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Iparla: El Pueblo vasco bajo el imperialismo (6)

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Toda relación y toda empresa de dominación en la sociedad humana se establecen mediante el ejercicio de diversos factores, demográficos, económicos, políticos e ideológicos, que se refuerzan o contrarrestan, se implican, suceden y complementan mutuamente. Los conflictos sociales se crean y resuelven según la relación general de fuerzas. La violencia es el medio natural, normal y universal de producción y solución de conflictos. Toda realidad política, como su especie jurídica, consiste en la realización social de la violencia, toda historia política en su evolución. Una y otra se insertan en la relación general de fuerzas y su expresión estratégica, dentro de la totalidad histórica y social que las concreta. En política, los hombres y los pueblos no se ordenan como buenos y malos, sino como fuertes o débiles, capaces o incapaces de la violencia actual y virtual que les asegura viabilidad y supervivencia.

La política es la determinación de la condición y el comportamiento de los sujetos por medio de la violencia. Toda política es violencia actual y virtual, aunque no toda violencia es política. No hay más política, ni más derecho, ni más normas que las constituidas por la violencia. La violencia actual o efectiva es fundamento de la violencia virtual o potencial. Sin violencia no hay Estado, ni derecho, ni derechos, los derechos fundamentales no existen.

El derecho, orden político, es la determinación de la condición y el comportamiento de los sujetos por medio del monopolio de la violencia. Todo derecho es política, aunque no toda política es derecho. La violencia es “el medio específico del Estado”. “Todo poder de Estado reposa sobre la fuerza de las armas”. La anarquía y la guerra son las alternativas al orden político. La violencia no interviene, tardíamente, para ejercer, establecer o restablecer el derecho amenazado o conculcado. La violencia precede y constituye el orden y el desorden políticos, el derecho, el Estado y la guerra. La norma política y su especie jurídica resultan de la violencia actual y virtual, que condicionan el comportamiento prudente del paciente social. “La intimidación es el más poderoso medio de acción política tanto en la esfera internacional como en el interior. La guerra, como la revolución, reposa sobre la intimidación. La organización social está fundada en su mayor parte sobre el miedo. La soberanía es el derecho exclusivo de dar miedo a los demás”. En la guerra y los regímenes de alta conflictividad del fascismo y el imperialismo, el miedo se hace terror o se transforma en pánico. Su dosificación, estratégica y tácticamente adaptada, es parte importante del arte político. A partir de un grado objetivo de intensidad de las luchas sociales, el terrorismo es la forma necesaria, natural y normal de gobierno y de desgobierno. Los conflictos relativos pueden, a veces, pasarse sin él, los conflictos absolutos presentan las condiciones ideales para su producción.

La ideología es la determinación del comportamiento por medio de las ideas. La ideología dominante es la ideología de los poderes dominantes que la producen, al servicio de sus propios intereses. Derecho e ideología son conservadores, su capacidad de reacción sobre la política y la relación general de fuerzas es muy reducida. Al margen de su fin propio y específico, el derecho es también un importante vector ideológico.

Al imperialismo y el fascismo sólo les interesan las ideas en cuanto herramientas de dominación y como objetivos a destruir. Su ideología no tiene por fin la verdad, la ciencia, el conocimiento, la información, sino su destrucción o manipulación al servicio de la dominación sobre los pueblos y la desaparición de los hombres libres. Lograr que sean cada vez más tontos, es decir cada vez más débiles, es su verdadera función. Basta con observar el resultado sobre una opinión pública indefensa para darse inmediata cuenta de la temible eficacia con que la realizan.

La propaganda fascista e imperialista es formalmente irracional, lo que ideológicamente no le causa perjuicio considerable, sino más bien todo lo contrario. “La exclusión de toda violencia como medio para conseguir fines políticos, la política por medios exclusivamente pacíficos y no violentos”, son engañabobos para encubrir y reforzar ideológicamente el monopolio de la violencia. La “democracia no-violenta”, como la política sin violencia, es una simple contradicción en los términos. La democracia es violencia, como toda política.

Los idealistas hipócritas, pacifistas y no-violentos que, en el mundo de guerra y crímenes de masa en que vivimos, rechazan “toda violencia venga de donde venga” sin denunciar, en primer término y como base de toda consideración ideológica y política, la violencia, fascista e imperialista, ignoran, ocultan, aprueban, apoyan, disfrazan, reconocen y bendicen la violencia monopolista constitutiva de la política y del Estado. Son Imbéciles o farsantes y, en cualquier caso, agentes del imperialismo y el fascismo.

La nación, como antes la horda, la tribu o la ciudad, es el ámbito máximo de relativa solidaridad, de moralidad y de legalidad que la humanidad ha alcanzado. Si ya en cuanto súbditos “todos los hombres son ingratos, cambiantes, disimulados, enemigos del peligro, ávidos de ganancias” y, generalmente, egoístas, peligrosos, agresivos, falsos, mentirosos, tramposos, traicioneros, ladrones y homicidas, qué no serán cuando tienen en sus manos la capacidad de destrucción de la política internacional. El sentimiento y el comportamiento altruistas que puede encontrarse en las relaciones naturales de familia y de proximidad, están raramente presentes en la sociedad civil y completamente ausentes de las relaciones internacionales. Las personas son a veces capaces de espontánea honradez, las naciones y los Estados, nunca. La moral internacional no existe sino como instrumento ideológico de la relación general de fuerzas.

“Todos los pueblos actúan continuamente los unos contra los otros, y tienden a agrandarse a costa de sus vecinos”. “¿Qué son los grandes imperios sino bandas de malhechores en grande?”

La agresión, la guerra, la opresión, la destrucción por la violencia de los otros Estados y naciones son lo propio y la normalidad del estado de naturaleza. El estado de naturaleza en que viven naciones y Estados determina relaciones de violencia antagónica y conflicto permanente entre ellos, sin orden ni poder supranacional que las transcienda. La “comunidad internacional” no existe y no puede existir.

Buscar, atribuirse y utilizar la mayor capacidad posible de violencia actual y virtual a su alcance, disminuyendo o anulando la de los demás, tal es la norma fundamental de la política internacional, la única que sus actores conocen y practican. No es la paz, sino la guerra actual o virtual, la clave permanente del orden y el desorden establecidos, la razón suprema y la única garantía de la política y del derecho entre los Estados, que se encuentran siempre en posición o en disposición de “guerra de todos contra todos”. Belicismo y militarismo son la actitud espontánea de los Estados y pueblos dominantes. Ofensiva y defensiva son estratégica y genéticamente inseparables e interactivas, hasta confundirse en la guerra “preventiva”. El temor mutuo y la estrategia del terror impulsan, exasperan y constituyen los conflictos internacionales. El miedo es el más irreductible principio activo del imperialismo.

La guerra “se acompaña de restricciones ínfimas, apenas dignas de ser mencionadas, que se imponen bajo el nombre de derecho de gentes, pero que, de hecho, no debilitan su fuerza”. El derecho internacional, parte y producto de la política internacional, es el orden de violencia que la oposición de fuerzas políticas determina entre las naciones y los Estados, la dominación institucional de los más fuertes sobre los más débiles.

El nuevo orden o desorden internacional ha creado las condiciones para que la violencia pura y a ultranza aparezca como la única salida digna de consideración para toda potencia que se estime en condiciones para ejercerla. Milenios de civilización han llevado a todos a la primitiva y recurrente conclusión de que la única forma de solucionar los conflictos consiste en pegar fuerte y cuanto antes por su propia cuenta, y que dilaciones, transacciones y mediaciones solo llevan a perder el tiempo y a hacer el juego del adversario.

“Nos guste o no, así son las cosas”. Y así seguirán siendo en todo porvenir posible y previsible. La especie humana, la más nociva, agresiva y conflictiva que la evolución ha producido sobre la Tierra es, además, demasiado estúpida para escapar a las consecuencias estructurales de la sociedad que ha creado. En un mundo ya económica y políticamente cerrado y globalizado, la autodestrucción de la humanidad es perspectiva mucho más razonable que su conciliación.

 

Iparla: El Pueblo vasco bajo el imperialismo (4)

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4

El pueblo francés pasó del feudalismo al absolutismo “brutalmente forzado por la corrupción y por el uso de una atroz crueldad”. “Durante todo este período fue mirado por los otros europeos como el pueblo esclavo por excelencia, el pueblo que estaba como ganado a disposición del soberano”. “El régimen de Louis XIV era ya verdaderamente totalitario”. En los países conquistados, “para los cuales los franceses eran extranjeros y bárbaros, como para nosotros los alemanes”, los franceses aplicaron “el terror, la Inquisición y el exterminio”.

El reino-república-imperio francés es el resultado de la agresión, conquista anexión y expansión por el primitivo reino franco de todos los pequeños Estados circundantes del continente e islas adyacentes. La guerra y el terror deshicieron toda oposición estratégica. El monopolio de la violencia y el Terror se hizo absoluto. En consecuencia, el gobierno francés afronta todos los problemas, políticos o individuales por el recurso inmediato, sin contemplaciones, límites ni paliativos, a la represión armada. Este procedimiento ha fracasado repetidamente durante el siglo precedente, pero sigue aplicándose como el único que responde a la naturaleza del régimen.

La Revolución francesa produjo el prototipo de dictadura y totalitarismo modernos. Reducción y sumisión de los órganos legislativo y judicial, “perfeccionamiento y consolidación del ‘poder ejecutivo’, de su aparato burocrático y militar. Este poder ejecutivo, con su inmensa organización burocrática y militar, con su máquina estatal compleja y artificial, su ejército de funcionarios de medio millón de hombres y el otro ejército de quinientos mil soldados, pavoroso cuerpo parásito que recubre como una membrana el cuerpo de la sociedad francesa y obstruye todos sus poros, se constituyó en la época de la monarquía absoluta, al declinar la feudalidad que ayudó a derribar. Todas las revoluciones políticas no han hecho sino reforzar esta máquina en lugar de destruirla. Los partidos que lucharon cada uno a su vez por el poder consideraron la conquista de este inmenso edificio del Estado como la principal presa del vencedor. Repartirse el ‘botín’, instalarse en los puestos lucrativos, repartirse las sinecuras administrativas. Esta redistribución del ‘botín’ se hacía de arriba abajo, a través de todo el país, en todas las administraciones centrales y locales”. Los clásicos no podían imaginar hasta qué punto estas cifras y realidades resultarían ridículas al lado de las actualmente desarrolladas y establecidas.

La organización constructivista del poder político, la inaudita centralización y la concentración funcional y territorial del Estado, la ausencia de la división de poderes general y territorial, el sacrificio de los derechos humanos y las libertades individuales, la sociedad civil como dependencia pasiva de una administración arrogante y todopoderosa ante la cual no hay réplica ni defensa posible, el servilismo, el corporatismo y la corrupción, la ley formal al servicio de la ley real, son la realidad que una inmensa empresa ideológica de propaganda, mistificación e intoxicación ocultaba e idealizaba, exaltando “la patria de los derechos humanos, donde pobres y ricos, débiles y poderosos son iguales ante la ley y la Justicia, la ley es la misma para todos” etc., funcionales estupideces que la más mínima cotidiana experiencia se basta para desmentir.

“Las dos instituciones más características de esta máquina de Estado son: la burocracia y el ejército permanente”. Ambas se encuentran unidas “por mil lazos” a las clases que detentan el poder y las riquezas en la sociedad civil. La unión del capital industrial y bancario resulta en el monopolio del capital financiero, “oligarquía financiera que envuelve en una apretada red de relaciones de dependencia todas las instituciones económicas y políticas sin excepción”.

Además del poder directo de la riqueza sobre la política, “la riqueza ejerce su poder de forma indirecta, pero tanto más segura. Por una parte, bajo forma de corrupción directa de los funcionarios, de lo que América ofrece un ejemplo clásico, por otra parte, bajo forma de alianza entre el gobierno y la bolsa. Y, finalmente, la clase poseedora reina directamente por medio del sufragio universal. Disponiendo de la fuerza pública y del derecho de cobrar los impuestos, los funcionarios, como órganos de la sociedad, están colocados por encima de la sociedad”. Sin ellos, el Estado se derrumbaría. La ley real, la arbitrariedad y la rutina, prevalecen sobre la ley formal que, con frecuencia, ni siquiera conocen, ni falta que les hace. El poder, la razón de Estado y los privilegios de que efectivamente disponen los hace intocables e irresponsables.

En un sistema completamente trucado, frente a “la máquina” de Estado y el poder del capital financiero, las leyes formales se aplican por cuanto sirven a las leyes reales establecidas por el poder dominante. Se utilizan cuando conviene a los poderes reales políticos y económicos, y se ignoran y quebrantan cuando perjudican a sus intereses.

Los débiles y los pobres no tienen ninguna posibilidad de salir vencedores frente a los ricos y los poderosos, ni siquiera en los conflictos civiles e individuales más alejados de las cuestiones políticas fundamentales. (Las excepciones, como los premios de la lotería, son necesarias para avalar y disimular el sistema. Los controles supraestatales, la Convención europea de salvaguardia de los derechos del hombre y de las libertades fundamentales, y las “condenas” consiguientes, tienen el mismo objeto y muestran la hipócrita y patética incapacidad de las instancias europeas frente a los Estados miembros).

La Revolución francesa fue el factor desestabilizador efectivo que determinó la crisis del despotismo oriental en España, “donde casi no hubo feudalismo” y el despotismo oriental se extendió y consolidó con la ruina de las libertades comuneras y la liquidación de los derechos nacionales de los reinos circundantes. La nueva política copiaba y trataba de aplicar el modelo de totalitarismo moderno a la francesa. Como es normal en los Estados políticamente subdesarrollados, el Ejército se imponía y operaba como clase política efectiva y decisiva.

El “reino de España”, que sustituyó tardía y vergonzantemente a “los reinos de España”, fue resultado de guerras, revoluciones y resistencias que no cesaron nunca. El poder ha tenido que contar con ellas. La misma continua y feroz represión que practican da al imperialismo y el fascismo español un carácter y una mentalidad propias del que sabe que tiene o puede tener un adversario político, algo que el nacionalismo francés, que se ha cargado a todos, nunca se avendría a reconocer. Se trata de la espontánea o atávica reserva que siglos de insumisos, herejes, comuneros, moriscos, anarquistas y rojo-separatistas inspiran al poder monopolista. (La extendida idea según la cual la represión francesa contra vascos y catalanes ha sido inexistente o más blanda que la española es históricamente falsa. “La ocupación francesa es la más dura de todas las ocupaciones”, aunque en esta cuestión la concurrencia es mucha y aventajada. La Revolución no la ablandó, sino todo lo contrario. Si los mismos episodios represivos de 1610, 1713 y 1795 no se dieron después, ello no se debió al humanismo-liberalismo-socialismo francés sino, simplemente, a que los fragmentos de pueblo de los respectivos territorios eran ya incapaces de oposición, y sin presión no hay represión. El monopolio de la violencia a estilo francés es tan absoluto que no suele dejar otra vía de supervivencia que la sumisión también absoluta).

“Un conquistador es siempre amigo de la paz”, la suya, que espera conseguir a vil o bajo precio. Es también un optimista en cuestión de guerra y de ocupación. “Si a esta paz siguiera la unión de las provincias y el resto de la Navarra sin las trabas forales que les separan y hacen casi un miembro muerto del reino, habrá VE hecho una de aquellas obras que no hemos visto desde el cardenal Cisneros o el gran Felipe V. Estas son las épocas que se deben aprovechar para aumentar los fondos y fuerza de la monarquía. Tendremos fuerzas suficientes sobre el terreno, para que esto se verifique sin disparar un tiro ni haber quien se atreva a repugnarlo”. La convicción pedante del espía borbónico no pudo evitar que no un tiro, sino tres guerras más, con sus postguerras de violencia, represión, destrucción y terrorismo, fueran necesarias para consolidar la anexión del Reino de Nabarra y la ruina del régimen foral hasta llegar a la actual situación.

La victoria del general Franco y sus padrinos del Eje liquidó el equilibrio inestable de fuerzas de la segunda República, destrozó la oposición y estableció el poder absoluto de la reacción, fijó la dictadura y la dominación del gran capital, los grandes terratenientes, la Iglesia católica, las fuerzas nacionalistas, imperialistas y colonialistas.

La evolución política en la España de la postguerra tuvo por fundamento profundas modificaciones en las estructuras conflictivas del sistema social, el desplazamiento constante de la relación de fuerzas en favor de los detentadores del poder, la regresión, la extinción, la liquidación o la sumisión de la oposición. La transición intratotalitaria tenía por fin conservar los logros intangibles y los fundamentos inamovibles del Estado unitario imperialista y fascista, con el reconocimiento, la homologación, la participación de las potencias occidentales, antes divididas y finalmente reunidas en su interés por estabilizar, consolidar y legitimar los logros del régimen franquista dando apariencias de democracia parlamentaria a la continuidad de la dictadura bajo las innovaciones formales y garantizando, ante todo, el control y la estabilidad del orden político, el monopolio de la violencia y el terror, establecido como resultado de la guerra y nunca puesto en cuestión desde entonces.

El ejército nacionalista y fascista español ganó la guerra de forma completa, y el pueblo español, después de la monumental paliza de 1936 y sus consecuencias, con una economía en ruinas, sometido al reino del terror y la venganza franquistas, no estaba para gaitas. Como los franceses en 1939, los españoles habían comprendido la terrible lección y las ventajas, verificadas y disfrutadas durante siglos de despotismo, de la sumisión al orden establecido por la violencia y el terror.

En España no había oposición democrática que reducir. Entre la “transición” y el golpe endocastrense del 81 desaparecieron los últimos temores, al respecto, de una “clase” político-militar que no podía ya sublevarse y acceder al poder porque ya lo había hecho muchos años antes.

Toda revolución y todo cambio políticos implican un desplazamiento del poder político. Cuando el monopolio de la violencia permanece intacto en las mismas manos que antes, con todas las variaciones colaterales que se quiera, no hay cambio ni revolución, sino farsa funcional al servicio del régimen constituido.

La verdad, la realidad y la identidad de un régimen político no se fundan en las “altas esferas” de la burocracia administrativa y sus ceremonias protocolarias. Se fundan y manifiestan inequívocamente en la composición y la actividad material de sus fuerzas armadas. El ejército español sigue siendo el ejército franquista, que ganó la guerra, por mucho reconocimiento póstumo que obtenga el republicano, que la perdió.

La reforma, la adaptación y la modernización del fascismo español fueron preparadas y organizadas por el Gobierno del General Franco y la oligarquía nacionalista y clerical que lo sostenía, bajo el monopolio fascista de violencia, terror y propaganda. El mundo entero respaldaba una operación que la inexistencia o la incapacidad de la oposición española presentaba como la única posible y deseable. El campo quedaba libre para las grandes maniobras de reforma y consolidación de la dictadura militar. Se hacían posibles, de este modo, la adaptación a las nuevas condiciones generales, la incorporación de las nuevas técnicas de represión, condicionamiento e integración, la “superación” de las grandes crisis sociales, bélicas o revolucionarias, ausentes de largo tiempo en el conjunto occidental. La cuestión decisiva, “saber quién manda aquí”, no ofrecía dudas para nadie. Todo postulante individual o colectivo sabía que debía pasar por las horcas caudinas del ejército español.

La planeación, la dirección “técnica” y la garantía política y financiera de la operación corrían a cargo de los Servicios de inteligencia americanos, británicos, germanos, israelíes, vaticanos, con los partidos, sindicatos, fundaciones, empresas financieras y multinacionales, publicaciones “científicas y culturales”, Ong “humanitarias”, clero secular y órdenes eclesiásticas, y demás satélites dependientes de ellos. Los “Servicios especiales secretos, informativos y operativos” son, en realidad, vastas y potentes empresas legales, ilegales o criminales, de espionaje, propaganda, represión, subversión, provocación, corrupción y terrorismo. Una parte decisiva de las actividades gubernamentales, en particular el “trabajo sucio”, se realiza así en corto-circuito administrativo con “los Servicios”, lo que hace de ellos, en la misma medida, el verdadero agente ideológico y político de nuestro tiempo.

En sus tentativas de adaptación y camuflaje del Movimiento Nacional-Sindicalista de la España Una, Grande y Libre” y del Estado “instrumento totalitario autoritario, unitario, imperialista y ético-misional al servicio de la unidad, la integridad y la grandeza de la patria por el imperio hacia Dios contra el capitalismo liberal y el materialismo marxista”, el general Franco no había ido más lejos que “el Fuero de los españoles, la participación del pueblo español en la democracia orgánica y la autolimitación de la Jefatura del Estado en que se concentran todos los poderes”. La “transición” intratotalitaria del franquismo le aportó autorreforma y consolidación bajo el protectorado de las potencias hegemónicas integrantes del sistema de dominación imperialista y terrorista internacional y sus satélites.

Una oposición determinada, portadora de la crítica, la denuncia y la exigencia democráticas, habría bastado para poner en evidencia la falacia y la verdadera naturaleza de la operación, ofreciendo la condición primera para convertir la crisis del franquismo en revolución democrática. Pero tal oposición no existía, “todos los rojos se habían pasado a los nacionales”.

En realidad, habían abandonado toda pretensión de oponerse al sistema vigente, sólo aspiraban a integrarse en él. Había “descubierto” que sin oposición no hay represión ni fascismo. La manera más segura de acabar con ellos no era potenciar la oposición al régimen establecido, sino acabar con ella para conformar una “oposición moderada” aceptable para él. Lo importante era dar seguridades a las clases dominantes de que su dominación y sus intereses no corrían ningún peligro y se preservarían con creces.

Las “fuerzas democráticas” españolas y sus títeres periféricos habían unilateral, generosa y oficialmente “renunciado a toda violencia activa y pasiva” (sic El imaginario derrumbe del régimen era en realidad el derribo de la sedicente oposición. Se dio de lado a la República y sus autonomías, en favor de un régimen “sin signo institucional definido”, que encubría el régimen perfectamente definido que cortaba el bacalao. La supuesta revolución democrática se redujo a la ruptura institucional en palabras y ésta a la continuidad institucional del franquismo. Su fundamento social se aseguraba con la negación, el abandono o la “abolición” de la lucha de clases nacional e internacional. “La burguesía y el proletariado”, categorías metafísicas inconciliables, abrumador antagonismo y dualidad maestra de la propaganda social-imperialista en los territorios ocupados, que embrutecieron a las víctimas del social imperialismo durante el primer franquismo, desaparecieron de los discursos tras la reconciliación nacional, sustituidas por “la ciudadanía, los españoles todas categorías, el pueblo español, la nación una e indivisible”. Para encontrar un obrero o un trabajador hay que consultar las siglas publicitarias.

Pero sin auxilio exterior y sin oposición democrática ¿quién entonces iba a echar a Franco y al franquismo? La fértil imaginación de los liquidadores resolvió también tan leve dificultad. Al régimen “el cambio le venía desde dentro” por obra de los propios franquistas, convertidos ya a la democracia.

Faltaba ponerle el cascabel al ejército, reputado columna vertebral del franquismo en la paz como en la guerra. No sólo “el Ejército podría retirar su apoyo al régimen, facilitando la realización de la voluntad popular”, sino que sería también posible “establecer una colaboración pueblo-Ejército para una acción destinada a instaurar las libertades políticas, un movimiento coordinado del pueblo y del Ejército para abolir la dictadura”. La repetida minúscula de pueblo y la insistente mayúscula de Ejército no eran un lapsus o un error tipográfico, sino la manifestación del papel real que los reconciliadores reconocían o asignaban a uno y otro en el “proceso de Colaboración y liberación”.

La complementariedad y la alternancia eran norma convenida del tradicional “bipartidismo pacífico” de las restauraciones monárquicas españolas. “Los dos grandes partidos se sucedían en el poder según el principio de una alternancia consentida, bajo cubierta de elecciones ‘prefabricadas’ desde lo alto para permitir a los partidarios de estas dos formaciones aprovecharse por turnos de las ventajas que procuran los empleos administrativos”. Las ventajas se han ampliado mucho desde entonces y “los dos grandes partidos” parecen lo que son, el partido único nacionalista español, enriquecido, diversificado y potenciado con múltiples aportaciones, incorporadas o toleradas en cuanto aceptaban y reconocían todos los principios políticos y condiciones legales e ideológicas del régimen. Los tupidos filtros de los diversos Servicios no fueron obstáculo a la recuperación de los restos, signos y despojos de los partidos republicanos que podían contribuir a disimular la superchería. Mientras la derecha franquista tradicional recuperaba una democracia cristiana desacreditada y exangüe, los escuálidos residuos del PsoE fueron colonizados y repoblados, su burocracia y organización descartadas y sustituidas por la Falange Española tradicionalista y de las JONS que, rebautizada y homologada, encontró al fin su destino universal al servicio del nuevo imperio de occidente. El PcE, reducido a sombrías perspectivas de exclusión y aislamiento, corrió a su particular Canossa ultramarino y se descartó a sí mismo. “Ahora el comunismo es la defensa de las libertades”. (Si “ahora” el comunismo es eso, se podrían y nos podrían haber ahorrado el de antes, el catastrófico coste y balance de la revolución rusa y sus epígonos Más corrupción, subvenciones y donativos, aseguraron desde entonces la dependencia de todos como organizaciones auxiliares al servicio del Estado. Obtenían, a cambio, rehabilitación, reconocimiento y gratificante reinserción en los organismos auxiliares de gestión, propaganda y recuperación del “nuevo” régimen, tanto más necesarios por cuanto que de los malditos rojo-separatistas todavía quedaban los malditos separatistas.

La verdad, la realidad y la identidad de una clase o un partido políticos se fundan sobre su contenido ideológico y político, no sobre distinciones formales, personales, burocráticas o corporativas. Las organizaciones, partidos o sindicatos de la “oposición” oficial al franquismo renovado, escogidas para asegurar la continuidad del franquismo en España y sus colonias, se impusieron bajo el monopolio franquista de la violencia y el terror, por decisión y bajo vigilancia del CIA y el FBI. Fueron creadas, inventadas, diseñadas, seleccionadas, financiadas y promocionadas por el poder franquista y sus protectores, como piezas integrantes de su sistema de dominación. Encontraron su sitio según el guión y el organigrama transitivos confeccionados por los Gobiernos y Servicios secretos españoles y occidentales. Los demás, fueron inmediata o progresivamente excluidos, perseguidos, ilegalizados, si eran obstáculo o no eran ya útiles al nuevo franquismo, consolidado y cada vez más exigente como consecuencia del derrumbe de la oposición al fascismo y el imperialismo.

En los tiempos heroicos del liberalismo, el anarquismo, el socialismo y los movimientos de liberación nacional, el despotismo y el imperialismo imponían su poder político reprimiendo la oposición. El totalitarismo moderno fabrica él mismo su “oposición”, la inventa, reinventa, recupera, incorpora, provoca, corrompe, informa, fomenta, organiza y dirige según conviene a su dominación. Además de sus funciones políticas e ideológicas, los nuevos servicios auxiliares proveen a la distribución de las prebendas, los enchufes y la corrupción administrativamente organizada. Subvenciones y donativos aseguran su dependencia de una ayuda financiera sin la cual no pueden subsistir.

Los protagonistas del primer franquismo eran fascistas y criminales cínicos, sin complejos y sin vergüenza de serlo. Ningún tribunal penal nacional o internacional los ha encausado nunca. Siguen ejerciendo el poder político e ideológico. Los ministros, esbirros y demás agentes que oficiaron durante la guerra y la dictadura del general Franco, cómplices, coautores, signatarios y beneficiarios de todos sus crímenes, han ocupado un lugar distinguido entre los artífices de la “transición” como demócratas de siempre, fundan partidos y concurren a sus elecciones, desempeñan los más altos cargos, conservan sitio y ejercen destacadas funciones en el “nuevo” régimen, lo que ilustra la naturaleza de la autorreforma y la diferencia sin más de toda auténtica evolución o revolución del poder político. Ellos y sus familias conservan los bienes muebles e inmuebles “donados”, requisados, confiscados y espoliados, y disfrutan de ellos en toda impunidad. Se llaman a todas horas demócratas no-violentos, esperando que a fuerza de repetirlo sus víctimas se lo crean, pero son los mismos franquistas de siempre, más hipócritas y peligrosos todavía que antes. Su presencia en las instituciones no las contamina, pues son tan fachas los unos como las otras. No más ni mejor crédito que ellos merecen los “republicanos, anarquistas, socialistas, comunistas y nacionalistas periféricos” que reconocen las fuerzas armadas franquistas como democráticas y no-violentas, el Estado criminal como propio, y pugnan por alcanzar su confianza, reconocimiento, favor y benevolencia, sin los cuales se les acaba la fiesta.

El régimen del general Franco realizaba así su “transición democrática Rehabilitado, legitimado, confirmado, reconocido y consolidado, logró su triunfo definitivo sin solución de continuidad, sin tocar siquiera a su estructura de clase ni a su “clase” política real, fuerzas armadas, burocracia, servicios administrativos, todos poblados de demócratas de siempre o milagrosamente convertidos a la democracia de la noche a la mañana. Para llegar a eso, la oposición española y sus títeres periféricos se habrían podido ahorrar, y nos habrían permitido ahorrarnos, la Dictadura, la República, la guerra de 1936 y la postguerra franquista, y la democracia no podría estar peor de lo que está.