Concilio de Arles al siglo XXI. El silencio o la aprobación encubre o conforta los crímenes de militares y clérigos falangistas, carlistas y franquistas. “El quinto no matar, nunca y por ningún motivo”, no obliga a los fuertes y los opresores, sino a los débiles y los oprimidos, cuyos sufrimientos son justo castigo de Dios por atentar a la sacrosanta unidad de España y Francia. “Matar es pecado, pero no es pecado, sino virtud y obligación, cuando se trata de servir a Dios y a España. Benditos sean los cañones si en las brechas que abren florece el Evangelio”.

Tras la guerra de conquista de 1936, el monopolio de la violencia se acompañaba de nombres, símbolos, efigies, placas y monumentos de España, del Caudillo y de la Falange, “a los gloriosos caídos por Dios y por España y a los mártires de la Cruzada”, impuestos a los fieles y los infieles intramuros y extramuros de los templos. La marcha granadera y la bandera española se confundían con el alzar de la hostia y el cáliz, el Santísimo Sacramento de la Eucaristía compartía palio con el sanguinario, cruel y vengativo tirano y su familia, responsables de los inmensos sufrimientos de hombres, mujeres y niños indefensos.

Ni la represión directa, persecución, degradación, destierro, sustitución, encarcelamiento, tortura y fusilamiento de curas, frailes y monjas, ni la subyugación de las conciencias, ni el bombardeo terrorista de los templos (con los fieles dentro) han sido inconveniente para una Iglesia que nunca ha aplicado aquí sino a contrario los principios oficialmente proclamados sobre el clero indígena, los derechos humanos, el derecho de autodeterminación de todos los pueblos. En la victimología y el martirologio eclesiásticos, los curas fusilados por instigar y apoyar la sublevación franquista lo fueron por su fe católica, los perseguidos, degradados, desterrados, encarcelados, torturados y fusilados por “estos buenos militares” lo tuvieron merecido, por oponerse a la Cruzada contra el comunismo internacional, al sacrosanto nacional-catolicismo español, por el imperio hacia Dios.

La instigación y el apoyo de Inocencio III y Julio II a las guerras de agresión y conquista de sus hijas predilectas se han visto pertinazmente desarrollados a través de los siglos hasta la ofensiva contemporánea de los Pacelli y Wojtyla contra un pueblo al que nunca han perdonado no someterse dócilmente a sus dictados, no haberse incorporado a la reacción fascista y el Movimiento nacional franquista sino haber resistido y combatido contra ellos.

En Europa, como en Abisinia, Filipinas, Cuba, Marruecos o Argelia, la Jerarquía bendice los crímenes del nacional-catolicismo y las guerras coloniales de dominación y exterminio. Su instancia suprema condena el “nacionalismo exagerado”, (según desvergonzada extensión analógica de la encíclica Mit Brennender Sorge), pero bendice el “nacionalismo moderado” de “España valor moral”. A la exaltación del derecho imperialista y fascista, corresponden la negación del derecho de libertad, autodeterminación y legítima defensa, la persecución, el desprecio y la humillación para el pueblo, la cultura, la lengua, la identidad nacional de las víctimas de la Cruzada. Las encíclicas de Roncalli, Mater et Magistra y Pacem in Terris pasaron al desván de los trastos viejos, la Divini Redemptoris, como la Mit Brennender Sorge, se utiliza en cuanto, como y cuando conviene.

Adoptan plenamente esta actitud ideológica y política, la estrategia y el derecho vaticanos, sus excomuniones, sus Cruzadas y su diplomacia, la organización, la administración y la actividad apostólica, sacramental y litúrgica eclesiásticas. La diócesis se asimila a la provincia o el departamento y hasta el nombramiento y la investidura de los obispos se realiza por el respectivo ministro del Interior francés o español.

El nacional-catolicismo hispano-vaticano, la indefectible instigación y participación eclesiástica en el despotismo, el fascismo, el terrorismo y el colonialismo, su negación incesante de la libertad y los derechos fundamentales de los hombres y de los pueblos son reveladores de la depravación y la perversión moral que son matriz, guía y pauta ideológicas de tal modo de comportamiento.

Iparla: El Pueblo vasco bajo el imperialismo (2)

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En la lucha multisecular del pueblo vasco contra el nacionalismo y el terrorismo, la violencia y el terror de las guerras y la represión del pasado fundaron y prepararon la violencia y el Terror del orden presente. Los crímenes “de antes”, como los crímenes de ahora, siguen impunes y vigentes. No son, como sus autores y beneficiarios quieren hacer creer cuando les conviene, historia pasada, sin identidad ni continuidad ni relevancia en las actuales relaciones sociales. Bien al contrario, con ellos y por ellos se han establecido, están constituidas, continúan y se mantienen las actuales relaciones sociales, la infrastructura y la suprastructura del actual régimen de ocupación. No puede afirmarse éste sin reivindicar los crímenes que lo han construido y lo mantienen. No puede condenarse éstos sin renunciar a la dominación política, económica e ideológica por ellos constituida.

Contra lo que sus agentes, colaboradores, cómplices, encubridores y apologistas alienígenas o aborígenes pretenden, el imperialismo y el fascismo no son “opiniones, opciones o sensibilidades democráticas, todas legítimas y respetables Son crímenes de guerra, contra la paz y contra la humanidad, según el derecho internacional de costumbre reconocido en la Carta y en numerosas Resoluciones y Convenciones de las Naciones Unidas. Ninguna ley puede borrarlos o amnistiarlos. Los fascistas y los imperialistas no son pacifistas no-violentos, defensores de la libertad y la democracia, gente decente y personas de bien, políticos honrados y respetables. Son enemigos de la libertad y de los derechos humanos, asesinos y ladrones, delincuentes comunes, criminales autores de las mayores ofensas que registran la moral y el derecho. En cuanto tales, no tienen derechos. Es tarea fundamental legítima de las fuerzas democráticas “defenderse contra ellos por todos los medios posibles y necesarios”.

Son responsables no sólo los autores y coautores, cómplices y auxiliares materiales de tan horrendos crímenes, sino los que los inspiran, instigan, provocan, alientan, encubren, justifican, enaltecen, bendicen y santifican, y cuantos aportan su complicidad, colaboración, ayuda, auxilio, cooperación o concurso, de cualquier manera que sea. Ignorarlos u olvidarlos sería tanto como aceptar y legitimar despotismo, fascismo e imperialismo. Cualesquiera que sean sus ejecutores, no hay libertad y democracia posibles que se funden en la vigencia, la ignorancia, la prescripción, la remisión y el perdón de los crímenes de guerra, contra la paz y contra la humanidad que fundan el presente régimen político y cuya determinación, declaración, prevención y sanción son exigencia ineludible de la ley internacional que el imperialismo conculca por su misma existencia. Sus autores, militares, civiles y eclesiásticos, en plena posesión de los monopolios de propaganda y guerra psicológica, piensan sin duda que han destruido, quemado, aterrorizado, asesinado, y exilado lo suficiente para que la memoria histórica y la conciencia colectiva hayan desaparecido, y aquí nadie se dé cuenta, se acuerde, ni se atreva a acordarse de nada. Ni siquiera del bombardeo y expulsión de poblaciones indefensas, ni de las cuadrillas de ladrones y asesinos regulares o irregulares desplegados por nuestros montes, calles y aldeas en nombre de Dios y del Imperio, ni de sus víctimas, que no encontraron respeto, ayuda, piedad, misericordia, compasión, sino persecución, condenación y muerte por la defensa de la libertad, de los derechos humanos fundamentales, de su personalidad y dignidad humanas y nacionales.

Las incontables víctimas que los padecieron y padecen son testimonio permanente de ello. Acabar con los testigos es un motivo suplementario para, y la única forma que encuentran de, sobreseer responsabilidad y culpabilidad, relegar a un pasado irrelevante el fundamento de la realidad contemporánea, borrar las huellas más evidentes del abominable, inolvidable, imperdonable e imborrable pecado original que la constituye.

El único inconveniente de tan drástico medio de resolución de los problemas ideológicos ha sido siempre la dificultad de liquidar o silenciar a todo el mundo. “Siempre” escapa alguien lo bastante fuerte, lo bastante íntegro o lo bastante loco para contarlo. De los que no escapan, nada sabemos. Puede destruirse los hombres y los documentos, borrarse las piedras y los monumentos, pero conservan su indeleble impronta en la conciencia colectiva, mientras quedan hombres libres sobre la tierra. El terror, la muerte, y sus consecuencias, sumisión, olvido e ignorancia, son las armas de los opresores. La resistencia vital y, con ella, el recuerdo de los crímenes, de las víctimas y de sus verdugos, son refugio y fuerza de los oprimidos.

La prescripción extintiva y otros recursos constitucionales o procesales son medios que los grandes criminales han establecido para asegurarse la impunidad escapando “legalmente” a las consecuencias de sus crímenes. Pero la cuenta pendiente que el imperialismo y sus servidores, déspotas, dictadores o simples ejecutores, generales o subalternos, papas, clérigos, religiosos o laicos de ambos sexos, tienen con este país sigue abierta. Sus fechorías no serán de hecho nunca olvidadas ni perdonadas, la memoria de las innumerables víctimas que por ellos han padecido y padecen humillación, prisión, destierro, frío, hambre y sed de pan, libertad y justicia, pérdida de identidad, honor, libertad o vida, les perseguirá siempre, en este mundo y en el otro. Con la pasión por la libertad, el odio al imperialismo y el fascismo no desaparecerá nunca de este país.