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Iparla: El Pueblo vasco bajo el imperialismo (17)

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17

“La cuestión de organización es parte de la cuestión general de la lucha de clases”. Por desgracia, una sociedad moderna no puede prescindir de la difícil, costosa y aleatoria producción de una clase política y una organización burocrática propias, relativamente competentes y controlables. No hay “clase” política diferenciada sino en cuanto órgano de una función estratégica. Sin función estratégica no hay órgano político, y sin órgano ni función como primera condición no hay otra política que la del régimen imperante. La necesidad es tanto mayor para la nación oprimida que para la opresora. Incluso un país tan políticamente subdesarrollado como España puede valerse de un material de ínfima o deleznable calidad, que sería fatal para aquella, o ir tirando por inercia administrativa. Calificar de mediocre a la actual clase política española es hacerle un favor. Pero sus talentos y sus talantes, aunque no sean precisamente genios, saben o perciben cuando menos de qué va la práctica política, al servicio de una administración de ilimitados poderes y del ejército español, clase política real y columna vertebral de España desde hace dos siglos. Nulidades y números negativos como los de aquí no tendrían sitio en ninguna parte, lo que, para desgracia nuestra, les  hace instalarse en las instituciones locales, donde operan como auxiliares del poder político real en cuanto servicios auxiliares y correas de información, transmisión y penetración.

Pero los institucionalistas locales no están tan locos ni son tan tontos como aparentan. Bien al contrario. Atentos al interés y el beneficio propios y los de su clientela, el coste social de todo ello les tiene sin cuidado mientras duren las subvenciones, los privilegios, el nepotismo, los enchufes y las doradas sinecuras “privadas” por servicios prestados o por prestar. El vasto conglomerado institucionalista local armado y desarmado, sus agentes y beneficiarios, se apoyan en una estructura de clase, financiera, política y clerical, cuyos mentores y rectores, si no sus seguidores y hombres de paja, saben muy bien lo que se hacen y a dónde van. Por sus condiciones e intereses, porvenir, ideología y estrategia, se encuentran estructural y simbióticamente, económica, política e ideológicamente unidos al régimen vigente. Coinciden activamente con él en la tarea prioritaria de evitar todo desarrollo de una conciencia y una oposición de nivel estratégico e institucional, que pondrían en peligro el sistema de que forman parte.

La falta de clase política es mal endémico de este pueblo, que carece de las condiciones históricas, sociales, políticas y culturales para fabricarse una. El vacío correspondiente produce un efecto de succión para advenedizos, charlatanes, exhibicionistas, incapaces, aprovechados y arribistas de toda procedencia que se descubren una vocación y un destino político en el burocratismo, el corporatismo, el oportunismo, la corrupción, la colaboración y la complicidad con el fascismo y el imperialismo. La ausencia de democracia interna es condición de una burocracia que se desarrolla y reproduce autónomamente.

Conservarse, engordar y reproducirse es la ley fundamental de funcionamiento y comportamiento de la burocracia. Su permanencia en el tiempo y el espacio se asegura mediante nomenklatura, cooptación o dedocracia de auxiliares y sucesores.

La nomenklatura produce, por su propia naturaleza, la selección a contrario. La primera ley orgánica del burocratismo es asegurar que cada colaborador o sucesor sea más tonto o inepto que su predecesor o superior jerárquico. Al cabo de un número variable de nombramientos acumulados, el nivel resultante toca fondo, los síndromes de oligofrenia y psicopatía se manifiestan o agudizan en “esos enfermos que nos gobiernan”. La deriva degenerativa es inherente al burocratismo. No es un método de transmisión, reproducción o sucesión, es un método de fosilización, y sólo produce fósiles. No puede frenarse desde dentro. Es irreversible y sólo se interrumpe cuando sus efectos nocivos se manifiestan cada vez con mayor claridad, hasta devenir letales. La crisis obliga entonces a buscar injertos de procedencia externa que a veces acaban con la organización.

Podría pensarse que, por su mismo componente esencial y diferencial, los atentados, “la lucha armada y la guerra revolucionaria” escaparían, cuando menos, a la deriva degenerativa inherente al burocratismo. De hecho, los atentados facilitan y provocan de tal modo la represión que la burocracia no tiene tiempo de estabilizarse y desarrollarse, la violencia y el terrorismo de Estado se encargan de imponer su renovación a partir de nuevos adherentes. La promoción interna se realiza según la capacidad demostrada para efectuar atentados. Pero los atentados, que no producen la capacidad política, impiden la evolución y el progreso escalonados, la edad mental se congela en la adolescencia. La capa dirigente empieza siempre al mismo nivel y deja el piso libre tal como lo ocupó, la siguiente vuelve a empezar sin aprender nada de la experiencia precedente.

Los pueblos oprimidos pueden soportar muchas cosas, pero una burocracia incompetente, engreída, indecisa, oportunista, derrotista, corrompida, manipulada, infiltrada, colaboracionista o cómplice, encuadrada en los servicios auxiliares del imperialismo como parte integrante ideológica y política de la estructura de dominación y ocupación, es un hándicap que no pueden permitirse. Desembarazarse de su esterilizante tiranía es condición primera de recuperación democrática. Su erradicación ideológica y política es una tarea de salud pública, sin la cual el restablecimiento de las fuerzas democráticas es imposible. Pero una clase política es un producto social difícil, raro y caro. Toda sociedad tiene, en buena medida, la clase política que se merece, y no siempre los medios de enfrentarse a ella.

Iparla: El Pueblo vasco bajo el imperialismo (16)

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16

Salvo exterminio o expulsión total, el imperialismo no puede reducir a los pueblos sin la colaboración, la complicidad o la traición de parte de ellos. Los pueblos se atacan y se arruinan desde fuera, pero se derrumban y se hunden desde dentro.

El fascismo y el imperialismo no han podido aquí alcanzar sus objetivos sin la participación decisiva, continuada y obstinada de los protagonistas de la vía institucional y la lucha armada. Sin ella, los más terribles y funestos errores habrían podido evitarse, no habría podido el segundo franquismo, que ha durado ya tanto como el primero, establecerse, mantenerse, consolidarse y desarrollarse como lo ha hecho en los últimos cincuenta años.

Subjetiva u objetivamente, son parte necesaria de la empresa que ha fundado el presente régimen político y aportado la “democracia”, es decir la autorreforma y la consolidación del franquismo bajo el protectorado de las potencias hegemónicas, que sustituyeron a las potencias del Eje que lo establecieron. Son la primera línea avanzada fortificada, auxiliar y periférica, del dispositivo imperialista y fascista de represión y propaganda. Mientras el poder real aprecie en el pueblo sometido alguna virtualidad política, no puede “pasar” de ésta mediación.

Por incompetencia, estupidez, corporatismo, burocratismo dedocrático, exhibicionismo, mezquinas y delirantes ambiciones, corrupción, oportunismo, colaboracionismo, complicidad y traición, los institucionalistas armados y desarmados han hecho suyos los supuestos estratégicos y los principios ideológicos del régimen de ocupación, dentro de los cuales no hay cabida ni salvación para la libertad y la democracia.

Estrategia y táctica sólo pueden fundarse en la propia determinación autónoma de los fines, medios y obstáculos en presencia. Implican sentido crítico, iniciativa, invención, innovación y renovación. No pueden consistir en la respuesta puntual y automática a la represión, a sus concesiones, imposiciones, prohibiciones o provocaciones. Si el cornúpeta embiste y se rompe los cuernos allí donde le ponen la barrera, basta al matarife situarla donde le conviene para conocer y determinar de antemano el comportamiento de su víctima. Si basta convocar o prohibir elecciones o cualquier otra cosa para que institucionalistas armados y desarmados concentren sus esfuerzos en el terreno y la dirección que les asignan, no queda oposición táctica ni estratégica que valga. La supuesta oposición hace lo que le mandan creyendo hacer lo que le prohíben. Sin tenacidad y perseverancia no cabe desarrollo estratégico, pero la vana obstinación o la terquedad inútil no pueden considerarse virtud política.

Al contrario de los franquistas oficiales, los institucionalistas periféricos armados y desarmados son incapaces de autorreforma. Sus propias condiciones externas e internas se lo prohíben. Han estado siempre cerrados a toda aportación propia del país que dicen representar, pero abiertos a toda infiltración o penetración ideológico-política de sus “aliados” de la nación dominante. Se unieron siempre con ellos para cerrar el paso, por todos los medios, a toda tentativa ideológica y política de oposición estratégica al institucionalismo fascista español.

No hay en todo esto conflicto entre “abertzale moderados y radicales, de izquierda y de derecha, armados y desarmados”. La única contradicción ideológica y política que se da, la que decide y preside todo lo demás, opone al fascismo y el imperialismo con sus colaboradores y cómplices, a una resistencia estratégica consecuente.

El régimen de ocupación tiene como pilares la violencia, el terrorismo, la propaganda, la corrupción, con la colaboración o la complicidad de sus servidores de la quinta columna indígena. Desde el Pacto de Santoña, por lo menos, tuvo el necesario complemento táctico en organizaciones y representantes aborígenes nombrados, condicionados, potenciados, financiados, dirigidos directa o indirectamente desde el poder establecido. Son la quinta columna y el Servicio auxiliar de información y propaganda, provocación y represión que el despotismo tradicional financiaba y al segundo franquismo le salen gratis. Los diversos Servicios oficiales y oficiosos han mantenido y mantienen en activo puntos de contacto, informadores, portavoces, “interlocutores y negociadores“ en activo,  disponibles o en reserva, que les permitan descubrir, conocer, provocar, intoxicar y corromper los focos actuales y virtuales de resistencia democrática, ganar tiempo y hacerlo perder a los demás, transmitir y avalar insidiosamente su propaganda, contener, controlar, manipular, infiltrar, recuperar, distraer, desviar, debilitar, dividir, demoralizar, culpabilizar, desgastar, quemar, diezmar, arruinar y agotar las fuerzas vivas, los recursos materiales y humanos del pueblo ocupado. Institucionalistas armados y desarmados son una mina inagotable y a flor de tierra para los equipos de información, investigación y provocación del régimen establecido, que penetraron en sus organizaciones ideológicamente indefensas como el cuchillo en la mantequilla. Las elecciones, las manifestaciones y las negociaciones de la víspera preparan la información, la propaganda, la represión, las torturas, las confesiones y las revelaciones del día siguiente, sin píldora que lo remedie. El régimen imperialista de ocupación es también el medio decisivo y permanente para resolver las querellas “internas”.

La represión política e ideológica se articula o se confunde con el reconocimiento, el enaltecimiento y la exaltación. En un conflicto profundamente arraigado y vascularizado, lo que es motivo de abominación para unos lo es de prestigio y adhesión para otros, depende de dónde se posicionen y del punto de vista que adopten. Una relación ambigua, perversa y a doble efecto se instaló y desarrolló así entre el poder real y una oposición previamente oficializada, formateada, recuperada e incorporada en las instituciones monopolistas de violencia, propaganda y guerra psicológica, con un gigantesco, artero, continuado, abrumador y decisivo despliegue de difusión, propaganda e intoxicación mediáticas. La dosificación y la articulación de este doble juego es tarea de los Servicios especiales del régimen de ocupación, que reprimirán y limitarán siempre todo lo que de algún modo proceda del pueblo sometido, pero no dejarán que se pierda cuanto puede servir para evitar algo peor.