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“La cuestión de organización es parte de la cuestión general de la lucha de clases”. Por desgracia, una sociedad moderna no puede prescindir de la difícil, costosa y aleatoria producción de una clase política y una organización burocrática propias, relativamente competentes y controlables. No hay “clase” política diferenciada sino en cuanto órgano de una función estratégica. Sin función estratégica no hay órgano político, y sin órgano ni función como primera condición no hay otra política que la del régimen imperante. La necesidad es tanto mayor para la nación oprimida que para la opresora. Incluso un país tan políticamente subdesarrollado como España puede valerse de un material de ínfima o deleznable calidad, que sería fatal para aquella, o ir tirando por inercia administrativa. Calificar de mediocre a la actual clase política española es hacerle un favor. Pero sus talentos y sus talantes, aunque no sean precisamente genios, saben o perciben cuando menos de qué va la práctica política, al servicio de una administración de ilimitados poderes y del ejército español, clase política real y columna vertebral de España desde hace dos siglos. Nulidades y números negativos como los de aquí no tendrían sitio en ninguna parte, lo que, para desgracia nuestra, les hace instalarse en las instituciones locales, donde operan como auxiliares del poder político real en cuanto servicios auxiliares y correas de información, transmisión y penetración.
Pero los institucionalistas locales no están tan locos ni son tan tontos como aparentan. Bien al contrario. Atentos al interés y el beneficio propios y los de su clientela, el coste social de todo ello les tiene sin cuidado mientras duren las subvenciones, los privilegios, el nepotismo, los enchufes y las doradas sinecuras “privadas” por servicios prestados o por prestar. El vasto conglomerado institucionalista local armado y desarmado, sus agentes y beneficiarios, se apoyan en una estructura de clase, financiera, política y clerical, cuyos mentores y rectores, si no sus seguidores y hombres de paja, saben muy bien lo que se hacen y a dónde van. Por sus condiciones e intereses, porvenir, ideología y estrategia, se encuentran estructural y simbióticamente, económica, política e ideológicamente unidos al régimen vigente. Coinciden activamente con él en la tarea prioritaria de evitar todo desarrollo de una conciencia y una oposición de nivel estratégico e institucional, que pondrían en peligro el sistema de que forman parte.
La falta de clase política es mal endémico de este pueblo, que carece de las condiciones históricas, sociales, políticas y culturales para fabricarse una. El vacío correspondiente produce un efecto de succión para advenedizos, charlatanes, exhibicionistas, incapaces, aprovechados y arribistas de toda procedencia que se descubren una vocación y un destino político en el burocratismo, el corporatismo, el oportunismo, la corrupción, la colaboración y la complicidad con el fascismo y el imperialismo. La ausencia de democracia interna es condición de una burocracia que se desarrolla y reproduce autónomamente.
Conservarse, engordar y reproducirse es la ley fundamental de funcionamiento y comportamiento de la burocracia. Su permanencia en el tiempo y el espacio se asegura mediante nomenklatura, cooptación o dedocracia de auxiliares y sucesores.
La nomenklatura produce, por su propia naturaleza, la selección a contrario. La primera ley orgánica del burocratismo es asegurar que cada colaborador o sucesor sea más tonto o inepto que su predecesor o superior jerárquico. Al cabo de un número variable de nombramientos acumulados, el nivel resultante toca fondo, los síndromes de oligofrenia y psicopatía se manifiestan o agudizan en “esos enfermos que nos gobiernan”. La deriva degenerativa es inherente al burocratismo. No es un método de transmisión, reproducción o sucesión, es un método de fosilización, y sólo produce fósiles. No puede frenarse desde dentro. Es irreversible y sólo se interrumpe cuando sus efectos nocivos se manifiestan cada vez con mayor claridad, hasta devenir letales. La crisis obliga entonces a buscar injertos de procedencia externa que a veces acaban con la organización.
Podría pensarse que, por su mismo componente esencial y diferencial, los atentados, “la lucha armada y la guerra revolucionaria” escaparían, cuando menos, a la deriva degenerativa inherente al burocratismo. De hecho, los atentados facilitan y provocan de tal modo la represión que la burocracia no tiene tiempo de estabilizarse y desarrollarse, la violencia y el terrorismo de Estado se encargan de imponer su renovación a partir de nuevos adherentes. La promoción interna se realiza según la capacidad demostrada para efectuar atentados. Pero los atentados, que no producen la capacidad política, impiden la evolución y el progreso escalonados, la edad mental se congela en la adolescencia. La capa dirigente empieza siempre al mismo nivel y deja el piso libre tal como lo ocupó, la siguiente vuelve a empezar sin aprender nada de la experiencia precedente.
Los pueblos oprimidos pueden soportar muchas cosas, pero una burocracia incompetente, engreída, indecisa, oportunista, derrotista, corrompida, manipulada, infiltrada, colaboracionista o cómplice, encuadrada en los servicios auxiliares del imperialismo como parte integrante ideológica y política de la estructura de dominación y ocupación, es un hándicap que no pueden permitirse. Desembarazarse de su esterilizante tiranía es condición primera de recuperación democrática. Su erradicación ideológica y política es una tarea de salud pública, sin la cual el restablecimiento de las fuerzas democráticas es imposible. Pero una clase política es un producto social difícil, raro y caro. Toda sociedad tiene, en buena medida, la clase política que se merece, y no siempre los medios de enfrentarse a ella.