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La vía institucional tiene corolario, consecuencia y complemento en los atentados. Cretinismo institucional e infantilismo armado no integran los términos de una alternativa política, son, por carencia constitutiva, la misma cosa. “Tienen una raíz común” en la sobreestimación del institucionalismo y los atentados y la subestimación de la potencia efectiva del poder establecido. Revelan la misma incapacidad y llevan a los mismos resultados.
La complementariedad funcional de moderados y radicales hace de ellos “rivales” ideales, cada grupo presentándose como remedio a la inepcia del otro. Ambos se producen y reproducen mutuamente, se nutren de la noria genética de movimiento continuo que produce partidarios de “la lucha armada y la guerra revolucionaria” con los desengañados y desesperados desechos de la vía institucional, y reproduce partidarios de la vía institucional con los desechos desengañados y desesperados de la lucha armada y la guerra revolucionaria. En la reaccionaria división del trabajo que han desarrollado, “la lucha armada y la guerra revolucionaria” recuperan los excedentes de la vía institucional, convierten a los más ingenuos, incautos o atolondrados de sus seguidores, frustrados por la colaboración o exasperados por la represión y la provocación fascistas, en desesperados a los que lleva a poner la cara en el lugar más adecuado para que se la rompan, con la represión, la tortura, las prisiones lejanas, los cementerios y los cada vez más problemáticos exilios como destino, en un régimen que dispone de un poder de represión y represalia arbitrario e ilimitado contra individuos, familias y pueblos. La frustración institucional lleva a los atentados. El fracaso de los atentados devuelve a la vía institucional. Recurrencia asimétrica y mal equilibrada, de evolución inevitable y fatal desenlace. El desequilibrio estructural de este nuevo dualismo de legalidad-ilegalidad es tal que sólo puede subsistir mientras el régimen necesite de él para prevenir y recuperar la agitación incontrolada de las colonias periféricas.
El Terror de masas crea las condiciones sociales de opresión, subdesarrollo, frustración y desesperación que hacen posibles los atentados, que sólo existen como correlativos de los monopolios de violencia y terrorismo. Sin agresión y ocupación imperialista no habría atentados. Los atentados, tardía reminiscencia romántica y apologética del desastre de 1936 y costosa y ruinosa aplicación analógica de la experiencia, previamente ignorada o falseada, de Irlanda y Argelia, son exponente de la impotencia política de un pueblo bajo la ocupación, de la ausencia de estrategia, instituciones y clase política propias, del primitivismo y la debilidad, el subdesarrollo y el retraso cultural de la nación subyugada y de la obra funesta de los institucionalistas armados y desarmados. Son una consecuencia, un síntoma, un efecto, un revelador, un reductor, una válvula de seguridad, una tapadera del problema real que constituyen el imperialismo y el fascismo, una provocación, una coartada, un medio de facilitar e intensificar y un pretexto para disimular y justificar la violencia y el terrorismo de Estado. Cuando el agotamiento y la destrucción de recursos exorbitantes de los resultados, la quema continua e injustificada de militantes, no los transforman en arrepentidos, tránsfugas y renegados al servicio del fascismo en el poder. (La infiltración social-imperialista, muy activa en los años sesenta, ocupó entonces la dirección burocrática de la organización activista, instalándose luego en su ambiguo y más discreto entorno).
Con los atentados, pierden siempre los que con medios derrisorios y cada vez más obsoletos y anacrónicos pretenden enfrentarse a los monopolios de violencia y terrorismo de masas en su propio terreno. Hablar de negociación inevitable, como pretensión o logro consumado de los atentados, con la esperanza de que a fuerza de decirlo los poderes establecidos se lo crean, no engaña a nadie, sino tal vez a sus propios adeptos. La negociación política supone la relación de fuerzas que funda la negociación. Donde la disparidad es tan desmesurada como evidente no cabe negociación, ni siquiera capitulación, sino rendición sin condiciones. (No hay “treguas unilaterales” donde la represión no se detiene nunca. No hay “comandos” sin guerra ni ejército).
“El acontecimiento capital de estos últimos cuarenta años”, la “nueva resistencia”, que iba a “sacar de la postración, la inconsciencia, el letargo a un pueblo embrutecido, vencido, rendido y sumiso, restaurando su conciencia y su voluntad perdidas”, surge “en una población completamente alienada, en vía de asimilación total”. Pero en una población así no surge nada, ni siquiera atentados. Los atentados organizados y repetidos durante cincuenta años en las proporciones y las condiciones más desfavorables no se producen sin pueblo y sin resistencia popular. Los atentados suponen un pueblo y una resistencia limitados y frustrados, no su inexistencia. (Los insultos de la propaganda monopolista sobre “malhechores, delincuentes y criminales apolíticos y comunes, psicópatas, canallas, cobardes, bandidos y asesinos, mafiosos, matones, chulos y sinvergüenzas, gentuza repugnante y asquerosos cabrones hijos de puta, que dominan y aterrorizan a una población indefensa y se pasean ante las viudas y los huérfanos de sus víctimas como auténticos chulos” no hacen sino repetir y acrecer de forma inédita los infundios materiales y formales de los servicios coloniales de intoxicación de masas desde que el imperialismo existe sobre la tierra. Son ideológicamente rentables, pero no explican nada. Contradicen la observación empírica como la consideración sociológica, pero revelan el furor y exasperación ante las consecuencias de un conflicto social que la violencia y el terrorismo de Estado no aciertan a liquidar).
Es significativo que los propios adictos de “la lucha armada y la guerra revolucionaria” coinciden con los monopolios de propaganda en negar la resistencia popular y, en general, todo lo que no sea ellos. Presentar los movimientos de masas de los años cincuenta y sesenta, el alza correspondiente de la presión ideológica y cultural, como prueba de la ausencia de oposición popular y como logros de los atentados, es falsificar y hacer inexplicable la realidad, rebajar el país que se dice defender, invertir la causa y el efecto, al servicio de la subclase política retardataria y reaccionaria que embrutece el país en provecho de la dominación alienígena.
A fin de ocultar el inevitable, inmanente y desastroso resultado de la política de liquidación ideológica y política por ellos promovida en las condiciones del fascismo triunfante, a fin de validar ensalzar, exaltar, sublimar, preservar, promover y acreditar por referencia la falsificación romántica de la historia y la función prometeica, demiúrgica y taumatúrgica que se atribuyen, sus dirigentes han tratado siempre de ocultar y devalorizar, teórica y prácticamente, la realidad y la función del pueblo mismo como agente ideológico y político, no han dudado en desacreditar y humillar al país que dicen representar y defender, negando con ello el fundamento mismo de la implementación estratégica.
La guerra es insubsumible en el institucionalismo. Los atentados y el institucionalismo son también incompatibles, vacíos o contradictorios, legalidad e ilegalidad no se combinan, complementan o apoyan mutuamente, sino que se destruyen entre ellas. Entre el institucionalismo puro de un lado y los atentados de otro, el “modelo mixto”, bietan jarrai, no es una combinación, una variante intermedia o un truco táctico, es la transición del abandono de los atentados a la adopción de los fines y medios del reformismo institucionalista tradicional. Sucesivos hundimientos, desprendimientos y corrimientos de terreno originan los espacios y “partidos” intermedios, las esclusas y las escalas del recorrido. Un servicio permanente de autobuses de cercanías con parada y fonda, facilita y hace más discreto y menos doloroso el inevitable tránsito entre las estaciones.
O las masas están suficientemente “concienciadas” para conformar una oposición política o no lo están. El socorrido recurso a “la concienciación y la excitación” como finalidad de los atentados es un intento tardío de paliar su fracaso como acción política, “uno de los estadios de la desagregación y la decadencia de este tradicional círculo de ideas. ¡Sería difícil imaginar una argumentación que se refute a sí misma con más evidencia! ¿Hay tan pocos hechos escandalosos en la vida política que se necesita inventar medios de ‘excitación’ especiales?”
La propaganda institucionalista repercute la variante “moderada” e hipócrita de la propaganda oficial, según la cual los atentados son el único o el principal obstáculo para la negociación y la solución del conflicto, su erradicación el objetivo prioritario del Estado, (pretensión absurda, porque el Estado ha podido siempre acabar unilateral e inmediatamente con los atentados Pero el abandono de los atentados, que deja paso al institucionalismo puro, no acarrea el fin de la opresión, la represión y la persecución contra el movimiento de liberación nacional en cuanto tal, sino que las intensifica y extiende. La sagrada unidad del imperio como supremo objetivo político aparece sin los subterfugios de la propaganda.
No son los atentados lo que preocupa al poder político, que sabe muy bien como utilizarlos para aumentar y justificar ante la opinión la represión, para ocultar hipócritamente el papel de la violencia y el terrorismo institucionales. Lo que realmente preocupa al imperialismo es la persistente y tenaz voluntad nacional de los pueblos, su resistencia irreductible al régimen de ocupación y colonización aun después de siglos de dominación ideológica y política. Los atentados, en sí políticamente inofensivos, exasperan la natural ferocidad y provocan la irritación, la impaciencia y el furor vengativo y xenófobo del predador, pero no son un problema estratégico, un peligro ni una amenaza para el imperialismo y el nuevo orden o desorden imperial o hegemónico. La violencia y el terrorismo de Estado, de todo signo, han sido siempre y siempre serán más extensivos, activos y efectivos que los atentados, de otro modo no serían de Estado ni los atentados serían atentados. Han causado, en un solo día y una sola hora, pérdidas y sufrimientos humanos, militares y civiles incomparablemente mayores que todos los atentados de la historia universal juntos. Pero los monopolios ideológicos de lavado de cerebro, propaganda e intoxicación de masas, que corresponden a los monopolios de violencia y terrorismo, hacen creer hipócritamente lo contrario a las masas ideológicamente indefensas. Con la complicidad de los institucionalistas armados y desarmados, que encuentran su propio interés en resaltar los atentados y rebajar y disimular la violencia y el terrorismo de Estado.
“Las fuerzas armadas de ambas partes están negociando en Argel para fijar el marco político en que nos vamos a mover. Algún día tendrán que negociar”. Si antes eran la guerra y los atentados el medio de alcanzar la libertad, ahora son la tregua unilateral, la renuncia a la violencia y la ausencia total de atentados la condición absoluta de la solución del conflicto, según el “nuevo” institucionalismo. “Aquí empieza hoy la marcha a la independencia. El año que viene celebraremos aquí mismo la independencia. Mi partido tiene muy claro que la solución para el problema vasco está en el diálogo. Nosotros sostenemos que el proceso de solución del conflicto vasco ha llegado a un punto avanzado e irreversible. Hace falta mucha discreción, para no poner en peligro las negociaciones. Ahora se va a abrir un nuevo proceso de negociación y todos los presos volverán a sus casas. Si se produce un solo atentado, la solución del conflicto desaparece para varias generaciones. Euskal gatazka bake-bidetik abiatua baitzaigu oraingoan. Eta zinez abiatua ere. Se ha abierto una nueva era. No vamos a repetir los errores de un pasado que ha quedado atrás. Es la hora de la política. El pueblo decidirá su porvenir en democracia, sin violencia, sin imposiciones de la normalización, sin ninguna violencia, por medios exclusivamente pacíficos, políticos y democráticos. Etc.
La lucha armada revierte finalmente al institucionalismo puro, porque sus protagonistas no tienen ni la menor idea de una estrategia de sustitución. Con el abandono de los atentados como pretendido factor estratégico, se cierran cincuenta años perdidos de rodeos y atajos para volver al mismo sitio, en condiciones mucho peores que antes. Si la ausencia de atentados y el monopolio absoluto de la violencia por el imperialismo “abren una nueva era política”, no se necesitaban “treguas” y amnistías para llegar a eso, bastaba con no haber empezado. El ruinoso derroche de recursos, tiempo y trabajo disponibles se habría evitado. Muchos muertos estarían vivos, los fugitivos en casa y los presos en la calle porque no habrían entrado en la cárcel.
La “normalización política sin ninguna violencia, por medios exclusivamente pacíficos, políticos y democráticos”, (sin perjuicio del reconocimiento del monopolio estatal de la violencia), es la palabrería formalmente absurda, reaccionaria, vacía, engañosa, equívoca y contradictoria que acompaña y encubre la conversión o reconversión a la honorabilidad institucional y el reconocimiento del monopolio imperialista de la violencia. Sin violencia, no hay política, ni derecho, ni instituciones, ni democracia, ni Estado, ni elecciones, ni candidatos a nada, ni imperialismo que combatir. El pasado que ha quedado atrás es el presente por él constituido. Si la “normalización” de que tanto se habla es la de libertad de los pueblos según el derecho internacional, es incompatible con las instituciones del régimen de ocupación.
Son los temas predilectos de la propaganda oficial los que reaparecen apenas encubiertos en la ideología institucionalista.