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Iparla: El Pueblo vasco bajo el imperialismo (8)

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El imperialismo español y francés es aquí un imperialismo absoluto. Como han hecho siempre que han podido, los nacionalistas de España y Francia persiguen la liquidación de los Estados y los pueblos oprimidos como solución final. El que todavía no se ha enterado de eso no sabe en qué mundo vive ni con quién se juega los cuartos. Ignorarlo es la normalidad de los pueblos débiles, incapaces de conocer y afrontar la realidad de la opresión imperialista y colonialista.

Según la versión tradicional, oficial y constantemente reiterada por la Constitución, las leyes, la administración, la jurisprudencia, la doctrina y la propaganda monopolistas del imperialismo franco-español, el Pueblo vasco no existe, y lo que no existe no tiene derechos. La ideología imperialista niega ya en idea la misma existencia del Pueblo vasco para mejor destruirlo en la práctica. En lugar de naciones y pueblos el imperialismo establece demarcaciones territoriales administrativamente establecidas, los pueblos subyugados son inviables abortos, desechos sociológicos e históricos sin vigor vital, residuos étnicos o folklóricos inviables, poblaciones informes desprovistas de dignidad y de memoria histórica, incapaces de acceder a la vida social, política o jurídica, simples fragmentos pasivos e inertes de España y Francia, sin más leyes ni más derechos que los que les otorgan los pueblos y los Estados que detentan el poder político, arquetipos de perpetuo perdedor con el cual están de más consideraciones y contemplaciones. “La tolerancia y el respeto a las regiones y comunidades naturales” sustituyen a los derechos de independencia nacional, autodeterminación y legítima defensa de todos los pueblos, etc. Son aquí exclusivos del pueblo español y el pueblo francés, que son los únicos que hay.

Según el dogma que establecieron las Constituciones de la República francesa, no hay en su territorio otro pueblo que el francés. Lo confirmó todavía el Consejo constitucional, bajo presidencia nacional-socialista, para desvirtuar una equívoca o extravagante iniciativa de la propia presidencia de la República. El derecho de autodeterminación de los pueblos y el principio de nacionalidades en versión francesa son su más radical recuperación constructivista, al servicio del nacionalismo imperialista.

“La soberanía reside en el pueblo español, del que emanan los poderes del Estado”. Toda política que afirme la independencia de los Estados y el derecho de autodeterminación de los pueblos ocupados, colonizados y anexionados, incurre en los delitos y crímenes establecidos, perseguidos y penados como “encaminados a destruir o menoscabar la integridad de España o la independencia de todo o parte de su territorio bajo una sola representación de su personalidad como tal nación. Todo separatismo es un crimen”.

Las circunstancias de la transición intratotalitaria llevaron al segundo franquismo a concesiones marginales que recuperó rápidamente pasado el peligro inmediato. La Constitución española, “que diseña el Estado Unitario de las Comunidades Autónomas” cita “los pueblos de España por su patrimonio, histórico, cultural y artístico”, con exclusión de toda soberanía. Los términos “el Pueblo vasco o Euskal-Herria” se recogieron formalmente “de acuerdo con la Constitución y con el presente Estatuto que es su norma institucional básica”, con exclusión de toda significación política, como la palabra nación se ha recogido en el último Estatuto español para Catalunya. El término nacionalidades como “distinto” del de naciones, se inventó y Constitucionalizó con el mismo fin, negar la realidad política y los derechos de los pueblos, una vez que “se procedió a la emasculación de aquellas, convertidas en castrones culturales”.

El segundo franquismo ha revisado luego tan exorbitantes concesiones. El “gobierno autónomo” de la Cav, en manos del partido nacionalista español, ha infringido incesantemente, desde su misma toma de posesión, la Constitución y el Estatuto que formalmente lo constituyen, excluyendo “ilegalmente” el término y el concepto de Pueblo vasco y negando expresamente que tal pueblo exista, sin que ninguna oposición o recurso se haya manifestado en todos los territorios sujetos a la Constitución y el Estatuto. Por el contrario, cuenta para ello con la anuencia y la asistencia, la mirada bovina, alelada y servil, la pasividad, el refrendo de los comparsas y servicios auxiliares indígenas de colaboración, complicidad y traición, que presencian impávidos, sobre fondo de morriones, cómo sus entrañables aliados de siempre liquidan sin contemplaciones el reconocimiento institucional de cuya “obtención” tanto presumieron.

Si los derechos de independencia y legítima defensa de los Estados y de los pueblos sólo pertenecen aquí a los pueblos y los Estados español y francés, que son los únicos que hay, entonces no hay aquí más pueblo, más nación, más Estado y más derechos que los de Francia y España. El negacionismo ha sido repetidamente avalado por los institucionalistas armados y desarmados, que reducen el “pueblo vasco” a una adscripción administrativo-territorial sin identidad nacional, “son vascos los que viven y trabajan aquí”. Un “nacionalismo vasco” que mantiene tales principios y prácticas es nacionalismo español y francés puro y duro, por mucho que se juegue con las palabras para falsificar y confundir las ideas.

El “gobierno autónomo” de la Cav no es un logro político del institucionalismo armado y desarmado, es la adaptación programada por el Estado español para evitar el desborde del régimen político unitario por la presión democrática del Pueblo vasco. Las instituciones y servicios auxiliares de la autonomía-trampa, son parte activa de la administración colonial del Estado ocupante al que pertenecen, proporcionándole los cuerpos indígenas de proximidad que necesita. Totalmente desprovistos de poder político propio, estos órganos administrativos locales, llamados pomposamente “gobiernos” por los gobiernos de verdad que los han creado, sirven la violencia, el terrorismo y la corrupción constitutivos del régimen colonial.

El imperialismo español y francés es aquí un imperialismo total. Ha adquirido y conservado el poder negando, destruyendo y sustituyendo previamente para ello las instituciones propias de los pueblos y Estados ocupados y colonizados mediante la violencia, la guerra, el terrorismo, el monopolio de la violencia, que preceden y constituyen el régimen político impuesto.

Los que no se someten afrontan la violencia y el Terror monopolistas del Estado, que encarcela, tortura, roba, excluye, amenaza, persigue, amordaza a quienes se atreven a resistir a sus dictados. Los más peligrosos se pasan por las armas, que para eso están y matan efectivamente de forma inmediata y sistemática al primer oponente o al primer paseante que se salte un “control” de carretera. El monopolio absoluto de las armas defensivas y ofensivas, individuales y colectivas, por el poder político, hace institucionalmente inexistente el derecho fundamental e inherente de legítima defensa.

El monopolio de la violencia es, a falta de una oposición de nivel efectivamente estratégico, un logro y un supuesto político de la estructura de dominación del Estado imperialista unitario, fundamento del poder político real. El imperialismo y el fascismo no tienen motivo mayor de preocupación política mientras conserven lo esencial: el monopolio de la violencia y el terror, que les permite resolver cualquier situación a cañonazos, lo que nunca se han privado de hacer.

La violencia y el terror de masas imponen la ley de mármol del dispositivo estratégico y táctico, que fija los límites infranqueables de eventuales reformas y adaptaciones que el imperialismo puede acometer u otorgar. Nunca procederá a una “devolución” total ni parcial del poder político que consiguió monopolizar por la guerra, la represión y el terror entre 1839 y 1937. Sólo los cómplices y colaboradores locales del imperialismo pueden ignorarlo y abrigar ilusiones al respecto.

Obligatorio, voluntario, profesional o mercenario, un ejército colonial es lo que es. No cabe la menor duda sobre su continuada buena disposición para bombardear de nuevo Gernika a la primera ocasión que se le presente, ahogando en sangre toda tentativa insurreccional, con la bendición y el comprensivo apoyo de la “comunidad internacional”.

La represión de los movimientos de liberación nacional por el nacionalismo español y francés ha sido siempre un modelo inigualado para Europa, máximo exponente de la violencia y el terror a ultranza como solución de todos los problemas. Lo ilustraron, entre tantos otros, el coronel Villalba y el general Mola, Delancre y Mendiri, el duque de Alba y el Tribunal de la sangre, la Inquisición, el general Weyler, el nacional-liberalismo y el nacional-socialismo coloniales, el coronel Aymar y la Audiencia Nacional. Es el contenido real de lo que la ideología imperialista llama paz y justicia.

El imperialismo se desarrolla según ciclos políticos e ideológicos que corresponden a la permanencia y a la evolución de la relación de fuerzas. La agresión, la guerra, la ocupación militar, la revolución, el terrorismo, la violencia monopolista institucional y sus efectos inmediatos modifican brutalmente el orden político, estableciendo el régimen totalitario de dominación-indefensión que el nacionalismo imperialista necesita. A las fases de ruptura y ofensiva, de guerra y terrorismo sin ley, eliminada toda oposición política efectiva siguen, a través de los tiempos y al abrigo del monopolio de la violencia y el terrorismo de Estado, fases “de derecho, ordenadas y pacíficas” mediante formas cada vez más adaptadas y resistentes de estabilización, consolidación y desarrollo de los resultados adquiridos por el poder absoluto. Se potencian así represión terrorista, destrucción racista, lingüística y cultural de la base social del pueblo sojuzgado, economía de explotación y dominación, corrupción y recuperación de la oposición.

Como el predador, asegurada su presa, espera que ésta se agote en esfuerzos vanos antes de sucumbir, el imperialismo en el poder espera a veces la destrucción del adversario en un tiempo que juega a favor del agresor. El imperialismo y el fascismo, que detentan el poder absoluto, esperan que una resistencia política sin resultados se agote y se apague por sí misma.

Cuando la resistencia del pueblo subyugado se prolonga más de lo esperado y la simple represión fracasa en alguna medida, se acompaña con operaciones de apaciguamiento y seducción. Si el pueblo tiene fuerza para ello, ni la pura represión, ni las “concesiones” ni la combinación de una y otras resultan en la desaparición de los movimientos nacionales, cuya determinación puede incluso fortalecerse con ello. Lo que explica el fatal dilema, las dudas, vacilaciones y disensiones del ocupante, cuya ideología nacionalista le hace subestimar la voluntad y la capacidad de los pueblos reputados inferiores que ha subyugado.

Cuando los hechos y la resistencia nacional a la opresión desmienten la visión primitiva y optimista dominante, la indignación y el furor de sus promotores no tienen límites. El imperialismo descubre, cada vez con mayor claridad, que la resistencia política de la nación ocupada no es cuestión de moda, coyuntura o corriente de superficie, sino expresión inseparable de la existencia misma de una nación agredida, ocupada y colonizada. Los pueblos tienen la piel más dura de lo que creen o esperan sus agresores o conquistadores, la apisonadora colonial no es tan rápidamente eficaz como se suponía o se quisiera, las cosas llevan tiempo y, a veces, una brusca o progresiva constatación de insuficiencia, un brote espontáneo o reflejo de inseguridad o impaciencia, abren un nuevo ciclo de decepción, exasperación, odio y furor xenófobos, que desembocan en la nueva ofensiva llamada a acelerar o precipitar la solución final. Estrategas e ideólogos pierden sus ilusiones, se sorprenden y escandalizan de una realidad que no corresponde a sus prejuicios y presupuestos, de las contradicciones, disfunciones e imprevisiones, del aparato represivo, de las muestras de “desafección” y las manifestaciones de resistencia que la opresión y la represión han originado. Adoptan la máscara y las actitudes de víctimas inocentes y pacíficas injustamente tratadas por sus sanguinarios adversarios. El desprecio integral, que se acompañaba con benevolentes sentimientos de piedad, compasión y altruismo hacia las razas y clases inferiores, cuya sumisión y abyección recompensan, se sustituye entonces por la xenofobia en su forma pura, pasión y paradójica forma combativa de reconocimiento del otro. Al ocasional balance voluntarista y triunfalista sucede la sorprendida y exasperada frustración que la constatación de insuficiencia provoca, relanzando el ciclo al alza, en la busca, cada vez más exigente y urgente, de la solución final. La decisión de terminar con la máxima urgencia y de una vez por todas con la resistencia democrática se identifica, sin demora ni prelación, con la liquidación del pueblo mismo, la hidra origen de todos los males y de todas las cabezas cortadas y por cortar.

Nada cambian para el caso la variación y la sucesión de etapas y fases diferentes, la aceleración o deceleración funcionales del proceso, sus inflexiones brutales y sus períodos de consolidación y explotación de las ventajas adquiridas. El orden y el desorden imperial o hegemónico del siglo XXI no son los del equilibrio bipolar y el terror nuclear del XX. Aun en áreas reducidas, el marco “institucional” no es el mismo ahora que bajo el Estado “liberal”. El mundo actual no es el de 1834 y las guerras carlistas, ni el de 1936 y la crisis bélica ascendente, ni siquiera el de 1975 y la crisis institucional del franquismo. Los atentados del siglo XXI no tienen la misma significación y el mismo tratamiento que los del XIX. El totalitarismo integrado e integral de los sucesores y continuadores hipócritas del general Franco no es el mismo arqueo-totalitarismo castrense, residual y mal considerado, de su fundador, cómplice y criatura del Eje.

Pero, ahora como antes, el poder alienígena sólo espera en la explotación de su monopolio de la violencia para destruir totalmente la democracia, la libertad, los derechos fundamentales e inherentes del hombre, el derecho de autodeterminación de los pueblos, primero de los derechos humanos y previa condición de todos los demás.

No son la ocupación y la anexión los que consolidan los imperios y hacen irreversibles sus efectos. Si quiere perpetuar su dominación, evitando la emancipación a plazo de los pueblos y Estados subyugados, el Estado dominante debe aprovechar la ventaja efectiva pero limitada que le da su dominación militar y administrativa para cambiar la base social del país ocupado.

Sólo hay un modo de terminar con la resistencia política de los pueblos, y sus predadores lo saben: acabar cuanto antes con los pueblos mismos por todos los medios que las condiciones y circunstancias permitan. El exterminio, la deportación, la colonización, y la asimilación, conjunta o sucesivamente aplicados, son los más directos, rápidos, completos y seguros para ello. Su selección estratégica depende de los factores de dominación, geografía, demografía, economía, política, cultura e ideología, del momento, la situación y el contexto internacional.

El objetivo, los medios, la estrategia histórica son los mismos, no han cambiado nunca y encuentran la adhesión de la casi totalidad de las fuerzas materiales y espirituales de los Estados ocupantes. Los servicios monopolistas de propaganda, información, desinformación, intoxicación y guerra psicológica, cuya eficacia se encuentra multiplicada por los modernos vehículos mediáticos, mantienen diariamente al rojo vivo el nacionalismo, la xenofobia y el odio de las masas contra los pueblos oprimidos.

El fascismo es hoy la forma terminal, acabada, necesaria e inevitable del nacionalismo imperialista, porque la empresa sistemática de subyugación y liquidación de Estados, pueblos y naciones, que se pretende absoluta, total y final, no puede ya proseguir sin el recurso a las formas totalitarias más perfeccionadas de represión y condicionamiento ideológico de masas. La victoria definitiva del nacionalismo imperialista implica, a veces en tiempo muy breve, la destrucción irreversible e irreparable de Estados y civilizaciones, naciones y razas, culturas y lenguas plurimilenarias.

Iparla: El Pueblo vasco bajo el imperialismo (7)

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En la realidad de las relaciones internacionales y del derecho internacional, la libertad y la voluntad de los pueblos no cuentan para nada sino por cuanto constituyen la fuerza con que se realizan. “Para los fuertes, el poder es la única regla, como para los débiles la sumisión”. Solamente tienen derechos los pueblos capaces de imponerse a los demás o defenderse contra ellos, por sí mismos o con la asistencia, la protección o el protectorado alienígenas. Sólo son “plenamente” independientes las grandes naciones imperiales o hegemónicas, los Estados capaces de asegurar su existencia internacional por sí mismos, con sus propias fuerzas armadas y, en la era termonuclear, con la disposición operacional del arma atómica. “Sólo es auténticamente soberano, sólo es auténticamente Estado, el Estado poderoso”, calificado por “el número, el territorio, los recursos”.

Los que no disponen de los medios necesarios para resistir al imperialismo y al colonialismo no tienen derecho a nada, no existen sino como objeto de violencia, de política y de derecho. En derecho internacional, no hay más delincuentes y criminales, individuales o “colectivos”, que los perdedores, los desgraciados, los pobres y los indefensos. Son delincuentes y criminales porque son y mientras son débiles, los fuertes escapan a toda censura porque son y mientras son fuertes. “El bien, la justicia, la verdad” etc., no tienen arte ni parte en esta función, aunque la propaganda dominante trate de hacer creer lo contrario. Los individuos, los pueblos y los Estados débiles e incapaces de vida histórica no son indeseables, delincuentes o criminales de derecho político e internacional, bandidos, ladrones y asesinos, despreciable carne de cañón, de horca, de presidio y de genocidio porque asesinan, roban, oprimen, destruyen, deportan, excluyen, torturan, violan o exterminan a sus víctimas, sino porque no lo hacen en el grado suficiente para ser considerados como honorables sujetos de política y derecho como sus agresores. Los Estados fuertes, poderosos, dominadores e imperiales, vencedores e incluso vencidos, obtienen el respeto y el reconocimiento de todos, no a pesar de sus crímenes de guerra, contra la paz y contra la humanidad, sino en consideración a ellos.

En las relaciones internacionales, todo se impone, se roba, se negocia, se vende y se compra, la consideración como las licencias de caza y pesca. El reconocimiento de los pueblos, los Estados y los Gobiernos se otorga a quien tiene, se supone que tiene o se pretende que tenga el poder, de inmediato o a corto plazo. (En política internacional, el “reconocimiento constitutivo” precede a la esencia y la existencia

“Sin hablar de un equilibrio sistemáticamente regulado entre las potencias y los intereses, que no existe y que se niega con frecuencia justificadamente, la suma total de las relaciones de todos los Estados entre ellos sirve más bien a mantener el status quo del conjunto que a introducir cambios en él, es decir que en general la tendencia es a mantener el status quo. Este equilibrio se establecerá siempre en todas partes donde varios Estados civilizados tienen numerosos puntos de contactos”. En los dos últimos siglos, los “puntos de contactos entre los Estados civilizados” se han extendido al mundo entero por el imperialismo, la colonización y la globalización. “Las grandes potencias conducen actualmente una guerra imperialista a fin de reforzar la opresión de los otros pueblos, y oprimen a la mayoría de las naciones de la tierra y la mayor parte de la población del globo”. Los grandes movimientos de relativa decolonización de la postguerra no les impiden, en el presente como en el pasado, manifestar los instintos predadores y, a la menor ocasión, el militarismo, los impulsos a la guerra y la dominación que hicieron sus imperios.

El imperialismo es la especie extrema, más agresiva y opresiva de violencia, de guerra y dominación, de totalitarismo, de pillaje y explotación, de nacionalismo, de racismo, de opresión lingüística y cultural. La política y el derecho internacionales implican y suponen la persistencia del imperialismo, sin el cual no habría política internacional, ni derechos correlativos de autodeterminación de los pueblos y de independencia de los Estados. El imperialismo es antagónico de la libertad, los derechos humanos y la democracia en general. La destrucción de los demás es su objetivo inmanente y consecuente. El “interés nacional” tiene versiones y motivaciones propias, que la razón desconoce.

Todo régimen imperialista o colonialista se funda y reposa sobre la violencia y el terror, sobre fuerzas armadas permanentes de guerra y dominación. No se somete, oprime, reprime y destruye los pueblos mediante la gratificación, la persuasión, el diálogo y el respeto de los derechos humanos, las normas humanitarias, los buenos sentimientos, la piedad y la compasión, sino mediante la negación teórica y práctica de la libertad, por la agresión y la guerra, la violencia, la conquista, la desmembración y la anexión, la ocupación, la colonización y la deportación, la represión, el terrorismo sistemático de masas, el bombardeo y la destrucción de poblaciones civiles, la tortura y el asesinato, la conculcación de todos los derechos humanos fundamentales y, en primer lugar, del derecho fundamental e inherente de autodeterminación de todos los pueblos, primero de los derechos humanos y condición previa de todos los demás.

El nacionalismo imperialista tiende naturalmente al nacionalismo y al imperialismo absolutos, al monopolio, la dominación y la eliminación de toda alteridad nacional. El imperialismo absoluto se define por lo ilimitado de los fines. No tiene por objetivo la simple subyugación temporal o permanente, la dominación cultural o económica, el espolio o la explotación del pueblo agredido y ocupado, sino su destrucción nacional, racial, lingüística y cultural como pueblo, su liquidación y sustitución por el invasor mediante la solución final y el genocidio. No rechaza, persigue o trata de reformar algunos caracteres de la nación ocupada, la niega y trata de acabar definitivamente con ella.

La violencia, el terrorismo, de guerra y de Estado, alcanzan naturalmente su plenitud al servicio del imperialismo absoluto. El imperialismo total se define por lo ilimitado de los medios. Utiliza sin limitación todos los disponibles para someter y destruir a los pueblos. La resistencia, de hecho o de palabra, afronta la violencia y el Terror monopolistas de Estado, que mata, encarcela, tortura, roba, excluye, persigue y amordaza a quienes se atreven a resistir a sus dictados. “Todos los conquistadores, fuesen mongoles o españoles, han llevado la muerte y el pillaje” a los pueblos subyugados.

Mientras el imperialismo y el colonialismo aparecen como beneficiarios y triunfadores, encuentran el apoyo de toda la nación dominante. Las raras excepciones son individuales. Los pueblos secundan o promueven siempre la gloriosa, heroica, provechosa empresa imperialista y colonial de sus Gobiernos, mientras esperan obtener de ella beneficios reales o imaginarios. Solidaridad, resolución y unión sagrada del nacionalismo imperialista solamente se debilitan ante el coste creciente o exorbitante del conflicto con la resistencia. Sólo cuando la política imperialista y colonial pasa factura en vidas y haciendas, cuando el interés nacional aparece cada vez más comprometido, cuando la “pacificación” resulta cada vez más cara, cuando la vaca lechera colonial no cubre los costes de ordeñarla, aparecen algunas muestras de descontento.

Al margen de toda consideración democrática, humanista, altruista o internacionalista, fuera de lugar a la vista del ganado humano con que se practica, en función simplemente de la más egoísta, estrecha y utilitaria visión del “interés nacional” en la presente realidad política, social, económica y cultural, podría pensarse que sería más útil, barato, productivo, rentable, estimulante, gratificante e interesante para el nacionalismo dominante dedicar recursos y esfuerzos a su propio desarrollo, inseparable de la coexistencia y la democratización real interna y externa, que amargarse, si no arruinarse, la existencia negando y destruyendo la del prójimo. El abandono de sus conquistas, resto de su pasado de gran potencia, sería para españoles y franceses factor inédito y decisivo de libertad, dignidad, democracia, relaciones interiores y exteriores estables y pacíficas, bienestar y progreso económico y cultural, reconciliación y reintegración de su propia identidad en una auténtica conciencia nacional e histórica. Pero si los carnívoros en general no son sensibles a consideraciones teóricas de dietética transcendental, los animales humanos todavía lo son menos, pues la cultura no atenúa sino refuerza el canibalismo intraspecífico. El imperialismo es la forma más civilizada y desarrollada de antropofagia que han sabido inventar.

Los imperios de Inglaterra y Holanda obedecían en parte a un sentido utilitario o práctico del interés nacional y de la dominación internacional. Su abandono a tiempo ha beneficiado a todos. Pero si suecos o anglosajones pueden, por prudencia, sentido o cálculo políticos, abandonar territorios y pueblos que obtuvieron y sometieron por la violencia, pero que superan su capacidad de gestión, ingestión y digestión, franceses y españoles son radicalmente incapaces de ello, mientras no han agotado hasta el último extremo los recursos de violencia y terrorismo de que disponen. Esperar otra cosa sería tanto como ignorar la base particularmente primitiva, irracional, instintiva, afectiva y pasional del nacionalismo español y francés, encuadrado por una inamovible “clase” política burocrático-castrense que resiste siempre y saca partido a “revoluciones y transiciones”. Antes de que esto cambie, los cocodrilos se habrán hecho vegetarianos.

En Inglaterra, Alemania, la URSS o Yugoslavia, el progreso de la libertad y la democracia internas era consecuencia de la decolonización en Europa, África o Asia. El despotismo en España y en Francia es históricamente inseparable del nacionalismo imperialista. El envenenamiento de la propia política interna por el nacionalismo imperialista se manifiesta en todas las épocas hasta el putrefacto presente que padecemos.

El insaciable apetito de dominación sobre pueblos y tierras del nacionalismo español y francés obedece a instintos y pulsiones predadoras consolidados y potenciados por muchos siglos de despotismo interno y externo y desborda consideraciones utilitarias o racionales. La historia resultante, de que tan orgullosos se sienten, es la historia de las mayores empresas y organizaciones criminales de fanáticos, malhechores, ladrones y asesinos de toda la historia de la humanidad.

El nacionalismo imperialista es efecto del régimen interno del país dominante. Es también causa concomitante de su propio subdesarrollo político: “Un pueblo que oprime a otro no puede ser libre”. Es el precio a pagar por “la gloria y la grandeza” de los “imperios universales”, por residuales que sean.

En sus malganados dominios continentales y ultramarinos, con el apoyo de “liberales, socialistas y comunistas” nacionales, se templaron los sables de los ejércitos que ahora gobiernan la metrópoli. En Indochina, Argelia, Marruecos, Cuba, Nabarra y Catalunya se forjaron sus propias cadenas de despotismo interno. Su incapacidad para aceptar la libertad y el derecho de todos los pueblos, sus incesantes guerras de conquista, depredación y exterminio los han condenado a ellos mismos, aparentemente con gusto, a también incesantes formas despóticas, asiáticas, absolutistas burocrático-militares de autogobierno. La competición imperialista entre España y Francia por la anexión de Nabarra, se convirtió en solidaridad frente a la resistencia. Españoles y franceses se detestan y se desprecian cordialmente entre ellos, pero el problema vasco les obliga a hipócritas declaraciones y retrosculares homenajes de mutua admiración y amistad eterna.

Las “instituciones internacionales” sirven sin reserva a la guerra, la dominación, el genocidio, la represión, el terrorismo y la propaganda, la intoxicación y la mentira, oficialmente proclamadas como legítimo instrumento en las relaciones internacionales. Las Naciones unidas, sus asambleas, consejos, tribunales y otros órganos políticos y ejecutivos, administrativos, judiciales y consultivos falsifican e infringen su propia proclamada legalidad formal, ponen sus recursos y sus funcionarios al servicio de los Estados dominantes, que les dictan la conducta a seguir y la propaganda a difundir. Sólo aceptan la independencia de los pueblos cuando éstos la han conseguido ya, generalmente contra ellas. Como los mismos Estados-miembros que las fundan, reconocen entonces apresuradamente a los que la víspera condenaban ideológica y políticamente, y condenan de un día para otro a los que antes reconocían, halagaban y apoyaban. No pueden ni quieren ver ni menos perseguir los crímenes contra los derechos humanos fundamentales, que encubren y justifican. Las grandes potencias y sus agentes no son y no pueden ser obligados ni encausados, gozan de un estatuto internacional que les asegura impunidad por sus actos.

Los Estados que, por sus Tratados de adhesión, habían reconocido las normas, las Resoluciones, las Convenciones y los Protocolos de la Ley internacional como “parte integrante de la Ley del País”, no las han aplicado nunca. Los grandes Estados cuentan con la aprobación y la cooperación, la impotencia o la resignación, el oportunismo, el arribismo y la corrupción de los Estados menores, satélites y protegidos. Las Ong tienen por primera preocupación no indisponer a los poderes de hecho, de cuya buena acogida dependen para estar y existir.

La Unión Imperialista Europea, reserva colonial de Occidente, ha podido así consolidar entre el Rhin y el Ebro lo que no acertó a conservar y bloquear en la debacle del Este. (Con ocasión de la crisis yugoslava, en la Europa de la “dimensión humana” ejemplo y modelo de democracia para todo el mundo, la CEE nombró su Comisión de arbitraje a cargo y al servicio de los Estados-miembros de la Europa occidental con problemas nacionales. La designación del presidente del Consejo constitucional francés, confirmaba de por sí la política de la Comunidad sobre la cuestión nacional. La Comisión de arbitraje no arbitró nada, pero aprovechó la ocasión para negar expresamente el derecho de autodeterminación de todos los pueblos como derecho fundamental. No podía ser de otro modo: la “consulta” sólo se había hecho para dar pie a la respuesta previamente fijada El Pueblo vasco condiciona indirectamente la política de las Organizaciones internacionales en cualquier lugar de Europa donde se da un conflicto entre los pueblos y los Estados imperiales.

Los intereses del fascismo y del imperialismo en el mundo actual les impiden presentarse tales como son. La ideología democrática universalmente pregonada desde la segunda guerra mundial obliga a todo régimen totalitario a cubrirse y justificarse con ella. El mundo actual se ordena o se desordena por la violencia y el terror en los Estados y entre los Estados, pero no es esto lo que la moderna propaganda fascista hace creer, o pretende hacer creer. El miedo a la violencia y la demanda de seguridad de las masas populares, escaldadas por las guerras y las revoluciones del siglo XX, determinan la propaganda de paz y no-violencia de los propios Estados armados hasta los dientes y protagonistas de las mayores hecatombes de la historia. Todo gobierno fascista e imperialista se proclama ahora democrático y no-violento a la vez. “Cuanto más reaccionaria es la política de los Estados imperialistas, más se camufla cuidadosamente tras de frases pomposas sobre la libertad, la democracia, el mundo libre” etc. Esta desvergonzada inversión total de los términos políticos es un aspecto característico de la ideología del fascismo y el imperialismo actuales.

La hipocresía y/o el cinismo son inseparables de la propia constitución del orden y el desorden internacionales, determinados por el “interés nacional” estrechamente considerado. Las justificaciones ideológicas, los disfraces ideológicos, los artificios semánticos se fabrican antes o después y se renuevan según los tiempos, con mayor o menor fortuna. En las modernas empresas de conquista, ocupación y colonización, no hay ya guerras “técnicamente hablando, sino operaciones de pacificación, protección de la paz, defensa de los derechos humanos, la libertad y la democracia, defensa de la población civil, interposición entre combatientes, sin armas o con un armamento exclusivamente defensivo y extremadamente ligero” etc. Puesto que el oficio del ejército es la paz, las funciones militares propiamente dichas se sustituyen por desinteresados servicios logísticos, higiénicos, médicos, pedagógicos, de reconstrucción, saneamiento y asistencia humanitaria, que han sustituido en la ideología dominante a la pesada “carga del hombre blanco”, la misión civilizadora, la propagación de la fe y el progreso, la protección de los adelantados misioneros y pioneros. Pero ¿quién purga y sanea las cloacas coloniales?

Los Estados occidentales que ahora conducen las guerras “para liberar a los pueblos de la dictadura y el despotismo en general” etc., son las mismas potencias que impusieron o rehabilitaron, consolidaron, adaptaron, adoptaron y financiaron sin el menor escrúpulo el régimen del general Franco y sus sucesores y en los últimos setenta años abrasaron bajo las bombas incendiarias y nucleares o mataron de hambre a las poblaciones civiles en mayor proporción que la de sus víctimas militares.